La investigación sobre el conocido como eje intestino-cerebro ha aumentado notablemente.
La
microbiota intestinal se perfila como un actor relevante en enfermedades más allá del aparato digestivo. Su
influencia sobre el sistema inmune, el metabolismo e incluso el cerebro ha despertado un creciente interés en la comunidad científica, que explora cómo las bacterias que habitan el intestino pueden modular respuestas inflamatorias, cognitivas o
neurodegenerativas. Tanto es así, que el
eje intestino-cerebro está considerado, cada vez más, como un terreno fértil en la investigación de nuevas terapias.
Uno de los campos donde esta relación comienza a arrojar luz es en el
ictus. En España, cada año se registran aproximadamente
entre 110.000 y 120.000 nuevos casos, según los datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN). De ellos, en torno a
25.000 terminan en fallecimiento, mientras que muchos de los supervivientes experimentan secuelas o discapacidad.
El daño cerebral provocado por una obstrucción en el flujo sanguíneo genera una
cascada de procesos inflamatorios que pueden agravar la lesión inicial. En este contexto, un equipo de investigadores ha descubierto que el estado de la microbiota intestinal podría tener un impacto directo en la severidad del daño tras un ictus isquémico.
Menos microbiota, ictus menos graves
El estudio, publicado recientemente en
Journal of Neuroinflammation, analizó cómo
la presencia o ausencia de microbiota influye en la activación de neutrófilos, células inmunes que participan de forma activa en la inflamación cerebral tras un accidente cerebrovascular. Los ratones libres de gérmenes o tratados con antibióticos para eliminar sus bacterias intestinales presentaron menos activación de neutrófilos, menor daño cerebral y mejores resultados funcionales que aquellos con microbiota normal.
El equipo observó que, en ausencia de microbiota, los neutrófilos adoptaban un fenotipo más inmaduro, con menor expresión de marcadores inflamatorios y una menor liberación de trampas extracelulares (NETs), estructuras que suelen potenciar el daño vascular. En cambio, cuando los ratones eran colonizados con microbiota, los neutrófilos mostraban una
activación más agresiva que se asociaba con mayor volumen de infarto y déficits motores más severos.
Terapias desde el intestino
A nivel molecular, los investigadores detectaron una alteración profunda en la composición proteica de los neutrófilos. En presencia de microbiota, estas células expresaban proteínas relacionadas con inflamación, migración celular y formación de trombos. Por el contrario, en los ratones sin microbiota se activaban rutas vinculadas con la organización del citoesqueleto, la reparación tisular y la regulación negativa de la inflamación.
Como parte de su investigación, el equipo también comprobó que
la eliminación de neutrófilos en ratones sin microbiota aumentaba el daño cerebral, lo que sugiere que estas células, en su versión “juvenil” e inmadura, podrían tener efectos protectores. Este hallazgo abre una posible vía terapéutica:
manipular la microbiota para modular el tipo de respuesta inmunitaria tras un ictus.
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