Dos psicólogos explican en Redacción Médica cómo afectan los determinantes sociales de la salud mental a su tratamiento

Redacción Médica analiza cómo afectan los determinantes sociales de la salud mental en la prevención y el tratamiento
Ana Casla, psicóloga responsable del programa de bienestar emocional de Madrid Salud y Diego Carracedo, psicólogo clínico del Hospital La Paz.


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En España, casi cuatro de cada diez personas padece algún trastorno de salud mental, según los datos del Informe del SNS (2022). Los problemas de acceso a la vivienda, la precariedad laboral o la violencia de género son causas comunes que están detrás de muchas consultas de Psicología y Psiquiatría. Así lo constatan en Redacción Médica Ana Casla, psicóloga responsable del programa de bienestar emocional de Madrid Salud, que trabaja en la prevención en materia de salud mental; y Diego Carracedo, psicólogo clínico del Hospital La Paz. Ambos profesionales ven cómo, cada día, los determinantes sociales de la salud mental condicionan su trabajo y limitan la vida de sus pacientes. Por ello, reclaman no solo un refuerzo en el ámbito sanitario, a través del aumento de plazas Psicólogo Interno Residente (PIR), sino también medidas transversales que ayuden a paliar esta situación. Estas reivindicaciones se alinean con los proyectos aprobados por el Ministerio de Sanidad para trabajar desde esta perspectiva, como El Plan de prevención del Suicidio y el Plan de Salud Mental. ”Necesitamos poner el foco en los determinantes sociales de la salud mental”, insistía la ministra de Sanidad, Mónica García, en la presentación de la campaña '¿Qué nos pasa?'. No obstante, ambos expertos subrayan la necesidad de seguir trabjando en este sentido.

Cómo afecta la clase social al éxito del tratamiento psicológico


Diego Carracedo cuenta que lo que ve con más frecuencia como psicólogo clínico son trastornos adaptativos como ansiedad y depresión, casi siempre acompañados de insomnio. “En los casos moderados o graves también es frecuente la presencia de ideas o pensamientos de muerte, con ideas autolesivas”. Así, remarca que no es posible establecer causas únicas, pero sí la existencia de factores comunes o de mantenimiento. Es aquí donde aparece la cuestión de clase: “Los más frecuentes suelen ser la inseguridad económica, la inestabilidad en la vivienda, la exclusión social, el estigma, la falta de red de apoyo o la dificultad de acceso a los servicios o recursos de salud mental”, afirma. “A peor situación económica, más riesgo de desarrollo de trastornos. Además, a la hora de trabajar también vemos más problemas y limitaciones”.

Desde cuestiones básicas, como que la persona pueda ir a consulta, ya que que en la sanidad pública las citas “son más separadas de lo que nos gustaría, pero a eso le añadimos las dificultades para llegar, para conciliar y el miedo a pedir permisos en el trabajo por temor a ser despedidos”, afirma. Además, este es el punto de partida, pero luego hay obstáculos que limitan el éxito del tratamiento. “Algunos tratamientos que tienen evidencia científica, como la activación conductual para la depresión, se ven afectados por la falta de medios materiales, lo cual supone un obstáculo importante porque la persona no tiene recursos para poner en marcha esas intervenciones. O cuando las condiciones de la vivienda no permiten un descanso adecuado, intervenciones como la higiene del sueño no se pueden llevar a cabo”. Tratar de establecer rutinas saludables es difícil con personas que tienen horarios de trabajo muy largos, cambios de turno imprevistos o mucho agobio. En estos casos, el margen de la intervención también se ve limitado. “Cuando una persona tiene problemas para tener lo básico, es muy difícil dar cabida al cuidado psicológico”. No obstante, la mayor concienciación sobre problemas de salud mental ha ayudado en este sentido.

También remarca que no podemos caer en psicopatologizar cuestiones que son de la vida cotidiana. Como alternativa, señala el uso de las redes naturales de apoyo, el respeto a los tiempos de las personas y recursos comunitarios que puedan sostener en momentos de mayor malestar. Por otra parte, desde las consultas hay que tratar de adaptar las terapias a las necesidades y posibilidades de cada paciente. Ahora bien, también hay que trabajar para la aprobación de mejoras. “Esto implica que diferentes agentes, sociales, educativos e incluso políticos, se coordinen y aúnen fuerzas en la misma línea para conseguirlo. A nivel general, hay que trabajar en el acceso a la vivienda, el asesoramiento en derechos laborales, el apoyo a familias vulnerables y la mejora de la conciliación”, afirma.

En el ámbito exclusivamente sanitario, no tiene dudas sobre cuál es la hoja de ruta: el refuerzo de los profesionales de salud mental a través del aumento de plazas PIR. Con todo, proteger la salud pasa por una acción conjunta y transversal. Asimismo, destaca también la importancia de las herramientas de prevención.


La prevención como forma de evitar el tratamiento en salud mental


El entorno en el que una persona vive condiciona su salud mental. Tal y como explica la psicóloga Ana Casla, los entornos tranquilos, espaciosos, seguros, que faciliten el contacto con la naturaleza y que promuevan las relaciones sociales van a facilitar un mayor nivel de salud mental. Por el contrario, la sobrecarga de tareas, los hábitos poco saludables, como la falta de sueño, de actividad física, la red social insuficiente o poco gratificante, o el haber sufrido alguna pérdida u otro acontecimiento estresante, van a dañar la salud mental de la persona. En esta misma línea, “las personas en peor situación económica tienen más estresores, habitan viviendas menos saludables, se pueden permitir menos cuidados personales, tienen menos acceso a servicios de salud o educación y cuentan con menos tiempo para sí mismas, sus relaciones y están más cansadas”. Como resultado, su salud mental se deteriora.

En estos casos, la intervención comunitaria es fundamental: como profesionales hay que buscar soluciones a problemas concretos con la participación de esa población, fortalecer las redes de apoyo, y maximizar los recursos con una buena coordinación entre ellos. En este contexto, lo que se trabaja desde la prevención con mayor esfuerzo son problemas de ansiedad y depresión, y también la prevención del duelo complicado. “Hay que intentar transmitir que entre toda la comunidad siempre hay algo que se puede hacer para mejorar el bienestar de todos y de cada individuo”, afirma.

Sin embargo, aquí también hay un problema. Tal y como remarca Ana Casla, “en caso de que trabajen tienen menos disponibilidad horaria”. Por tanto, el profesional sanitario debe “adaptar las intervenciones a sus posibilidades. Pequeñas píldoras en intervenciones comunitarias y medios de comunicación para priorizar el acceso de esas personas a los recursos”. El objetivo es claro: poder llegar a más personas, conseguir que la prevención se considere el punto fundamental para mejorar la salud mental, no la asistencia una vez que el problema existe.
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