En España hemos progresado mucho, hasta convertirnos en un país de referencia internacional, en el ámbito de la formación postgraduada de Medicina y Enfermería Familiar y Comunitaria pero no ha sucedido lo mismo en lo relativo a la formación graduada, sobre todo en la de Medicina. Los que en algún momento tuvieron (o tuvimos) capacidad de influencia en este ámbito, principalmente en los años 80 y principios de los 90, cometieron el error de no priorizar suficientemente la reivindicación del papel que debería corresponderle a la APyC y la Medicina y Enfermería de Familia y Comunitaria en el seno de la Universidad. Hecha esta autocrítica inicial no puede dejarse de reconocer que las dificultades y oposición planteadas a este reconocimiento desde el propio campo universitario eran, y aún lo son hoy, extraordinariamente potentes, tanto por lo que hace a su instauración como ámbito específico de enseñanza como a la generación de estructuras y profesorado académico propios.

En los últimos 10 años estamos asistiendo a un crecimiento muy importante del número de facultades de Medicina en España habiendo pasado de 28 a 50, de las cuales 36 son públicas y 14 privadas. Este movimiento expansivo ha tenido como consecuencia un cambio claro en la interacción entre la APyC y las facultades: entre finales de los años 80 del siglo pasado y final de la primera década del presente eran los centros y servicios de APyC los que acudían a los responsables universitarios para solicitarles alguna concesión, por escasa que fuera, en este campo en el terreno del reconocimiento universitario de los centros o de parte de sus profesionales. Hoy son las universidades las que buscan afanosamente la participación de los centros y profesionales de APyC en el campo universitario, si bien es cierto que habitualmente lo hacen siguiendo las premisas consuetudinarias que atribuyen a la APyC, a sus centros y profesionales, un papel de comparsa secundario, esencialmente como lugar para realización de prácticas y sin ningún papel protagonista en el diseño de las estructuras y contenidos docentes.

Parece llegada la hora, ya que no se hizo en el momento primigenio, de introducir cambios cualitativos esenciales en la interacción entre APyC y Universidad sentando las bases de un nuevo marco de colaboración que reconozca la importancia que este ámbito ha de tener en la formación graduada de unos profesionales en cuyo perfil competencial el enfoque holístico centrado en la persona y su contexto se ha de situar, al menos, en el mismo nivel de importancia que el derivado del conocimiento concreto de otros campos, con un componente esencialmente tecnológico, de las ciencias de la salud. Sin entrar en mayores profundidades esta afirmación se justifica ya inicialmente con el simple hecho de que la mayor parte de los graduados en ciencias de la salud acabarán ejerciendo en el campo de la APyC.

Establecidas estas premisas parece claro que el nuevo marco de interacción entre la APyC y las instituciones y estructuras universitarias debe basarse en una premisa esencial: la de igualdad respecto a las que hasta hoy ostentan la “patente” del conocimiento académico. Esta igualdad, para hacer aceptable y justa la colaboración entre ambas partes, debe traducirse operativamente, al menos, en los siguientes ámbitos:
  1. Participación conjunta de la APyC con el resto de las disciplinas académicas en el diseño de los contenidos docentes de las distintas materias del curriculum, hecho que se ha de plasmar en la introducción en las mismas de su perspectiva conceptual y técnica, así como de sus contenidos teóricos y prácticos.
  2. Desarrollo de una estructura académica universitaria propia de APyC/M.de Familia
  3. Integración longitudinal de los conceptos y contenidos propios de la APyC a lo largo y ancho de todo el curriculum de grado. La incorporación de una asignatura propia es un avance, pero nunca el objetivo final. Es preciso que la teoría y práctica propia de la APyC impregne el conjunto del curriculum académico si realmente queremos conseguir un cambio cualitativo real en la enseñanza universitaria actual de las ciencias de la salud.
  4. Reconocimiento académico y de compensaciones en régimen de igualdad con el de otros campos del profesorado procedente de la APyC, aplicando la máxima de “sin privilegios pero sin minusvaloraciones apriorísticas”.
  5. Establecimiento contractual de la relación entre los centros y servicios de APyC y la Universidad en que se especifiquen con precisión los reconocimientos y compensaciones que deben recibir las entidades y sus profesionales por dicha colaboración.
  6. Participación efectiva de los centros y profesionales de APyC en los estudios de postgrado (másters, cursos específicos...) propios de la universidad.

No pretendemos ser exhaustivos. Nuestro objetivo es hacer patente la necesidad de reconsiderar en profundidad el contexto en que hasta hoy se vienen produciendo las interacciones APyC y universidad si queremos que vean la luz cambios cualitativos importantes en la orientación estratégica y operativización de los estudios de grado en ciencias de la salud. Una nueva visualización de la APyC en el campo universitario puede ayudar, aunque no sea el elemento determinante del proceso, a que estas innovaciones se produzcan.