Se han puesto de moda en los últimos años, como tantas otras cosas procedentes de USA, las llamadas “fake news”, “noticias falsas” o mejor “noticias falseadas” pues como señala la FUNDEU, su adulteración es siempre premeditada, son un engaño intencional o como las define el diccionario Collins “información falsa, a menudo sensacional, diseminada bajo la apariencia de noticias”.

Su mera existencia y la aparente facilidad con que se difunden y adquieren una amplia credibilidad hacen las delicias de todo investigador de la mente humana que se precie y las teorías se multiplican casi tanto como las noticias falsas. Ya hablaba hace unas décadas Georges Pickering, un profesor de Medicina de Oxford, de “la misteriosa viabilidad de lo falso” para referirse al hecho de que basta que una noticia o una idea sea falsa para que tenga una difusión y una aceptación muy superior a la que tendrían si fuera cierta. Aunque todo el mundo asocia hoy este fenómeno a internet y las redes sociales, lo cierto es que a otra escala ha existido desde tiempos inmemoriales: se utilizó en la antigüedad alternativamente contra cristianos, judíos y herejes varios y a lo largo de la historia hay múltiples ejemplos que acaban desembocando en la Alemania nazi del siglo XX y sus delirios étnicos.


"Las malas siembras acaban dando frutos podridos muchos años después"


Pero hay un ejemplo paradigmático y no muy conocido de “fake news” en materia de trasplantes en el contexto de la guerra fría entre USA y la URSS durante los años ochenta: el secuestro y descuartizamiento de bebés para trasplantar sus órganos. El asunto surge en 1987, casi simultáneamente en Honduras y Guatemala cuando dos periodistas de reputación más que dudosa publican sin prueba alguna, sendos reportajes en los que describen en sus respectivos países unas “granjas de engorde” de bebés donde de vez en cuando acuden misteriosos traficantes que se llevan unos cuantos para que sus órganos sean trasplantados aparentemente en Estados Unidos. Ni el gobierno hondureño ni el guatemalteco (ni por supuesto los norteamericanos) encontraron indicios de tal atrocidad. 

La faena se complementa meses después en los dos medios emblemáticos de propaganda soviética: el diario moscovita PRAVDA y la agencia TASS, donde se afirma que miles de niños hondureños son trasladados a los Estados Unidos y allí utilizados como fuentes de órganos para trasplantes. Como no podía ser menos L’Humanité, el periódico del Partido Comunista francés se hace eco de la historia en un corta y pega pre-digital y la bola va creciendo sin que nadie encuentre la más mínima prueba de nada pese a que mucha gente las buscó y otros nos dedicamos a argumentar técnicamente lo disparatado de las noticias que no obstante muchos creían sin pestañear. Algún efecto colateral si hubo como el linchamiento hasta la muerte de varios turistas en Guatemala ante los rumores de que estaban allí para llevarse a sus niños. El gobierno USA ya comienza a sostener entonces la tesis de que la KGB soviética está detrás de estos bulos.

El fenómeno se atempera con la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la URSS en 1989 pero ya ha adquirido vida propia y se alimenta con nuevos bulos. Un religioso, cansado de que los niños de la calle desaparezcan en varios países de América Latina sin que a nadie parezca importarle lo más mínimo, y con la más que probable intervención de bandas paramilitares sostenidas por los gobiernos de entonces, se inventa que en realidad los raptan para usar sus órganos para trasplante, con lo que  consigue la atención del mundo entero. Lo propio hace la policía de Rio de Janeiro para unos meses después demostrarse que son ellos mismos quienes se encargan de liquidar los “meninos da rua”.

Mucha gente saca partido de la hipótesis de los trasplantes, no menos tontos útiles les jalean, algunos desde el Parlamento Europeo con una delirante declaración presentada por el oncólogo francés de etnia judía Léon Schwartzenberg, con entendibles traumas infantiles con los nazis que dio por probada la importación a Europa de 3000 niños brasileños para trasplantar sus órganos sin que obviamente nadie viera jamás ninguno de ellos con lo que cualquiera que conozca mínimamente el tema puede imaginar que de repente aparezcan miles de enfermos trasplantados, sin que nadie sepa cómo ni dónde y que hay que seguir clínicamente de por vida.

En 1996 la polémica llega a España de la mano de la insólita concesión del Premio Juan Carlos I de periodismo a la periodista brasileña Beatriz Magno por unas historias inventadas sobre el rapto de niños en América Latina que provocó un incidente diplomático con Estados Unidos y un choque frontal con la ONT que acabó con la demostración de la falsedad de los escritos premiados, el bochorno del insigne jurado que lo concedió y la satisfacción de la embajada USA. Por desgracia el daño estaba ya hecho y la gran polémica desatada, sin precedentes en toda la historia de la ONT, se tradujo en una caída temporal de las donaciones en España que hasta publicamos en TRANSPLANTATION, una revista médica de alto impacto.

Hoy todo esto es historia. Los rusos se dedican a lanzar otras invenciones probablemente mucho más tóxicas, el tráfico de órganos es una triste realidad, pero con otras formas que nada tienen que ver con aquellas monstruosidades inventadas, pero su huella ha quedado en el subconsciente colectivo porque conecta con mitos y terrores ancestrales que han existido en todas las culturas como las leyendas de ogros, el hombre del saco o el secuestro de niños para brujerías. No es de extrañar por tanto que vuelvan de vez en cuando en forma de tragedia como ocurrió hace un par de años en Huaycan, un pueblo cerca de Lima, donde los falsos rumores de extranjeros en busca de niños para trasplantes provocaron grandes disturbios con saqueos masivos y hasta un muerto. Las malas siembras acaban dando frutos podridos muchos años después.