28 mar. 2016 10:15H
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Patricia Biosca. Madrid
Está amaneciendo un lunes cualquiera en la ciudad oscense de Monzón, pero Esteban Sanmartín lleva ya unas horas despierto. No es de mucho dormir, por lo que en ese rato de vigilia ha tenido tiempo para ojear la prensa y mandar unos mails a sus colegas de profesión. Ahora, se prepara para ir al trabajo. A las 8:30 horas tiene que estar en la pequeña localidad de Cofita, a siete kilómetros de su casa, por una carretera que a él no le parece “tan mala” como dicen los que visitan por primera vez la zona, pues es estrecha y a veces los camiones que transportan ganado hacen difícil el camino. La espesa niebla es su mayor enemigo, pero desde hace 35 años tiene encomendada la salud de las 120 personas que viven allí, así que no hay excusas.

En este punto comienza el ‘viacrucis’ diario de este médico rural que, tal y como él mismo asegura, lo es por vocación. No obstante, y lejos de ser excepcional, su situación se repite por toda la geografía del país, en la que se reparten cerca del 20 por ciento de los facultativos que ejercen en poblaciones de menos de 15.000 habitantes de toda España. “Los médicos rurales son un poco la esencia de la Atención Primaria, el primer contacto que tienen los pacientes de los pueblos, pero con una complicidad que no se suele dar en las grandes ciudades”, explica Josep Fumadó, representante nacional de Atención Primaria Rural de la Organización Médica Colegial (OMC), y que también conoce de cerca el desarrollo de su actividad, pues él mismo ejerce como médico en los pequeños municipios tarraconenses de Jaume d’Enveja y Els Muntells desde hace tres décadas.

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