Este jueves se aprobó en la Asamblea de Madrid la nueva Ley de Farmacia para nuestra región. Es una buena noticia por muchas razones, pero sobre todo por tres (o cuatro).

Primero, porque es una norma que empieza aludiendo a la libertad de los usuarios del sector que regula, a la libre elección de los madrileños para relacionarse con su oficina de farmacia, consultara sus profesionales, contratar sus servicios y adquirir los tratamientos más adecuados.Y es muy saludable que una norma empiece reconociendo que es meramente un instrumento a disposición de los ciudadanos, sobre todo en tiempos en los que hay quienes anhelan sin disimulo lo contrario: ciudadanos a disposición de las leyes más peculiares. Con el nuevo texto se ponen las bases para una farmacia más flexible, con menos trabas para establecerse y con más oportunidades para ofrecer un servicio de calidad.

Además, se hace legallo que ya era posible técnicamente. Una atención que trascienda los límites físicos de la botica y pueda acercarse al domicilio de quienes tienen más dificultad para acudir en persona a recibirla. Frente a los alegatos que llevamos tiempo soportando en contra de la reforma, se impone finalmente el sentido común de actualizar una norma redactada a finales de los años 90. ¿A alguien se le ocurre un servicio básico y cotidiano al que se le obligue a funcionar al margen del avance tecnológico de los últimos 25 años?


"La nueva ley, en suma, nos trae una farmacia más libre, más cercana y más humana"



En tercer lugar, la ley anticipa una farmacia más humana, y lo hace más allá de toda retórica buenista. Porque facilitando el acceso, permitiendo desarrollar las capacidades de los profesionales y reforzando su relación de confianza con los usuarios es como se construye un servicio sanitario a la medida de las personas. Y no sembrando dudas o promoviendo enfrentamientos artificiales entre profesiones que están al servicio del mismo fin. Porque frente a cualquier campaña de descrédito de la farmacia está su condición de establecimiento sanitario no sólo indispensable, sino también especialmente querido por sus usuarios.

La nueva ley, en suma, nos trae una farmacia más libre, más cercana y más humana. Además, nos habla de una forma de hacer política que prioriza el interés de todos sobre los intereses de unos pocos. Hoy me vienen a la memoria tres momentos en el largo camino de esta reforma.

El primero en otoño de 2018, cuando existiendo un anteproyecto preparado para el debate se bloqueó la posibilidad de llevarlo adelante. Y lo hizo precisamente el socio de investidura del gobierno de entonces, animado por no se sabe qué razones.

El segundo, a unos días de las elecciones de mayo de 2019, cuando en un debate sobre la cuestión acogido por el Colegio de Farmacéuticos los partidos de la izquierda más radical ni siquiera enviaron portavoces. El que marca la diferencia fue el tercero, que ocurrió entre los dos anteriores y fue el compromiso de Isabel Díaz Ayuso, contraído en marzo de 2019, de cara a la aprobación de una nueva ley de farmacia para Madrid.

Cuando en 2019 se comprometió la reforma, ya era evidente -salvo para algunos- la necesidad de actualizar el marco en el que en Madrid se ofrecía la atención farmacéutica. Apenas unos meses después, la realidad de la pandemia hizo terriblemente presente esa necesidad en cada uno de nuestros hogares, y los farmacéuticos dieron la talla.Ahora, después de muchas palabras, pero también de muchos silencios, se cumple el compromiso y se pone al servicio de Madrid una herramienta mejor para la protección de nuestra salud. Obras son amores.