Decía Epicteto de Frigia que “No hay que tener miedo de la pobreza ni del destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte. De lo que hay que tener miedo es del propio miedo”. Una frase para analizar y dar el valor que tiene. Miedo del propio miedo. En el momento crítico que vivimos, un tiempo en el que parece que hay consenso en relación a la profunda crisis que sufre el Sistema Nacional de Salud, es complicado que aparezcan opiniones y propuestas de cambio que sean “rompedoras”, que no sean de más de lo mismo, sin planteamientos de alternativas o modelos que supongan un profundo cambio, y lo es por miedo.

Es difícil opinar con libertad y sin miedo a ser lapidado por quienes no piensen igual. Las redes sociales son muy interesantes, pero pueden ocasionar serios problemas si te metes en ciertos charcos. Una jauría de opinadores sale en tromba y te pueden amargar durante un tiempo. Esto genera un miedo que puede resultar insalvable y, por ello, se prefiere optar por el silencio. Pero hay momentos en la vida y trayectoria profesional en los que ya uno está de vuelta de todo y es el momento de hablar con libertad, sin miedo y, cubierto de una coraza, lanzar sus pensamientos a los cuatro vientos.

La política vive momentos convulsos, enfrentamientos que a veces sobrepasan lo esperado, enconamiento, cada día más utilización de la descalificación personal, “ideologización máxima enroscada en las cabezas”, … esto hace que mucha gente tenga miedo y no diga abiertamente lo que piensa. Con ello, lo que se consigue, es que no exista un debate tranquilo y basado en el respeto a las ideas del contrario, de las que se puede discrepar y se pueden rebatir, dejando las descalificaciones personales a un lado. Pero si se exponen y no gustan, lo mismo eres un “izquierdista pancartero” que un “fascista” y así no hay quien, teniendo ideas y propuestas, las haga públicas sin miedo.

La sanidad pública y universal no es gratuita


Lo políticamente correcto es hablar de una Sanidad pública, universal y “gratuita”. Yo es que no entiendo esta frase que tanto se utiliza para definir un modelo de sanidad que, efectivamente, es pública, es prácticamente universal y, desde luego, no es gratuita. La pagamos con nuestros impuestos y con algunos “copagos”, por ejemplo, los de farmacia, las prestaciones ortoprotésicas, óptica, odontología, etc. Vamos que, de gratuita, nada de nada.

El Sistema Nacional de Salud tiene muchas prestaciones y también tiene muchas cosas que sobran. Sobra lo que se deriva de una medicalización excesiva de la vida, el abuso de utilización de servicios, infantilización, falta de educación sanitaria y autocuidados, burocratización innecesaria, utilización de la urgencia de forma inadecuada, etc. Se ha fomentado el exceso de dependencia del sistema sanitario, sobran los anuncios habituales tipo “si le duele o tiene…consulte con su especialista”, de forma que esto ocasiona una demanda inducida que sobrecarga y hace imposible darle respuesta.

Las alternativas son muchas y variadas, pero algunas son complejas: incremento del gasto en sanidad, limitar demandas infinitas, modelos de consenso para un cambio relaciones laborales, el modelo “privatización”, universalizar el modelo mutualidades con libre elección y competencia entre proveedores del servicio (modelo MUFACE. ISFAS y MUGEJU), etc. Hablar de estos modelos y someterlos a un serio y profundo análisis es algo que echo en falta. De ello se podría derivar la toma de decisiones basadas en la evidencia y no tanto en la pura ideología. No creo que lo vea, pero sería necesario.


"Llega el momento de decir que hay que poner límites. Sí, límites a una demanda infinita y en muchas ocasiones innecesaria, a cierto abuso de los servicios"



Y dicho esto, llega el momento de decir que hay que poner límites. Sí, límites a una demanda infinita y en muchas ocasiones innecesaria, a cierto abuso de los servicios, a poner sobre la mesa la necesidad de contribuir a la financiación con pequeñas aportaciones por su utilización, algo que ahora resulta imposible de plantear, no digo implantar, simplemente plantear el debate y el detalle de cómo, cuanto y quien debería hacer estas aportaciones. Sí, hablo de pagar una tasa, que suena mejor, un ticket moderador, algo menos suave, o el denostado copago, eso de lo que nadie quiere hablar. Sobre esto quiero recordar una anécdota que viví hace unos 25 años. Imagina, Calle Alcalá 56, sede del INSALUD, salón de actos, reunidos gerentes de los hospitales, conferencia de la responsable de la sanidad de Suecia, el equivalente a la ministra de sanidad, presentando su modelo sanitario, llega el momento y dice que, en Suecia, el paciente debe pagar una cantidad por cada consulta. Recuerdo cierto murmullo, también que alguien pregunta, ¿cómo es posible que el país modelo de “socialdemocracia” más avanzado plantea un copago?, y la respuesta: “es que en Suecia todos pueden pagarlo y, solo tienen que decidir que prefieren, pagar una tasa por su consulta o tomarse una cerveza”. Nos dejó impactados.

Definir que se debe pagar, quien, qué cantidad, hasta cuanto al año, quien decide lo que se somete a esta tasa y lo que no, todo esto sería necesario someterlo a un riguroso análisis y consenso para no hacer batalla política de ello y evitar el enfrentamiento que haga que el miedo paralice las acciones necesarias. No digo que esto sea la solución, pero si puede ser una parte de estas, por supuesto con otras muchas decisiones que hay que abordar sin miedo. Financiación, mejora de estructuras, planificación de plantillas, adecuación de estas a las necesidades, nuevo marco laboral (fuera en estatuto marco y nuevo estatuto para personal facultativo…), etc., son otros de los debates que deberían terminar con consenso y reforma.

Volviendo al inicio, no tengamos miedo de nuestro propio miedo, hablemos, debatamos, argumentemos, analicemos, valoremos, propongamos, pero no callemos y sigamos escondiendo y evitando el problema que, de no hacer nada, terminará por arrasar nuestro Sistema Nacional de Salud.