Moisés Fenández-Roldán, farmacéutico.
La irrupción de la
inteligencia artificial (IA) en el sector sanitario plantea una pregunta inevitable:
¿es una aliada o una amenaza para los profesionales de la farmacia? En un contexto donde la tecnología avanza a un ritmo vertiginoso, la farmacia, especialmente en el entorno rural, se encuentra en una encrucijada entre aprovechar los beneficios de la automatización y preservar su esencia con el factor humano.
Y es que
la IA ya está transformando diversos aspectos del trabajo farmacéutico. Desde herramientas que automatizan la dispensación y facilitan la revisión, hasta asistentes virtuales capaces de ofrecer recomendaciones basadas en evidencia científica. Sin embargo,
cuando se trata del consejo farmacéutico personalizado y del contacto directo con el paciente, surgen limitaciones importantes.
Moisés Fernández-Roldán, titular de la una farmacia que lleva su nombre en la localidad de Ciruelos (Toledo), ofrece una visión clara desde la experiencia de la farmacia rural: "
La inteligencia artificial ha venido para quedarse y revolucionarlo todo. No nos podemos poner de espaldas a ella, tenemos que incorporarla en nuestro día a día para que nos facilite el trabajo, pero no debemos dejar que nos suplante", afirma.
"La IA no puede ayudar a los pacientes a desahogarse"
En declaraciones a
Redacción Médica, el farmacéutico señala la importancia de cumplir, no sólo un papel sanitario, sino también social. “
En tareas como la dispensación o el consejo farmacéutico los pacientes buscan un contacto humano, en estos campos el farmacéutico tiene que dar la cara, aunque se apoye puntualmente en la IA", señala Fernández-Roldán. Y añade un aspecto clave: "Muchas veces los pacientes lo que quieren es desahogarse, más que un consejo y eso hoy por hoy la IA no puede hacerlo".
Lejos de rechazar la tecnología, este farmacéutico rural apuesta por integrarla con criterio. Utilizar la IA como apoyo en la elaboración de vídeos educativos sobre medicamentos y alimentación, o también como herramienta de consulta y contraste de información. Ejemplos como este demuestran que
la IA puede ser un complemento útil, siempre que esté al servicio del profesional y no al revés.
El
miedo a la pérdida de empleo en el sector farmacéutico por la automatización es algo común cuando se habla de digitalización, pero debe matizarse. Las tareas repetitivas o logísticas pueden ser optimizadas por algoritmos o robots, pero el valor añadido del farmacéutico reside en su capacidad de interpretar, comunicar y empatizar. En este sentido, la IA no debe sustituir, tal y como inciden desde la farmacia rural, sino potenciar el papel del profesional.
En conclusión, la inteligencia artificial no es una amenaza en sí misma, sino una
herramienta poderosa que debe integrarse con visión ética y profesional. En la farmacia rural, donde la relación con el paciente es especialmente estrecha, el contacto humano sigue siendo insustituible. Como señala Fernández-Roldán, se trata de apoyarse en la tecnología, pero sin perder la esencia del servicio farmacéutico: la cercanía, la confianza y el trato personal.
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