Esta pandemia que aún no ha terminado ha dejado en evidencia la fragilidad de la persona. Una fragilidad que se ha constatado en los enfermos, en sus familias y en los profesionales que les han tenido que atender tanto ante sus necesidades sanitarias, como ante sus necesidades sociales y domésticas. Una fragilidad que ha resentido a nuestra economía, a nuestra vida social. Una fragilidad que ha afectado a toda la sociedad. Una pandemia que nos ha hecho sentir a todos lo frágiles que somos y que nos ha hecho conscientes de nuestra insignificancia a pesar de lo omnipotentes que nos creemos. ¿Estamos aprendiendo algo de esta situación? Tal vez la única conclusión que tengamos clara es que somos muy frágiles.

Somos capaces de cambiar un corazón estropeado por otro trasplantado; somos capaces de reparar una rodilla desgastada y colocar una prótesis; y así podríamos ir enumerando muchas soluciones a todos nuestros problemas de salud, pero un microorganismo como el coranovirus de no más de 0,1-0,5 micrómetros nos está demostrando que no todo podemos resolver. Un virus que ha destrozado nuestros pulmones provocando nuestra muerte, un virus que ha tenido como aliado la soledad de los enfermos y de sus familias, así como la impotencia de los profesionales. Un virus que ha provocado la agonía de nuestra economía y de nuestra vida social. Y si aún no nos hubiésemos dado cuenta, se ha hecho presente con más virulencia en estas navidades obligándonos a cambiar nuestros planes familiares y las estrategias sanitarias de los distintos gobiernos autonómicos.

La magnitud de los números nos ha recordado que aún la pandemia continúa. Las personas nos seguimos contagiando, los enfermos siguen ingresando y algunos siguen muriendo. Pero a pesar de todo para otros parece que esta situación no va con ellos, desoyendo las recomendaciones sanitarias. Una actitud que en ocasiones provoca que otros sufran las consecuencias de su inconsciencia y de su irresponsabilidad social. Tan solo se dan cuenta de su fragilidad cuando enferman. Pero mientras tanto son la causa de que otros enfermen.

Detrás de esta enfermedad responsable de la pandemia lo que existen son personas concretas que están enfermas, algo que convierte la propia existencia en algo tremendamente complejo y que dificulta la posibilidad de ofrecer soluciones con carácter
general que todos pudieran asumir y comprender. Se trata de situaciones en las cuales se vislumbra con más claridad la vulnerabilidad y la fragilidad humana. Ante el Covid-19 se contempla una triple y triste realidad de esta fragilidad. Por un lado, un enfermo grave, sufriendo y sintiendo cerca su muerte, pero solo. Por otro, su familia, sufriendo también por su familiar, sintiéndose impotente, lejos de él, sin poderle acompañar y lo que es peor sin poderse despedir de él. En tercer lugar, los sanitarios que le atienden sufriendo por su incertidumbre de poderle curar y luchar contra la muerte. Una pandemia que ha creado sufrimiento a todos por encontrarse cerca de la muerte y lejos de sus familias.


"La magnitud de los números nos ha recordado que aún la pandemia continúa"



Somos conscientes de lo terrible que es la soledad por los efectos muy graves en el estado de ánimo del enfermo añadiendo más sufrimiento al provocado por el virus directamente en su organismo. Una soledad que tan solo se alivia con la compañía y que en muchos casos los sanitarios también la han administrado junto al resto de los tratamientos, porque se daban cuenta de que necesitaba algo más que la ciencia que le aportaban, necesitaba acercamiento, necesitaba compañía, necesitaba no estar solo.

A la propia sociedad, que hasta ahora negaba la muerte, las cifras de muertos durante esta pandemia le han recordado que la muerte está ahí. Algunos han sentido miedo de que fueran ellos o algunos de sus seres queridos quienes figurasen en esa trágica lista diaria de muertos. Se ha contemplado la muerte en soledad y que consideramos que no es digna esta manera de morir. Para el familiar del enfermo pensar que su ser querido ha muerto solo, sin haberse podido despedir, le crea un inmenso sufrimiento y le va a crear un duelo muy largo y posiblemente patológico ante su pérdida.

Por las circunstancias especiales de esta enfermedad los profesionales sanitarios han tenido que luchar contra ella de manera técnica y bastante despersonalizada obligados a que la familia deje al enfermo solo, ingresado en centros hospitalarios y residenciales. Aunque han sido conscientes de las necesidades reales de estos enfermos, no han podido salvar las trabas, condicionados por la contagiosidad del virus, para que las familias pudieran permanecer con ellos sabiendo que esto les iba a provocar un factor de soledad y de angustia. La familia también ha enfermado por el impacto emocional generado por esta situación.

Esta pandemia se ha cebado en lo emocional de las personas, enfermos, familias y sanitarios. Cada uno de ellos han tenido un gran sufrimiento por haberse encontrado cerca de la muerte y solos. Una pandemia que ha demostrado que la persona es frágil y vulnerable.