Proponer debates no es sencillo cuando todos estamos empapados en gasolina, y a uno se le ocurre sacar una cerilla. Habrá quien diga que es una imprudencia de pirómano, y que por lo tanto están merecidos todos los palos recibidos, vengan de donde vengan. Pero también es posible que uno pretenda llevar si quiera algo de luz cuando parece vivirse en la oscuridad, aun a riesgo de quemarse a lo bonzo.

La Atención Primaria lleva años carcomiéndose. Es un enfermo de lepra de los que se aislaban en islas en las que sólo se atrevía a pisar el padre Damián. Trabajo en este ámbito hace 30 años, salvo los pequeños paréntesis de mi formación MIR, que transcurrió en dos tercios de su extensión en un hospital. Sarcasmos formativos que aun hoy arrastramos. Repaso escritos olvidados de hace años, y rezuman las mismas penas. Las mismas. Las nuevas tecnologías y las nuevas viejas pandemias que creíamos que nuestra moderna sociedad había superado para siempre jamás, le han llevado a entrar en cuidados paliativos: todos sabemos cUal va a ser su final, aunque nos muramos de pena con ella.

Algunos y algunas trabajan ya con los dos pies en el crematorio; otras y otros nos resistimos a que nos entierren, procuramos mantenernos más cerca de quienes más nos necesitan, y rodeamos nuestras pequeñas aldeas galas de altas empalizadas en cuyo interior el sol sigue saliendo, los pájaros cantan y la vida es color de rosa chicle. Pero allá afuera, seguimos siendo ese profesor que suspende a toda su clase año tras año, y año tras año sigue pensando que sus alumnos son muy torpes. Nos cuesta pararnos y pensar si este traje de pantalones de campana y cuellos enormes de la voluntariosa Alma Ata setentera le vale a esta sociedad a la que la vida y el mundo le cabe en el bolsillo del pantalón.

Cuatro años formándote en esa maravillosa especialidad en personas, en la Medicina de “toda la vida”, para encender una pantalla en una habitación de un centro de salud o de un hospital, mirar a la cara a una paciente a la que le duele la espalda, pedirle una radiografía y pautarle un antiinflamatorio inyectado. Y que encima se vaya tan satisfecha pensando que esa es la atención que desea. Cuatro años. Pasan los MIRes sin cubrir todas las plazas de Familia disponibles. Y nos extraña, porque, quién quiere comprar ese futuro.


"Mejor seguimos creyendo que estudiantes que pasan 4 de sus 6 años de carrera universitaria recibiendo clases y haciendo prácticas en hospitales, luego van a querer lanzarse al romanticismo de la Medicina Rural"



Abrir el melón de un modelo asistencial más ajustado a la sociedad que tenemos, en vez de que se nos seque la boca pidiéndole una y otra vez a esa sociedad que cambie y se convierta en lo que nosotros queremos que sea, debe ser un pecado. Debe ser tan delictivo como hablar de la muerte en el lecho de muerte del enfermo. Pero algún día tendremos que hacerlo porque los eslóganes de los políticos y lo importante que es para todos la Atención Primaria ya se han convertido en algo nauseoso que no se creen ni los más incautos.

Mejor seguimos cerrando los ojos cuando nuestros jefes contratan médic@s recién salidos de las Facultades siempre y cuando sea para poderme ir yo de vacaciones cuando quiera y me venga bien. Mejor seguimos pensando que un día se levantarán al unísono gestores y pacientes y clamarán por llevar el dinero a los consultorios y centros de salud, en vez de hacerlo a los hospitales y sus tecnoliogías. Mejor seguimos creyendo que estudiantes que pasan 4 de sus 6 años de carrera universitaria recibiendo clases y haciendo prácticas en hospitales, luego van a querer lanzarse al romanticismo de la Medicina Rural, a la Medicina descarnada del barrio pobre de solemnidad, o a la descreída de las zonas urbanas más acomodadas. Nada, sigamos sin remover las conciencias, dejémonos llevar por el marasmo para no pisar los callos de tantos intereses creados, hasta la merecida jubilación o la depresión o el infarto, vaya usted a saber en qué caso nos veremos. Y disculpen de antemano tantos y tantas gentes de bien a las que he ofendido e incomodado, y esas tantas otras “de mal” a las que hubiera ofendido tanto hablando como permaneciendo callado. Mi mayor pena es esa enorme cantidad de gente a la que ya, ni fú ni fa.