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Redacción Médica habla con Miguel Hurtado, el psiquiatra que está destapando los abusos sexuales de la Iglesia española

"Estudiar Psiquiatría me dio claves para entender los abusos sexuales"
Miguel Ángel Hurtado, psiquiatra infantil y víctima de abusos sexuales.


9 feb. 2019 13:00H
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POR MARÍA GARCÍA
Miguel Ángel Hurtado es un psiquiatra que ha alzado la voz contra el plazo actual de prescripción de los delitos de abusos sexuales en España. Para conseguirlo, está recogiendo firmas a través de Change.org y, lo que en su opinión es más importante, está alzando la voz para contar su propia historia: la de haber sido víctima de un sacerdote de Montserrat cuando tenía 16 años. Así se ve en el nuevo documental de Netflix 'Abuso de conciencia'.

Ejerce en Londres, pero estos días se encuentra en España para contar su caso y manifestarse ante el Congreso, donde la semana que viene se abordará la nueva Ley de Protección Integral a la Infancia. Entre medias, ha sacado tiempo para hablar con Redacción Médica.

¿Cuándo se decidió a dar el paso y contar todo lo que ocurrió?

Lo tenía pensado desde hacía mucho tiempo. Necesitaba hacerlo por mi salud mental. Lo que pasa es que he esperado a que hubiese un momento en que fuera seguro; que la respuesta de la sociedad fuera buena. Y la excusa perfecta fue la cumbre antipederastia que organizó el Papa Francisco en febrero. Yo sabía que durante esa época el tema estaría en medios y que habría una respuesta más positiva.

¿Cuándo se produjeron estos abusos?

En el año 1998. Yo tenía 16 años.

¿Qué edad tiene ahora?

36 años.

Así que han pasado 20 años.

Sí, en los casos de abusos a menores, desde que la víctima sufre los abusos hasta que puede denunciarlo normalmente pasan décadas, 20,30 años.

Supongo que los casos que fueron saliendo en los medios ayudarían a ese empujón.


"Al principio negué los abusos; como católico, la idea de que un sacerdote pudiera ser un pederasta no me entraba en la cabeza"


Los cambios que han ido saliendo pasaron aún hace más tiempo que el mío. Son víctimas que fueron abusadas en los 70, 80, que tienen ya 40, 50 o 60 años. Eso demuestra con más fuerza que las víctimas necesitamos mucho tiempo para poder denunciar. No es algo que se pueda hacer de un día para otro.

¿Y qué es lo que ocurrió en 1998?

A mí me invitaró un amigo de la parroquia a ir al grupo de jóvenes scouts de la Bahía de Montserrat. Lleva yendo varios años y dijo que la experiencia estaba bien. Al principio me gustó. Subíamos un fin de semana al mes y nos quedábamos en el monasterio. En un primer momento, mi abusador me estuvo observando para estudiarme. Después comenzó a hablar conmigo en zonas comunes: me pedía hablar en el comedor, después de cenar, para preguntar qué tal estaba, que me veía triste y angustiado, con algún problema, que estaba allí para ayudarme…

En un primer momento hablaba sobre problemas neutros: familia, trabajo, amigos… Poco a poco, la relación se fue volviendo más abusiva y se comenzó a meter en mi habitación. Dormíamos en literas. Muchas veces yo estaba solo en la habitación. Pasó de hablar de temas neutros a hacerlo de temas sexuales. Sobre todo, de la masturbación. Decía que eso era malo, que no tenía que hacerlo. Comenzó a meter la mano por mi pijama y a tocarme los genitales, mientras me decía que no hiciese lo mismo porque era malo para mí. Siempre lo hacía desde un enfoque pedagógico, como clases prácticas de educación sexual.

Al principio negué los abusos, porque en esa época era católico. La idea de que un sacerdote pudiera ser pederasta no me entraba en la cabeza, sobre todo en Montserrat, que es una institución sagrada por los catalanes, hasta que llegó un día en el que me besó. La primera vez fue en la mejilla. Luego en la boca. Intentó introducirme la lengua. Yo recuerdo tener la boca cerrada, los dientes prietos, dándole a entender que a mí eso no me gustaba. Pero él seguía insistiendo. Cuando hubo ese evento me di cuenta de que la situación era abusiva. Dejé de negar los hechos y corté la relación. Dejé de ir a Montserrat. Dije en casa que no podía ir porque era el último año de instituto y tenía que estudiar para la selectividad.

¿En casa no contó nada?

Con 17 años, se lo dije al monje de Montserrat, José María San Román. Este se lo dijo al abad Sebastià Bardolet, que no tomó medidas. No contó el caso a la policía, ni le suspendió de sus funciones, ni contó el caso a los padres. Le dejaron [a su abusador] un año más como responsable del grupo de jóvenes. Ese año no sé de cuánta gente abusaría.

¿De ahí su lucha por que no queden impunes estos casos? 

Hay que tener en cuenta que muchas veces el problema no es el abusador. A veces, el problema es la respuesta de la institución, que no colabora con la justicia, que intenta encubrir los hechos, que valora más la reputación y el buen nombre que la protección de los niños. El abuso sexual es siempre un abuso de poder. Cuanto mayor sea la simetría de poder, cuanto más grande sean ellos y más pequeñito seas tú, más difícil es denunciar públicamente los abusos.

¿Qué consecuencias, a nivel mental, pueden tener estos abusos 20 años después, como ocurre en su caso?

Las secuelas tienen que ver mucho con el abuso. Es decir, cuánto dura (no es lo mismo una vez que durante años); cuál es la gravedad (no es lo mismo tocamientos que penetración); la edad del chaval; si hay o no violencia… Pero también tiene que ver mucho con la reacción del entorno. Si a la víctima se le escucha, se le apoya, si se le ofrece tratamiento psicológico, si tiene un entorno seguro donde puede verbalizar los abusos, se puede minimizar mucho el trauma y las secuelas.


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"Llegó un momento en el que no avnzaba con la terapia y me di cuenta de que tenía que dar el siguiente paso: denunciar públicamente"


Siempre digo que la parte más dura de los abusos es la traición. El abusador suele ser una persona del entorno de confianza. Si te traiciona tu abusador, es una traición aislada. Si además de tu abusador te traiciona la institución donde suceden los hechos porque lo encubren, ya es una traición al cuadrado. Si encima, cuando denuncias la sociedad no te da apoyo, ya es una traición al cubo. Y, obviamente, una traición al cubo es mucho más traumática que si hay un caso de abusos en el que el entorno reacciona como debe.

Veinte años después, y ahora como psiquiatra, ¿sabe afrontar de una manera, digamos más adecuada, estas secuelas?

Hice muchos años de terapia, una vez a la semana, que me sirvieron para poder verbalizar la experiencia en un entorno seguro. Para sentirme comprendido y apoyado. Sin ella no lo habría superado y no podría contarlo…

¿Durante cuántos años?

A lo mejor fueron siete años. Luego, llegó un momento en el que toqué tope en la terapia. Veía que ya no avanzaba y me di cuenta de que tenía que dar el siguiente paso: denunciar públicamente los abusos. Cuando han abusado de ti siempre te sientes indefenso, vulnerable, como que no te puedes defender. Para mí era muy importante como adulto enfrentarme a la situación y a la institución y ver que podía defender mis derechos. Una vez conseguí esto, psicológicamente estoy mucho mejor.

Los abusos sexuales que sufrió, ¿son la razón por las que escogió la especialidad de Psiquiatría del Niño y del Adolescente?

Supongo que inconscientemente sí. Que intentas entender mejor qué es lo que te ha sucedido. Porque una de las características del abuso es que la víctima se siente confundida. No entiende lo que le está sucediendo. No sabe por qué la gente y las instituciones que tendrían que cuidarte, protegerte y apoyarte son las que te explotan y abusan. Yo como adolescente no entendía lo que me estaba pasando. Necesitaba unas claves para comprender mejor la situación.
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