Javier Huertas, MIR de segundo año de Medicina de Familia.
“Nunca es tarde si la dicha es buena”. El refranero español sirve para todo, también para hablar de la trayectoria profesional de
muchos médicos en España. Y es que, aunque la
Medicina sea una carrera de fondo que la mayoría empieza a los 18 años, hay quienes primero toman otros caminos. Este es el caso de
Javier Huertas, que comenzó a estudiar el grado después de haber cumplido los 30, tras llevar años trabajando en el mundo del cine.
En su caso, la idea de estudiar
Medicina siempre había estado presente, pero cuando llegó la hora de inscribirse en la carrera, sintió que no era el momento adecuado. “Cuando hacía Bachillerato también cursaba unos estudios superiores de Música y acabé bastante saturado. Así que pedí a mi madre hacer un año sabático
antes de entrar a Medicina”, cuenta en una entrevista con
Redacción Médica. Fue durante ese curso cuando empezó a adentrarse en el mundo del cine. “Para no estar todo el año parado, empecé a buscar cursos y acabé estudiando
Dirección de Cine. Me metí un poco en esa ola”, relata. Después, su idea era empezar Medicina cuando acabara de formarse, pero una
enfermedad renal alteró sus planes. “Estuve dos meses en el hospital y no encontraba el momento de aventurarme a ponerme con la universidad y demás. Luego fue pasando el tiempo y, al final, vas teniendo cargas. Y como estás trabajando, pues
necesitas seguir ingresando”, explica.
El viaje que lo cambió todo
Sin embargo, cuando cumplió 30 seguía trabajando en una productora, pero se dio cuenta de que aquello no le hacía feliz. En medio de un mar de dudas, hubo un viaje a
Sri Lanka que lo cambió todo. “Era verano y coincidí con una chica que perdió una mochila. Entonces, en el siguiente destino, me llevé la mochila, la busqué a ella y a su pareja y dio la casualidad de que ambos acababan de terminar la
residencia médica. Estuvimos unos días juntos, les conté más o menos mi historia y me decían que nunca era tarde, que podía intentarlo. Me convencieron”, confiesa. Fue ese mismo día cuando empezó a mirar opciones y acabó matriculándose en la
Universidad Pompeu Fabra.
No obstante, y aunque siempre estuvo feliz con su decisión, reconoce que el principio no fue fácil. “Es difícil relacionarte con gente a la que le llevas 13 o 14 años. Quieren estar todo el día de fiesta, haciendo planes que a lo mejor no me interesaban tanto y que tampoco podía hacer, porque
salía de la universidad y me iba a trabajar. Además, los fines de semana tenía que adelantar lo que no había hecho en tres semanas. Entonces, ese primer año, la verdad que fue bastante duro”, afirma. Matiza que en Medicina se pasan muchas horas en la universidad, por lo que no tener relación con tus compañeros complica las cosas. Pero luego todo mejoró. “Empecé a encontrar un grupo más o menos afín y lo de la edad quedó un poco más aparcado. De hecho, sobre todo a tres o cuatro amigos les debo mucho de haber podido sacar la carrera. Estando en cuarto, empecé a empeorar mucho de la enfermedad renal que tenía y he tenido también un
trasplante entre medias. Me sentí muy apoyado”, cuenta.
En cuanto a lo académico, reconoce que al principio fue un poco estresante, sobre todo por la gestión del tiempo. Sin embargo, los profesores le ayudaron a sobrellevar la carga y le facilitaron ciertos
ajustes en el calendario académico. Además, la madurez le permitió hacer frente a la exigencia del grado desde otra perspectiva. “A los exámenes nunca iba nervioso, me lo tomaba de otra forma”, ejemplifica.
La valoración final
Ahora, varios años después de haber tomado esta decisión, Javier está cursando su segundo año de residencia en
Medicina de Familia. No niega que el camino ha sido difícil. “Estuve dos trimestres enteros sin poder asistir, y en el último trimestre tuve que hacer todas las asignaturas de un año entero. Fue complicado”, afirma. No obstante, insiste en que esto es lo que quería y que, al final, le ha salido bien: “Cuando las cosas salen bien, al final te quedas con esa parte positiva”.
Es precisamente por eso por lo que anima a todo aquel que se encuentre en una situación similar a la suya a que, al menos, pruebe suerte. “Me ha pasado en el mismo hospital, con gente que está en
otro ámbito sanitario, que me ha dicho: ‘Yo siempre quise haber hecho Medicina, pero…’. A lo mejor es gente que me lo dice con veinticinco o veintiséis años, y ya lo ven como que es muy tarde. Yo creo que, al final,
si algo te gusta, hay que ir adelante con ello”, reflexiona. “Ha sido duro, pero también he disfrutado del proceso. Y al final, ahora estoy donde quería estar y soy mucho más feliz que antes”, concluye.
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