Enfrentarse a nuestra primera experiencia laboral es una de las cosas más complicadas de nuestra vida. Si a eso le sumamos que nos referimos a un ámbito como el sanitario, y dentro de éste a un servicio tan estresante como lo son las Urgencias, el hándicap es aún mayor.

Mis primeros contactos con ellas, siendo residente de primer año no fueron precisamente buenos.
Todavía recuerdo mi primera guardia. La noche anterior sin poder dormir, con dolor abdominal, náuseas y sobre todo, mucha, mucha ansiedad. A las 15:00 horas en punto me incorporé al servicio, me presenté a mis adjuntos y empecé a ver pacientes. Lo consultaba todo, hasta algo tan básico como la prescripción de paracetamol. Dudaba hasta de mí mismo.

Así fueron pasando los meses y me preguntaba cada día si estaba capacitado para hacer guardias; y eso que no era un residente pasivo, todo lo contrario; tenía avidez por aprender, por hacer todas las técnicas posibles. Mis adjuntos veían en mí a un futuro médico de urgencias.

Todo eso cambió al empezar mi segundo año de residente. Decidí hacer una rotación en el área de críticos de urgencias. Y lo que en principio era una relación de miedo y pavor a un tipo de pacientes, se convirtió en todo lo contrario: amor y pasión por las Urgencias, por el paciente crítico. Me di cuenta que yo mismo me había puesto unas trabas que no eran reales. Y esa relación de amor continúa en la actualidad.

Tuve la gran suerte de que al terminar mi formación como médico de familia pude compaginar mi labor en Atención Primaria con el desempeño en una ambulancia de Soporte Vital Avanzado. Descubrí un mundo nuevo para mí: manejar pacientes difíciles en un medio hostil, diferente a la comodidad que supone una consulta o un hospital. Y al mismo tiempo descubres que ese mundo engancha, conoces a mucha gente, de la que aprendes mucho y sobre todo, aprendes a trabajar en equipo. Y esas habilidades y destrezas que fui adquiriendo me han servido para perder el miedo a enfrentarme a un paciente grave en mi actual puesto de trabajo.

Desde hace 10 años trabajo como médico en un Servicio de Urgencias Extrahospitalario en un pequeño pueblo del norte de la isla de Tenerife, Los Realejos. A pesar de tener una población aproximada de 35.000 habitantes, la demanda asistencial es muy alta, siendo mi servicio, tras el de San Cristobal de La Laguna (con una población que ronda los 150.000 habitantes), el segundo servicio de urgencias de la isla en lo que a demanda y presión asistencial se refiere.

A pesar de ello trabajo muy a gusto ya que cuento con un equipo fenomenal. Su profesionalidad está fuera de toda duda.

Aunque es verdad que el 90% de la patología que veo es banal, es raro una guardia en la que no vea uno o varios pacientes graves, y es ahí donde sale el “Hombre de Harrelson” que llevo dentro. Adoro esa sensación que me produce la descarga de adrenalina. Además mis propios compañeros me lo dicen. Y yo me lo tomo como un piropo.

Tengo que decir que en contra de lo que mucha gente piensa, a los centros de salud también vienen pacientes graves: no todo lo fácil va a Atención Primaria y todo lo difícil al hospital.

El problema es que esta sobredosis de adrenalina luego pasa factura. ¿Cómo os sentís tras haber participado en una PCR? Agotado, no solo físicamente, sino también psicológicamente.

Y este agotamiento que me produce una guardia lo llevo a casa. Aunque en ocasiones llego con todo lo contrario: hiperactividad y verborrea. Es lo que padecemos los que trabajamos en las urgencias. Menos mal que mi pareja está acostumbrada, me entiende y cuento con su total apoyo.

Pero a pesar de lo duro del trabajo, del tiempo que permanezco en él (16 o 24 horas), no lo cambio por nada del mundo, ya que me produce mucha satisfacción y me siento muy realizado, no solo como profesional, sino como persona.

Sé que muchos de mis compañeros médicos de familia no les gusta hacer guardias, porque dicen que no se ven capacitados. Y yo les comento que están equivocados. Todos tenemos la capacidad de enfrentarnos al paciente grave y de solventarlo, en la mayor parte de las ocasiones, con éxito. Les animo a hacer cursos, actualizarse en el manejo de la patología urgente porque ésta no avisa y no entiende de horarios.

Viéndome ahora he madurado mucho y mi visión de la medicina es totalmente diferente a cuando comencé allá por el año 2002. Y sigo aprendiendo y actualizándome. Y lo más importante, sigo disfrutando mucho de mi trabajo.

Y este entusiasmo, este amor por lo urgente también se la transmito a los médicos residentes a los que tengo que tutorizar. Ellos son el futuro de la medicina.

Aunque parezca que todo lo pinto como maravilloso, la realidad es que no lo es. Es un mundo duro en el que muchas veces lloras porque un paciente fallece delante de ti sin que tu no puedas evitarlo. Pero tienes que ponerte una coraza y seguir para delante porque otro paciente puede necesitarte y tú tienes que estar entero y dar el 100% de tus capacidades.

Termino este artículo preguntándome si todo esto (horarios, cansancio, fatiga, lloros, estrés) vale la pena. Y mi respuesta es un rotundo SÍ. Es verdad que de vez en cuando añoro mi etapa en consulta (a la que seguramente volveré algún día) pero ese gusanillo que hay dentro de mí me dice que todavía tengo cuerda para rato.

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