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25 ene. 2021 10:40H
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La situación que vivimos en estos momentos, el desorden y descontrol asociado a la gestión de esta pandemia, sí, insisto, pandemia de unas dimensiones que no podemos olvidar, la mayor crisis sanitaria mundial en los últimos 100 años, me hace recordar lo que decía Rafael Barrett: “Las autoridades no son verdaderamente lo que deberían ser. De ellas suele partir el desorden y el peligro. A veces es necesario un motín para restablecer el orden”.

Corría el mes de febrero de 2020, de fuera de España y en general de todos los países desarrollados, llegaban noticias de un lejano país llamado China, de un lugar llamado Wuhan, en el que se describía una enfermedad que se caracterizaba por la aparición de una neumonía bilateral con una mortalidad muy elevada. Se confinaban a millones de ciudadanos, nos empezamos a familiarizar con esta palabra, “confinar”. También empezamos a ver que la utilización de la mascarilla ya no era algo “típico” del paisaje urbano de Tokio o Pekín. Algo pasaba, pero nosotros lo veíamos lejano.

Comenzaron a ser noticia diaria, la Organización Mundial de la Salud (OMS) alerta y comienza su posicionamiento cambiante sobre este problema de salud. Se llega a declarar la pandemia.

En España, nuestro país, empezamos a ver esas apariciones diarias del Dr. Simón, popularizado como Fernando Simón, incluso como “Don Simón”, en las que nos daba información de la evolución de la enfermedad. Que a España no llegaría o, en todo caso, serian algunos casos aislados; que no era necesario el uso de las mascarillas; que las manifestaciones de 8 de marzo no eran un riesgo, incluso le diría a su hijo que acudiera sin problema.

De estos inicios, pasamos a las comparecencias para explicarnos “la curva”. Que, si la curva sube, si ahora parece que es más lenta la subida, que nos acercamos al pico, que se aplana, que se doblega, etc.; La curva ya era muy familiar para todos.

Y mientras señalaba con el dedo a la curva, el sistema sanitario se rompía, se colapsaba, veía que la Atención Primaria era incapaz de contener la situación, era desbordada y arrasada por un tsunami que le pasaba por encima. Como consecuencia de ello, el resto del sistema también colapsaba. La urgencia extrahospitalaria no podía hacer frente a toda la demanda, los hospitales ingresaban pacientes de Covid-19 a ritmo inasumible. Doblaban habitaciones individuales, triplicaban las dobles, habilitaban gimnasios, pasillos, bibliotecas, etc., para convertirlos en salas de hospitalización.

Llegamos al colapso de las camas de críticos. Las UCIs se llenaron, los pacientes que precisaban de estas unidades aumentaban por momentos; se habilitan camas de UCI allá donde era posible, reanimaciones postquirúrgicas, quirófanos, se trasforman UCIs pediátricas en UCIs de adultos. Se llega a triplicar el número de las mal llamadas camas de UCI. Y lo peor, las Administraciones sanitarias ya hacen de estas camas algo normal, las incorporan al arsenal como si lo fueran realmente.

La curva, por fin se doblega, descienden los casos de nuevos pacientes, se vuelve a un estado de “nueva normalidad”, una normalidad que nunca lo fue realmente. Me recuerda mucho a la analgesia de la primera guerra mundial: si las heridas de guerra provocaban intenso dolor en una pierna, a falta de analgésicos, se daban un golpe en la misma, se elevaba tanto el dolor que la vuelta al estado de dolor basal ya era un alivio. Pues esto mismo hemos sufrido en este caso en lo que se refiere a la situación del Sistema de Salud.

Claro, en esta situación, nuestro preclaro presidente del Gobierno sale y dice: hemos ganado la batalla al virus, salimos mas fuertes, vamos todos a disfrutar del verano, salid, consumid, …y claro, salimos, nos relacionamos, nos relajamos y, como era de esperar, dimos munición al virus y nos metimos en la segunda ola. Otra vez vuelta a empezar, menos grave y sin llegar al extremo de la primera, pero también mal.

Y cuando se pasaba la segunda ola, llegan las fiestas de todo el mes de diciembre. El puente de primeros de mes, las navidades, las fiestas, las luces de Navidad, las aglomeraciones y, con ello, el “salvar la Navidad” y la tercera ola que vivimos, esta mucho mas importante y que se empieza a parecer a la que vivimos al inicio de esta crisis. Pero con una diferencia, en esta ocasión hay una esperanza llamada vacuna. Aunque aparece una variante del virus, la variante británica, mucho mas infecciosa. De nuevo aparece el Dr. Simón y nos da unas lecciones. Que esta variante será testimonial dice hoy y, en una semana, nos cuenta que en breve podría ser la que circule en España alrededor del 40%. Es que el hombre no da una.

Efectivamente, llegan las primeras dosis de vacunas. Alegría, el principio del fin, en verano vacunados el 70%, todo muy bien. Pero esto, que parece tan bueno, es de nuevo objeto de peleas políticas, que a mi me das menos, que yo quiero más, que yo me organizo como me da la gana, que si reservo la mitad, pues yo me pongo a vacunar y salir el primero en la lista, etc. Una pelea de niños por salir en la foto, una demostración de la estulticia de muchos de nuestros gobernantes. Y, a todo esto, el ministro, la máxima autoridad que debería dirigir este caos, anuncia su marcha.

Aparece la picaresca española. Que si me vacuno de tapadillo, que si vacuno a todo el que pasa por aquí sin respetar un protocolo, que yo en mi comunidad mando y organizo como quiero, que yo saco 5 dosis, pues yo 6, etc. Un auténtico desmadre. Así estamos. Por eso me remito al inicio de este artículo y afirmo, como Rafael Barrett, lo mismo hace falta un motín para restablecer el orden, pues en la autoridad está el peligro. Y lo digo solo para poner claro que estamos en una situación de riesgo, sin otra intención, pues como se decía en la película el jovencito Frankenstein, “un motín es una cosa muy seria”.