La Revista

El director del IdiPAZ recuerda su relación con la isla y la opresión de un sistema que daba alas pero sin dejar volar

Eduardo Collazo, el investigador médico que venció la represión de Castro
Eduardo López Collazo, director del Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Universitario de La Paz (IdiPAZ).


3 dic. 2016 20:00H
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POR JOSÉ A. PUGLISI
Un niño juega en las calles de un pequeño pueblo de Cuba. Entre sus dedos se desliza una pelota, mientras su mirada se posa en el infinito. Su mente está muy lejos. Donde no le alcanzan los efectos de la Guerra Fría, los discursos de Fidel Castro o las trágicas historias de quienes probaban suerte en una balsa con destino Estados Unidos. Nadie se imagina que ese delgado joven que recorre las calles de Jovellanos, el único pueblo de la isla que lleva el apellido de un escritor español, se convertirá dentro de unos años en el director del Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Universitario de La Paz (IdiPAZ).

“De niño soñaba mucho. Soñaba cómo salir de Cuba”. Así recuerda  Eduardo López Collazo su infancia. Una etapa en la que descubrió que era “un cultureta encantado con las historias que conocía sobre Europa”. Su pasión por el ‘viejo continente’ la encontró en las aulas de clase, donde recibió una educación de la que se siente aún agradecido. “En esa época nos enseñaban a pensar y, cuando eso ocurre, es normal que se empiecen a cuestionar los principios establecidos. Algunos de ellos, relacionados con la política. El gobierno nos había dado alas en clase, pero también se encargaba de no permitirnos volar”.

Con la amenaza de una tercera guerra mundial estremeciendo al mundo, Collazo entró a la universidad para formarse en Física Nuclear. Su interés, sin embargo, no estaba en el conflicto, sino en los confines de la ciencia. “Quería descubrir lo desconocido. Por eso me decidí por Física Nuclear. Comprendí que si estudiaba lo más complicado, resolver dudas en otras áreas sería mucho más sencillo”. La inversión que recibía Cuba con el fin de desarrollar su programa nuclear abría las puertas de muchos campos de investigación a los que aspiraba, pero la caída del bloque soviético cambió todas las reglas del juego. “Aunque se contó con menos recursos, me mantuve firme en mis esfuerzos e hice un doctorado en Física Nuclear”.

El título no sació su sed de conocimiento. El joven cubano necesitaba más herramientas para descubrir el mundo que tanto le intrigaba. Las buscó en el área de la Biotecnología, donde se sumergió a través de un máster. Su destacado desempeño fue la llave de entrada al Centro de Ingeniería Genética y Biotecnológica, “uno de los proyectos preferidos de Fidel Castro. Él creía que esta institución le ayudaría a reducir los 10 años de ventaja que les tenía Estados Unidos en materia de investigación científica”. Ahí, en esa gran iniciativa para luchar contra el ‘imperio norteamericano’, Collazo se toparía el plan del destino: emigrar a España.

Enfrentamiento con el régimen

Collazo de niño en Cuba.

“Mi conflicto con el gobierno fue culpa de una chiquillada”. En realidad, fue un efecto colateral. Uno de sus compañeros del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnológica se atrevió a bromear sobre la comida que recibían. Los directores no encontraron la gracia en el comentario y le sancionaron con la expulsión. Un castigo que repercutió también en Collazo y otros profesionales que tildaron la medida de exagerada. Con el cese de su contrato, quedaba fuera de su jornada laboral de seis días que se extendía de las 8 de la mañana a 11 de la noche entre semana, y los sábados de 8 de la mañana a 5 de la tarde.

Con su salida del centro, Collazo no solo entra al paro, sino que además es rechazado en otras empresas por presiones políticas. “En las entrevistas quedaban encantados con mi currículum, me ofrecían el empleo y, al día siguiente, me llamaban para retractarse”. La única fórmula que le permitió volver al mercado laboral fue “trabajar gratuitamente por meses, hasta ganarme la confianza y permitirme el reintegro al mundo de la ciencia”. La experiencia, sin embargo, había marcado un punto de inflexión. “Ahora sabía, más que nunca, que debía cumplir mi sueño de salir de Cuba”.

En los siguientes meses se postuló a diversas becas internacionales. Obtuvo varias, pero no pudo aprovecharlas por la prohibición estatal de abandonar la isla. El campanazo sonó con un programa de intercambio con la Universidad Complutense de Madrid, pero no fue sencillo. “Primero me obligaron a pasar unas pruebas muy difíciles por parte de la administración pública. Una vez superadas, me dieron un visado especial que estaba diseñado para tener que devolverme al mes de estar en España. Poco les importaba que el proyecto tuviera una duración de un año. Sólo me querían de vuelta para no dejarme salir más”.

La astucia de Collazo valió su permanencia en España. “Una vez en Madrid comencé a valorar otras opciones legales que me permitieran, acorde con la ley, postergar el tiempo de estancia. Tras muchos trámites y esfuerzos, logré quedarme en el que sería mi nuevo país”.

Fidel Castro, “el único a quien odio”
“He odiado a una sola persona en mi vida y es Fidel Castro”. Eduardo López Collazo es contundente en su postura sobre el mandatario cubano, a quien culpa de haber sembrado el odio dentro de la población de su país. Reconoce que no se alegra por su muerte, pero lamenta que “nunca le viera sentado en un juzgado”. A su parecer, hubiera sido idóneo que “escuchara, sin el filtro de la autoridad, las historias de las vidas que destruyó en su mandato, cuando obligo a una población a vivir bajo un experimento político”. En este sentido, recuerda los atroces hechos “que ocurrieron en los campos de concentración contra homosexuales y las condenas a las que fueron sometidas personas sin un juicio justo o válido”.

El tema de Castro hace temblar su buen humor. Incluso, recuerda que “partidos como Podemos o la Candidatura de Unidad Popular (CUP) no hubieran existido en un país como Cuba, por lo que deberían entender que ser de izquierdas no avala el aplaudir a un gobernante autoritario”. 

La salvación de la investigación

La carrera profesional de Collazo creció en España como la espuma. En solo dos años obtuvo su doctorado en Farmacia, mientras comienza la búsqueda de su lugar por el mundo en centros de investigación en Estados Unidos y Alemania. Finalmente, en 2001, regresa a España para descubrir que estaba en su hogar. Ahora, después de 21 años lejos de Cuba, reconoce que “sería complejo valorar mi regreso a la isla, no están listos para que alguien de afuera les diga cómo se deben hacer las cosas y, ciertamente, es algo que comprendo”.

Eduardo López Collazo.

Aunque admite que valoraría, “como cualquier otra oferta”, la posibilidad de convertirse en Ministro de Sanidad en Cuba, reconoce que la mejor aportación que puede ofrecer es “la experiencia y conocimientos que he ido acumulando durante años”. Un background que le permite afirmar que en el país latinoamericano hacen falta cambios elementales en la sanidad.

“Es incomprensible que la misma nación que diseñó los programas de Medicina de Familia en los ochenta y ha generado grandes vacunas y medicamentos, se base en un modelo carente de condiciones, donde los médicos están mal pagados y van a trabajar montados en bicicleta porque no hay otras formas de acudir al centro de salud más cercano”, ha denunciado el director del IdiPAZ. Sin un cambio en estas condiciones, ve difícil un progreso significativo en el ámbito sanitario, ya que “los grandes proyectos se desmoronan si las bases son débiles”.

Sin olvidar su pasado, Collazo mantiene su ritmo insaciable de conocimiento. El futuro lo ve con claridad, quiere seguir sujetando las riendas del IdiPAZ, sin dejar de lado el área de investigación. “Llevar ambas áreas parece impensable, pero es posible cuando se sabe delegar y gestionar el tiempo. No puedo dejar ninguna de mis facetas”. A pesar de su reconocimiento nacional e internacional, el director mantiene la modestia y el cálido humor del caribe. Una personalidad que le permite afirmar que “sin ciencia, yo no soy nadie”, mientras en su rostro brilla la mirada soñadora de ese pequeño niño que recorría las calles de Jovellanos.
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