En las últimas décadas hemos podido asistir a hechos sin precedentes, a grandes cambios en nuestro entorno sanitario, en todos los países desarrollados. Así, por ejemplo en nuestro país, cuando se promulgó la Ley General de Sanidad en el año 86, por la cual se consagraba la equidad, la gratuidad y la accesibilidad para toda la población, no existía – ni se preveía posiblemente- ni el tremendo coste por el envejecimiento de la población, la cronificación de las enfermedades hasta entonces mortales, las necesidades socio-sanitarias derivadas de la dependencia, ni sobre todo la increíble eclosión de la innovación tecnológica y farmacológica que produce el hecho de que a día de hoy la igualdad de oportunidades para toda la población sea prácticamente inalcanzable.
 
Pero junto con estos avances en nuestro sector, se han producido de manera paralela, afortunadamente, cambios en otros entornos de la sociedad – en las telecomunicaciones, en la informática, en la construcción, etc – que si bien se han ido introduciendo con normalidad y fluidez en otras facetas de nuestras vidas, no acaban de implementarse en el sector sanitario de la misma manera, lo que impide que los pacientes, los usuarios de nuestro sistema sanitario, puedan verse beneficiados del mismo modo que lo son en otras cuestiones más cotidianas de la vida.
 
Concretamente, en el entorno sanitario público, la inflexibilidad muchas veces de la administración junto con una flagrante insuficiencia para poder financiar las necesidades socio-sanitarias a toda la población, hace que se diferencien, por cuestiones de financiación, la demanda sanitaria de la que generan los problemas socio-sanitarios y con ellos toda la dependencia. Esta segregación por cuestiones de financiación hace que no se puedan promover como se debería la implementación de este tipo de tecnologías innovadoras que sin duda ayudarían a la hora de llevar los problemas de salud. Por ejemplo, parece una incoherencia que tengamos televisión digital en todos las casas y todavía haya que ir al hospital para valorar un simple catarro o los ancianos tengan que ir al centro de salud a por las recetas.
 
Por su parte, en el sector sanitario privado, tanto las aseguradoras como los agentes encargados de la provisión no dan el salto hacia una cobertura y una oferta que vaya más allá de la propia asistencia sanitaria especializada que otorgan los hospitales clásicos, generando de esta forma un vacío, una brecha en la asistencia sanitaria ambulatoria y extra-hospitalaria a los pacientes. Estos nuevos servicios que surgen de las necesidades evidentes de nuestra estructura demográfica y social cada vez se demandan más y por lo tanto se hacen más necesarios y perentorios.
 
Está claro que el sector sanitario público, la administración tal y como se define en las distintas leyes de nuestro ordenamiento jurídico, tienen que velar por garantizar la salud de la población según las necesidades que ésta vaya requiriendo y no al revés que es lo que parece. Para ello deberá de reinventarse a través de las reformas legislativas oportunas que permitan priorizar las necesidades de la sociedad y no excluir por ningún motivo las cuestiones sanitarias de las socio-sanitarias, porque en el fondo hablamos de contribuir al bienestar social de toda la población.
 
Pero el sector sanitario privado, del mismo modo aunque por diferentes motivos, ha de acometer este reto que nos plantea ya nuestra sociedad. Independientemente de que su idiosincrasia y carácter le haga estar limitado a aquello que le demandan y contratan sus usuarios, debe dar un paso adelante que le haga salir de ese “estado de confort” que le induce a hacer siempre lo mismo, de tal forma que dé cobertura a unas necesidades que ya están planteadas y existen, pasando a ser protagonista de un nuevo escenario proactivo y estimulante que le permita ofertar dentro de su cartera de servicios, aquellas posibilidades que sin duda alguna simplificarían y harían más fácil la vida de sus propios pacientes y sus familiares.
 
De no hacerlo así, de pretender que sean ellos los que se adapten al sistema y no al revés, tanto el sector público como el sector privado, se irán progresivamente aislando de las posibilidades que nos otorga tanto el conocimiento como los avances que nos ofrece la ciencia y la tecnología en una carrera imparable hacia ese nuevo modelo evolucionado de sociedad del bienestar que todos ansiamos y en el que nuestro sector debe ocupar el lugar preeminente que le corresponde por su naturaleza y compromiso.

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