Es posible que los planes de formación continuada de determinadas asociaciones farmacéuticas establezcan entre sus prioridades formar a los farmacéuticos en nuevos campos competenciales que, en mi opinión, están alejados de las competencias que la Ley de Ordenación de las Profesiones les atribuye, y que, también a mi parecer, les circunscribe a acometer en su práctica “actividades dirigidas a la producción, conservación y dispensación de los medicamentos, así como la colaboración en los procesos analíticos, farmacoterapéuticos y de vigilancia de la salud pública”. 

Claro que, bajo cualquier marco legal y profesional, cabe establecer rutas de desarrollo profesional legítimas. Pero éstas dejan de ser tales cuando las competencias están encomendadas a otras profesiones y, ante todo, cuando –como ocurre con los farmacéuticos– no tienen competencias en la asistencia sanitaria directa a las personas y sólo se les reconoce la colaboración en los procesos farmacoterapéuticos.

Es posible que las sociedades o asociaciones farmacéuticas formen a sus asociados para que éstos se inicien en la aventura de la asistencia directa a las personas “para introducir los cambios necesarios en los nuevos tiempos: autocuidado, adherencia a los tratamientos, atención farmacéutica en alimentación, tabaquismo…”, como asegura Yolanda Tellaeche Bacigalupe, farmacéutica comunitaria, cuando reprocha a Máximo González Jurado defender unas competencias que, obviamente, no les corresponden y que es posible que, desde su propuesta, tampoco encajen en el Sistema Nacional de Salud (SNS).

Siempre he respetado a los compañeros farmacéuticos con los que he trabajado, y tengo amigos entre ellos. Siempre he tenido clara su labor, pero no acierto a entender esta nueva deriva asistencial porque creo, sinceramente, que está en un plano para el que no se preparan durante su Grado y que tiene más aristas que las que puede cubrir una formación continuada.

Resulta obvio que, en el ámbito del medicamento, los farmacéuticos son los profesionales a los que acudimos, por lo menos los enfermeros de Primaria, y así me consta que también se hace en el ámbito hospitalario, para resolver todo tipo de dudas que afectan al manejo, utilización, vías de administración, combinación, etc., de los medicamentos.

También nos mantienen informados y alertas sobre los problemas que existen o que se pueden dar con muchos de los medicamentos, pero no veo cómo nos podemos coordinar en otro ámbito o en otro plano, salvo que asuman unas nuevas competencias para las que, hoy por hoy, no les capacita la ley.

Es posible que tengan las relaciones y los recursos para hacerse oír y seguir su propia hoja de ruta, pero eso no justifica su difícil encaje dentro del sistema de salud, porque una cosa es coordinarse en lo complementario, es decir, “unir dos o más cosas de manera que formen una unidad o un conjunto armonioso”, y otra cosa muy distinta es derivarnos pacientes para cuidarlos o tratarlos.

Puedo entender sus aspiraciones, pero no creo que, en este caso, sean legítimas, sobre todo porque algunas de ellas son competencias que corresponden a la ciencia médica, en cuanto al abordaje de problemas y/o patologías se refiere, y que, además, tienen incluidas en sus taxonomías médicas, en tanto que otras corresponden a la ciencia de los cuidados enfermeros, en cuanto al abordaje de los problemas de cuidados, autocuidados y suplencia que atañen a los pacientes, y que también están incluidos en nuestras taxonomías.

Sinceramente, no lo veo. No veo la necesidad de que el farmacéutico se incorpore, arañando algunos problemas de salud a otras profesiones, a la asistencia sanitaria directa a los pacientes.

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