Manuel Gómez Beneyto critica un cúmulo de errores en el plan que él inició en 2007

"Los psiquiatras no ven bien la Estrategia Nacional de Salud Mental"
Manuel Gómez Beneyto, excoordinador de la Estrategia Nacional de Salud Mental.


20 oct. 2016 9:05H
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POR @JAVIERBARBADO
Un cúmulo de errores en los últimos años a cuenta de los coordinadores de la Estrategia de Salud Mental, ha influido “de forma negativa” en la imagen que tienen de ella los profesionales de la Psiquiatría, según concluye en esta entrevista quien fue su primer director en 2007. 

¿Qué ha cambiado en la atención sanitaria de los enfermos mentales en el siglo XXI?
 
En el contexto de una creciente cultura democrática y a favor de los derechos humanos, que se ha desarrollado en las últimas décadas especialmente en el mundo anglosajón, se ha producido una también progresiva sensibilización y toma de conciencia del derecho de los usuarios de los servicios sanitarios a participar en los asuntos relacionados con su salud.
 
Los usuarios han pasado a desempeñar un papel activo en la marcha de los servicios sanitarios, tanto a nivel institucional y corporativo, participando en la planificación y evaluación de los servicios, como a nivel individual, ocupando un lugar igualitario en la relación médico-enfermo.
 
En The New England Journal of Medicine, hace unos meses, se publicó un artículo documentando este desarrollo. Por cierto: esta evolución ha tenido lugar en Atención Primaria y en todas las especialidades médicas, incluyendo la salud mental, aunque, en este caso, de manera mucho más significativa.
 
¿Por qué?
 
Porque, como es sabido, las personas con trastornos mentales han sido las que peor trato humano han recibido a lo largo de toda la Historia. Recuerde la época de los manicomios, de las camisas de fuerza, de los abscesos de trementina, de las duchas de agua fría y caliente, de las lobotomías, etc. En consecuencia, su reacción ha sido más intensa y más exigente.
 
¿Ha calado esa filosofía participativa en los profesionales?

Esta filosofía ha calado en las políticas sanitarias, pero menos en los profesionales de a pie. Todavía falta mucho para que la plena participación de los usuarios sea aceptada por los médicos y digo ‘todavía’ porque el cambio es un proceso es imparable.
 

"El psiquiatra no entiende que el enfermo decida sobre su enfermedad"


¿En qué se basa para certificar ese rechazo?

Me baso en los resultados de una encuesta que llevé a cabo hace unos años entre los profesionales de los servicios públicos de salud mental. En concreto, la encuesta preguntaba acerca de la actitud frente a la participación de los usuarios, y las respuestas fueron descorazonadoras. Los profesionales, tanto de Psiquiatría como de Psicología Clínica y Enfermería, se sentían cómodos con un cierto grado de participación del paciente a nivel individual, pero de ninguna manera aceptaban la participación de los pacientes en la planificación o en la evaluación de los servicios y, todavía menos, en lo relacionado con la investigación.
 
¿Qué otras resistencias faltan por pulir en la sociedad?
 
El médico es una figura socialmente poderosa. Desde Galeno, el médico ha estado siempre al lado del poder, cosa que no debe sorprender habida cuenta de sus conocimientos especiales para demorar la muerte y aliviar el dolor.
 
Este desnivel de poder y de conocimientos entre el enfermo y el médico facilita la adopción de actitudes paternalistas, cuando no autoritarias, por parte de éste.
 
El paternalismo de los médicos constituye una importante barrera para la participación de los usuarios. En el ámbito de la salud mental, la barrera más importante es el estigma asociado a los trastornos mentales graves.
 
El prejuicio supone que los pacientes con trastornos mentales no son capaces de razonar ni de tomar responsabilidades, y, por lo tanto, de participar de forma positiva en la marcha de los servicios. Estos prejuicios persisten a pesar de que la realidad y las pruebas han demostrado su falsedad.
 
No es cierto que una persona que padezca un trastorno psicótico funcione mal en todos los aspectos de la vida, sino que puede mantener conservadas capacidades importantes y participar de forma absolutamente razonable en las cuestiones que afectan a su salud.
 
El paciente no es ‘un esquizofrénico’, sino ‘una persona que sufre esquizofrenia’, además de un ciudadano con derechos y que, pese a la enfermedad, conserva recursos y partes sanas que le capacitan para participar, aunque esto no sea posible en todos los casos y en todas las circunstancias, como también ocurre con enfermedades somáticas muy graves.
 
Usted coordinó, en 2007, la Estrategia Nacional de Salud Mental. ¿De quién fue la idea?
 
La idea partió del Ministerio de Sanidad. Ante la evidente desigualdad de extensión y de calidad de los servicios sanitarios entre las comunidades autónomas, el Ministerio se propuso desarrollar un conjunto de estrategias en temas clave como el ictus, el cáncer, la salud mental o las enfermedades raras, para elevar e igualar la calidad de la atención sanitaria en todo el territorio estatal.
 
Fernando Lamata, por entonces secretario general de Sanidad, impulsó la elaboración de una Estrategia en Salud Mental con la participación de representantes de todas las comunidades autónomas y de las asociaciones profesionales concernidas con la salud mental, así como de las asociaciones de usuarios de los servicios de salud mental y sus familiares.  La Estrategia fue un buen ejemplo de participación y de consenso entre políticos, profesionales y usuarios de los servicios.
 
Pero no se trata de una ley.
 

"Quisieron tildar de peligro público enfermedades como la esquizofrenia"


No. Las competencias sanitarias están transferidas a las comunidades autónomas y, por lo tanto, las estrategias no pueden tener un carácter prescriptivo como lo tienen las leyes. Son un conjunto de recomendaciones respaldadas por el Consejo Interterritorial (CI) del Sistema Nacional de Salud y que, por lo tanto, acarrean un fuerte compromiso político de cumplimentación, pero no tienen carácter vinculante.
 
¿Se ha quedado estancada la estrategia en Salud Mental?

Coordiné la primera edición de la Estrategia, cuya evaluación y renovación fueron aprobadas por el CI entre 2007 y 2009. Desde entonces, la Estrategia ha sido evaluada y renovada en otra ocasión, pero no ha sido aprobada por el CI. Fue rechazada en la última convocatoria del mes de febrero y, en este momento, está en un limbo, a pesar de que el nuevo texto contenía propuestas muy interesantes en relación con lo que hablábamos antes, con la toma de decisiones compartidas entre profesionales y pacientes y una propuesta sobre las voluntades anticipadas, claros ejemplos de participación de los usuarios de los servicios de salud mental en los asuntos que les conciernen.
 
¿Por qué no se aprobó?

No lo sé, estamos a la espera de que se publique el acta del CI donde quedará explicado, supongo. De todas formas es cierto que, a pesar de sus virtudes, en general la imagen de la Estrategia se ha deteriorado considerablemente en años recientes, pero yo no soy la persona más objetiva para juzgar este tema.
 
¿A qué se refiere?
 
Se han cometido errores graves. Por citar el más importante, en enero de 2014, los coordinadores de la Estrategia instaron al CI para que valorase la posibilidad de considerar determinados trastornos psiquiátricos como la esquizofrenia, los trastornos bipolares, las depresiones y los trastornos obsesivo-compulsivos como un peligro para la salud pública. Esta propuesta causó la indignación de muchos participantes de las comunidades autónomas pero, afortunadamente, los coordinadores reflexionaron y la retiraron.
 
¿Hubo algún otro error?
 
Otro error, desde mi punto de vista, fue la redacción de una serie de monografías sobre el tratamiento de diversas patologías mentales claves –trastornos de la personalidad,  conducta suicida, etc.–  elaboradas sin una revisión sistemática previa de la bibliografía pertinente y simplemente basadas en la opinión de comités de “expertos” seleccionados sin criterios conocidos, algunas de ellas con un escasísimo rigor científico.
 
En mi opinión, éstos y otros errores, como los conflictos de intereses con la industria farmacéutica, han influido negativamente en la valoración que los profesionales tienen de la Estrategia. 
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