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29 sept. 2020 9:30H
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Cualquier profesional sanitario, sea enfermera, médico, o de cualquier otra rama de nuestro sector, ha estudiado durante la carrera que las vacunas son uno de los hitos de la salud pública universal. No dudan de la necesidad de inmunizarse frente a determinadas patologías y desmontan con argumentos científicos a charlatanes e ignorantes que ponen en peligro a la población con todo tipo de falacias sobre los peligros de las vacunas.

Por desgracia, entre una parte de la ciudadanía calan fácilmente leyendas urbanas y pseudoterapias pregonadas por gurús de todo tipo. Pero los profesionales sanitarios tienen claro que las vacunas contra enfermedades evitables salvan vidas como lo hacen otros tratamientos, farmacológicos o no, siempre que estén respaldados por la evidencia científica.

Sin embargo, precisamente por eso sorprende que año tras año nos encontremos ante la paradoja de que esos profesionales que mayoritariamente defienden la utilidad de las vacunas no refrenden sus opiniones en la práctica y apenas tres de cada diez se vacunen frente a la gripe.

Las sucesivas campañas, los esfuerzos de todo tipo por incrementar esas bajas tasas de vacunación, no han dado el fruto esperado. En este año, anómalo por motivos obvios, quizá varíe un poco la tendencia entre profesionales, como seguro lo va a hacer entre la población general, pero lo que queda claro es que ni las autoridades sanitarias ni los representantes de los profesionales tenemos claro los motivos que se esconden tras esa falta de compromiso con la vacunación. Hay quien plantea que se obligue a los profesionales a vacunarse.


"La obligatoriedad exigiría una serie de cambios jurídicos y legislativos verdaderamente complejos, aunque no imposibles de acometer"


En países como Estados Unidos los hospitales pueden exigir a sus trabajadores inmunizarse frente a la gripe. Pero aquí el panorama es muy distinto, con nuestro sistema apoyado -afortunandamente- en una sanidad pública fuerte y universal. La obligatoriedad exigiría una serie de cambios jurídicos y legislativos verdaderamente complejos, aunque no imposibles de acometer. Pero parece más realista apostar por concienciar al profesional de que vacunarse forma parte de su deontología y buena praxis, que sea consciente de que atiende a población de riesgo en muchos casos y no puede arriesgarse a contagiarle una infección como la gripe que, no olvidemos, se cobra cada año más de 15.000 vidas en nuestro país.

¿Por qué el rechazo a la vacunación?


Pero para lograr eso debemos antes estudiar bien las causas de ese rechazo a la vacunación.

- ¿Acaso los centros sanitarios no facilitan la vacunación en horarios convenientes para el profesional?

- ¿Se ha distribuido buena información sobre el tema?

- ¿Se plantea como una responsabilidad más para con el paciente, sin explicar los beneficios para la salud de todos?

- ¿Existe desconfianza?

- ¿Desidia?

¿Qué es lo que falla? Necesitamos saberlo para actuar en consecuencia. Es por ello que desde la Organización Colegial hemos puesto en marcha una macroencuesta que esperemos arroje luz sobre este particular.

Cuando esté procesada y tengamos las conclusiones se trasladarán como no puede ser de otra manera, al Ministerio y las Consejerías de Sanidad -así como de todas las organizaciones profesionales- para que sirva de punto de apoyo para enfocar las futuras campañas para aumentar los índices de vacunación entre los sanitarios. También será interesante comprobar si la omnipresencia del COVID-19 influye en la decisión de inmunizarse frente a la gripe estacional.

Sólo con los datos en la mano podremos tener algunas certezas que expliquen la implicación de las enfermeras en la vacunación frente a la gripe y sus argumentos para vacunarse o no.