Ángel Luis Montejo, profesor de Psiquiatría, analiza el abordaje de esta patología con una saludable vida sexual

Ángel Luis Montejo, Profesor Titular de Psiquiatría, explica cómo tratar la depresión sin dañar la vida sexual
Ángel Luis Montejo, Profesor Titular de Psiquiatría de la Universidad de Salamanca y presidente de la Asociación Española de Sexualidad y Salud Mental.


12 dic. 2023 7:00H
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La disfunción sexual es un síntoma común de la depresión, pero también un efecto adverso asociado a los antidepresivos serotoninérgicos. Abordamos esta situación con Ángel Luis Montejo, Profesor Titular de Psiquiatría de la Universidad de Salamanca y presidente de la Asociación Española de Sexualidad y Salud Mental.

Las personas con depresión tienen mayor prevalencia de disfunción sexual que la población general, lo que afecta a su calidad de vida y pronóstico. Además de ser un síntoma de la depresión, es también un efecto secundario común de algunos antidepresivos, especialmente de los serotoninérgicos, como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) y los inhibidores de la recaptación de serotonina y noradrenalina (IRSN), que a menudo conduce al incumplimiento o interrupción del tratamiento farmacológico, tal y como se ha puesto de manifiesto en el simposio “Sexualidad y Psiquiatría”, organizado por Lundbeck durante el último Congreso Nacional de Psiquiatría.

Como explica Ángel Luis Montejo, “cualquier tipo de cuadro depresivo lleva aparejado, desde el principio, una diminución de la experimentación del placer. La depresión, en sí misma, suele ir acompañada de algún tipo de disfunción sexual”.

La elección del tratamiento antidepresivo, crucial para preservar la vida sexual


En el tratamiento habitual de la depresión suele recurrirse a los ISRS como primera elección, ya que incrementan la función de la serotonina y, por tanto, reducen la ansiedad, el miedo, la preocupación excesiva, pero, al mismo tiempo, inhiben algunas funciones del cerebro como la impulsividad, la agresividad y, también, la función sexual, afirma el también presidente de la Asociación Española de Sexualidad y Salud Mental.

Así, los antidepresivos serotoninérgicos tienen un efecto sobre la vida sexual, que suele empeorar respecto a la que se tenía antes de la depresión. “Empeora porque el deseo disminuye de manera muy significativa y porque se pueden producir también problemas de excitación sexual y de retraso del orgasmo. Se produce, por tanto, menos deseo y relaciones no satisfactorias. Ese es el principal problema con el que nos encontramos”, matiza Montejo.

La calidad de vida de quienes padecen depresión y, además, disfunción sexual, se ve alterada, especialmente la de aquellas personas que eran sexualmente activas antes del cuadro depresivo. “La sexualidad depende y afecta a las personas según su etapa y situación vital. Tenemos que diferenciar entre hombres y mujeres, jóvenes y mayores. Por lo general, este tema preocupa más a los jóvenes de ambos sexos y a los hombres”, aclara.

De este modo, los varones mayores de 50 años, que disfrutaban de una buena función sexual previa y la pierden por el tratamiento antidepresivo, piensan en abandonarlo porque ha deteriorado mucho su calidad de vida. A las mujeres a partir de esta edad, la misma situación les preocupa menos. “Pensamos que quizá tenga que ver con el cambio hormonal, ya que a medida que van pasando los años los varones mantienen los niveles de testosterona mientras que las mujeres van perdiendo estrógenos y testosterona, con lo cual, el deseo sexual, ya por sí mismo, va disminuyendo”.

Por su parte, las personas jóvenes de ambos sexos, en general, suelen abandonar muy pronto el tratamiento si lo relacionan con este efecto adverso.

Disfunción sexual, motivo de abandono del tratamiento antidepresivo


Según la OMS, un primer episodio depresivo debe tratarse durante seis meses; un segundo, al menos durante nueve meses o un año y, por encima de un tercer episodio, estamos hablando de depresiones mayores recurrentes donde el tratamiento debe ser preventivo, igual que sucede para el colesterol o la hipertensión, son tratamientos de por vida. “Hay estudios que indican que, a los seis meses de tratamiento antidepresivo, solo un tercio de los pacientes continúa con su toma”, destaca el Profesor Titular de Psiquiatría de la Universidad de Salamanca.

Y entre los motivos del incumplimiento terapéutico, los relacionados con los efectos adversos sobre la esfera sexual son relevantes. Tanto es así, que la disfunción sexual es el segundo efecto secundario citado con más frecuencia y con el que es “extremadamente difícil vivir”, después del aumento de peso, según algunos estudios.

“Lo que más preocupa a la gente son los efectos inmediatos, como el retraso del orgasmo o la incapacidad de conseguirlo, ya que esto se nota pronto, al día siguiente o a los dos días de empezar el tratamiento antidepresivo serotoninérgico. Estamos hablando de un porcentaje de retraso orgásmico del 70-80 % y de que, al menos, la mitad no puedan conseguirlo, lo que suele motivar el abandono del tratamiento en personas con una vida sexual previa satisfactoria. El efecto sobre la pérdida de deseo, la disfunción eréctil o la pérdida de lubricación vaginal en mujeres suele aparecer un poco más tarde, al cabo de 4-6 semanas”, detalla este experto.

Las consecuencias del incumplimiento terapéutico derivan en depresiones que no terminan de tratarse adecuadamente, lo que supone un elevado índice de recaídas y, en algunos casos, de recurrencias. “Nos enfrentamos, también, a depresiones crónicas, que influyen tanto en la calidad de vida como en la actividad laboral, lo que supone el mantenimiento de bajas laborales, gente que no termina de recuperarse completamente, sufrimiento emocional y costes sociosanitarios”.

Sexualidad, un tema tabú en la atención sanitaria de la depresión


Hace 20 años, la comunicación espontánea de la disfunción sexual en la consulta médica era un problema importante, que solo compartía el 15% de quienes lo sufrían, explica Montejo, quien también asegura que ahora no se tarda tanto y, aproximadamente, la mitad lo cuenta. Este profesional cree que quienes no lo hacen es porque no están acostumbrados a hablar de temas sexuales con los médicos, parece que sigue siendo un tema tabú y muchos piensan que se trata de un problema íntimo. Sin embargo, “lo mejor sería explorarlo directamente cuando vamos a prescribir un fármaco serotoninérgico, hablar directamente con los pacientes para conocer si tienen algún problema, sabiendo que se puede producir en un porcentaje muy elevado”, concluye.

A la hora de abordar la disfunción sexual emergente del tratamiento antidepresivo, existen varias estrategias que los profesionales de la salud pueden poner en marcha. “Lo primero sería explorar la vida sexual del paciente siempre que se vaya a prescribir un antidepresivo, con una pregunta abierta, que no sea intimidatoria ni intrusiva, del tipo cómo va su vida sexual, antes de elegir el tratamiento. Una vez instaurado, se debe ver si hay cambios en la vida sexual y cómo afectan esos cambios”. Alrededor de dos tercios de los pacientes pueden estar preocupados porque esos cambios han aparecido y dificultan tener actividad sexual, y a otro tercio no le preocupa tanto, sobre todo, a mujeres a partir de los 50-55 años.

Una vez detectado el problema, hay que preguntar si realmente les importa o no. “Para ello, hemos validado una escala muy sencilla, la escala SALSEX, que consta de cinco ítems y mide cómo afecta un tratamiento, antidepresivo o de otro tipo, ya que hay hasta 300 tratamientos farmacológicos que pueden producir disfunción sexual. Con esta escala medimos cómo estaba antes y cómo está después. Se va explorando la función sexual desde el deseo, la capacidad orgásmica, de lubricación vaginal o de excitación en el varón y, por último, cómo les importa, si les afecta o no, porque esto es tremendamente importante”.

Una vez que vemos que, efectivamente, existe esa disfunción sexual y que importa, hay varias opciones. “La primera sería cambiar el antidepresivo si tenemos otros tratamientos que no afectan tanto a la función sexual. Hubiera sido mejor todavía, en aquellas personas con función sexual activa que quieren mantenerla, no prescribirles antidepresivos serotoninérgicos y utilizar otras opciones como agomelatina, bupropion y la reciente vortioxetina, que cuenta con menos efectos sobre la función sexual y mantiene el efecto antidepresivo serotoninérgico”.

En este sentido, Montejo hace referencia a un estudio cuyos datos se acaban de presentar en el último Congreso Nacional de Psiquiatría, donde a personas con disfunción sexual después de haber comenzado a tomar un antidepresivo, valorados con la escala SALSEX y, por tanto, con confirmación de disfunción sexual en cualquiera de los ítems, mal tolerada, se les cambiaba el tratamiento farmacológico a vortioxetina. “Los resultados, al cabo de tres meses, han sido muy buenos. Más del 80 % de los pacientes mejoraban claramente”.

En su opinión, “vortioxetina sería una primera opción entre las disponibles, ya sea empezar con ella como cambiar a esta alternativa, de forma gradual, desde un serotoninérgico”.

Alcanzar la completa recuperación funcional de la depresión es el actual objetivo terapéutico, y la vida sexual forma parte de ello. Para Montejo, “la vida sexual no es solo actividad coital, también emocional”. Entre los beneficios de la actividad sexual, detalla este especialista, se encuentran el aumento de las endorfinas, dopamina y la capacidad de disfrutar de la vida, la mejora del sueño, la reducción de los dolores, y el crecimiento de nuevas neuronas. “Igual que sucede con el ejercicio físico, aumenta los factores de crecimiento neuronal, los BDNFs. Al aumentar estos, lo hace también la capacidad de producir nuevas neuronas, con lo que podemos colaborar en reestructurar aquellos circuitos neuronales que estaban alterados en la depresión”.
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