María Escorihuela, médica de Familia.
Cuando a
María Escorihuela la avisaban de una urgencia en plena guardia localizada y tenía que desplazarse desde Zaragoza hasta el
Centro Penitenciario de Zuera, a las afueras de la ciudad, los latidos del corazón se le disparaban. "No me avisaban por tonterías. Podía ser desde
una autolesión con sangrado grave hasta un intento de suicidio", ha subrayado. Y es que esta actual especialista de Familia se ‘enamoró’ de la
sanidad penitenciaria cuando
estuvo de voluntaria mientras estudiaba Medicina y, tras
empezar el MIR, intentó de todas las maneras posibles volver al lugar donde creía que podría estar su futuro laboral. Pero su experiencia esta segunda vez fue totalmente distinta, y se dio de bruces con la realidad. Al ser médica, la relación con los presos se "ensombreció" y, al contrario del voluntariado,
no eran sinceros con ella. Esta situación, sumada a las
condiciones económicas y laborales del puesto hizo que descartase la opción de seguir por este camino profesional. "En plantilla éramos cuatro médicos para cerca de 1.200 internos", ha lamentado.
Durante la época que Escorihuela estuvo como voluntaria en un centro de prisiones, comprendió la importancia de los servicios sociales, mentales y, por supuesto,
la Medicina de prisiones. "Los internos sufren patologías muy específicas y necesitan un equipo de Atención Primaria que cuente con un médico y una enfermera. Vamos, como para cualquier otra persona, aunque aquí los pacientes
suelen necesitar una mayor dedicación porque las condiciones en una cárcel son diferentes”, ha aclarado.
Tras terminar la carrera y empezar el MIR, ella tenía claro que quería hacer una
rotación voluntaria en una prisión, y aunque una petición así, de entrada, no se recibe muy bien,
su jefe de estudios apoyó esa idea y consiguió los permisos para que estuviese un mes formándose en el Centro Penitenciario de Zuera. "Me gustó mucho ese centro. Tenía
módulos masculinos y femeninos y me pareció que era ideal para un primer contacto rotando durante la residencia en una prisión y, con esa experiencia, decidir si quería dedicarme a esto toda la vida", ha explicado.
Ser médica en un centro penitenciario
El acceso a la prisión es complicado. Hay que ir en un autobús que, cada cierto tiempo,
cambia sus rutas para asegurar la protección de los funcionarios y, una vez dentro de la cárcel, no se puede entrar con ningún tipo de tecnología u objeto metálico.
"Todo puede ser susceptible de ser un arma, y la verdad que eso impone. Después pasas por unas ocho o nueve puertas hasta que ya llegas al sitio en el que trabajas. Hay escáneres, taquillas, muchos funcionarios, el
sonido de rejas que se abren delante y detrás de ti… Es bastante impactante", ha reconocido. De hecho, el primer instinto que tuvo esta especialista fue
memorizar la forma de salir de la prisión. "Da la sensación de que estás entrando en un lugar en el que pocos pueden acceder", ha afirmado.
Su lugar de trabajo era el módulo de Enfermería, donde hay internos, inmovilizados y en unas condiciones especiales."Son habitaciones destinadas al cuidado, y
el equipamiento es muy básico (…) Ahora mismo los profesionales allí están sobrecargados porque
no hay suficiente personal y las demandas se cubren como se puede", ha explicado.
Las enfermedades más comunes dentro de las cárceles
Según los informes médicos que pudo ojear durante su estancia allí, las patologías que más se atienden son las
traumatológicas, principalmente provocadas por la alta actividad deportiva que realizan. Pero también hay muchos casos de
enfermedades psiquiátricas y psicológicas. "También hay patologías duales,
ligadas al consumo de sustancias", ha reconocido.
Por otra parte, hay intervenciones que se realizan que no constituyen como enfermedad. Por ejemplo, los intentos de suicidio, las lesiones, las agresiones y las amenazas. "Son muy frecuentes", ha reconocido. Tampoco se puede olvidar de las situaciones de "sufrimiento" que viven los pacientes privados de libertad por algo que ha ocurrido fuera del recinto. "
Quizá una mala noticia, o que les hayan denegado un permiso. Eso puede hacer que lo pasen realmente mal", ha aseverado.
La relación médico-interno en un centro penitenciario
Pero uno de los aspectos que más le sorprendió durante su mes de rotación fue la relación que tienen los internos con los médicos. Cuando estuvo de voluntaria realizando talleres de autoestima y aprendizaje, el vínculo que creaba con ellos era de confianza.
"Me contaban su sufrimiento y, algunos, incluso sus delitos", ha reconocido. Pero eso cambió cuando ingresó como MIR. "Comprendí que eso que había creado no iba a volver a producirse jamás. La figura del sanitario está un poco instrumentalizada. Ellos entienden que tenemos la capacidad de decidir cosas importantes que les afecta y
eso hace que la relación se ensombrezca un poco. Te cuentan lo que es positivo para ellos, pero no son sinceros. Este fue uno de los principales motivos por los que acabé decidiendo que no quería trabajar en este sector", ha reconocido
Otro de los aspectos que más le llamó la tención es que, a diferencia de lo que uno puede pensar, ella se sintió "más segura" trabajando allí que en un centro de salud. "Teníamos cámaras de vigilancia y siempre había algún funcionario con nosotros. Es verdad que con los pacientes que atiendes
tienes muchísimo más riesgo de sufrir una agresión, pero, en mi caso, nunca ocurrió", ha resaltado.
"La figura del médico y del enfermero en un centro penitenciario está un poco instrumentalizada. Ellos saben que tenemos la capacidad de decidir aspectos importantes y esa relación entre las dos partes se ensombrece"
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La decisión de no ser médica de prisiones
Aun así, la decisión de desviarse de su camino como médica de prisiones no fue solo por esa relación médico-paciente, sino también por las condiciones laborales que un centro penitenciario ofrece. "No son ideales, para nada. De hecho, son bastante peores a las de cualquier compañero que trabaja en un centro de salud haciendo guardias. Aquí se necesita gente super preparada y con vocación, y
me di cuenta de que yo no era esa persona", ha lamentado.
En las prisiones los facultativos
también tienen guardias. Son localizadas, pero, como considera Escorihuela, son
"bastante peliagudas". "Desplazarse de noche a la institución no es ninguna tontería y te avisan por temas serios. Puede ser una autolesión con sangrado grave, un paciente que se ha tragado un cuerpo extraño, una agresión o un intento de suicidio, entre otros. Y estar sola allí, a kilómetros de la civilización, sin traslados rápidos y sin apenas medios para tratar las patologías
no te deja estar tranquila", ha afirmado.
Tras su experiencia, esta médica de Familia tiene claro que el sistema sanitario de las cárceles tiene que mejorar. Considera que al depender del Ministerio del Interior, y no de Sanidad, hace que esté "totalmente desligado" del Sistema Nacional de Salud (SNS). "Eso no debería ser así,
tendría que haber mucha más interrelación con la propia sanidad pública. No sé si debería ser una especialidad, pero los MIR sí que tendrían que rotar por aquí para
contemplarlo como una salida más, eso seguro. Este sector está apartado del sistema formativo y del resto de la población. La formación no existe y eso debería cambiar", ha concluido.
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