Hoy no es un día cualquiera. Es lunes, después de un puente. La cabaña de Ramón está aún en silencio. No sin motivo, pues son aún las 7:05 de la mañana. El raposo, como así le llaman, adopta llegar temprano a su trabajo. Circula por el pasillo mientras las enfermeras del turno de la noche se apuran a tomar las constantes. Enciende la luz del despacho, y tras colgar su abrigo y ponerse su bata de trabajo, se dirige a su rincón; su electrónico rincón. Regresa nuevamente a la taquilla, donde como es rutina se olvidaba de coger el fonendo y el compás que tras un fallo garrafal le había regalado su maestro, el ilustre doctor Virgós. Es entonces cuando se sienta y comienza a revisar los pacientes que le esperan en ese día en la planta de hospitalización. Hoy tres ingresos y dos posibles altas, que ya dejó preparadas de la tarde anterior. Tras revisar los ingresos, respira al fin. Espera a que llegue su adjunto, el gran Alejandro Virgós. A su llegada, revisan los pacientes y comienzan el pase de visita.  Algo humano: acercarse al enfermo por su lado derecho, apoyar la palma de la mano sobre su antebrazo y, tras presentarse, plantear un par de preguntas sencillas: ¿de dónde es usted? ¿a qué se dedica?, mientras se fija la mirada en el rostro del enfermo… relación médico-paciente. Tras ello, comienza un sube y baja de recados, papeles y trámites que, difíciles de entender, en ocasiones resultan más difíciles de asimilar. Pero si algo aprendió de su ídolo, el doctor Rigueiro, es que en el centro está el paciente, y uno no debe preguntarse el porqué, sino hacer las cosas de la forma más sencilla y enfocadas al paciente. Pruebas y tratamientos. Y luego a teclear… quizás durante la residencia uno se convierte en un experto mecanografista, y recordemos que eso es básico para llegar a ser bien valorado por tus compañeros… relación médico-computadora. Y qué contento queda uno cuando entrega esos informes de alta… No obstante, la medicina, más allá de la rutina, respira, porque del viejo roble brotan hojas verdes que cada primavera convierten al bosque en algo, sino especial, sí único.

Quizá esta breve historia resuma el sentir de la medicina moderna. Los adelantos tecnológicos nos hacen vivir una época especial, siendo unos privilegiados, a mi modo de ver. Pero el pasado no solo tiene encanto sino sabiduría, y la nobleza de la medicina sobrevivió a tantos años gracias a ese don de humanidad tan especial que tienen algunos profesionales. Ser médico es más que ser un profesional de salud, más que una carrera de seis años. En los tiempos actuales los médicos más jóvenes debemos aprender de la experiencia de aquellos que nos rodean, pero debemos también integrarnos con las nuevas tecnologías. Aprovecharnos de la tecnología para actualizarnos constantemente con la evidencia científica y con las nuevas aplicaciones médicas. Disponemos de una oportunidad de integración entre experiencia clínica y evidencia científica que nos puede hacer seguir mejorando. Y todo ello sin olvidarnos de que el objetivo de todo nuestro trabajo es el paciente, y el que tiene que estar contento es él.  Medicina humana y medicina tecnológica.

La cardiología se ha adaptado muy bien en este sentido. Es una especialidad con gran independencia, en donde los profesionales médicos se han concienciado de que el esfuerzo clínico no solo se limita a las horas que se pagan económicamente… hay horas que se pagan moralmente. Se trabaja clínica y científicamente por mejorar. La integración del cardiólogo con la tecnología hizo que indirectamente la exploración física fuese quedando relegada a un segundo lugar: la sustitución del fonendo por el ecocardiograma. En ese reto estamos los más jóvenes, con la idea de seguir avanzando pero sin perder aquellos conocimientos que nuestros antepasados consiguieron con muchos años de esfuerzo y dedicación.

En España, tanto la medicina en general como la cardiología en particular tienen un gran presente y un mejor futuro. Quizá el único freno pueda ser el económico, por la situación actual de nuestro país, pero fue aceptado por la mayoría de los cardiólogos actuales, que se sobreponen a ello con un mayor esfuerzo intelectual. Sin embargo, este hecho no quita nuestra oposición al rumbo actual de nuestros dirigentes estatales en materia de salud. El político que recorta en sanidad demuestra un egoísmo impropio de un dirigente político puro. Está claro que a él lo van a tratar los mejores especialistas, acudiendo incluso a clínicas privadas en donde se encuentren los últimos adelantos tecnológicos. Pero, ¿qué va a pasar con mis vecinos de Presqueiras? ¿Por qué no van poder disponer ellos de profesionales altamente cualificados y de unos medios diagnósticos y terapéuticos modernos y fiables? ¿Y los futuros médicos? Pasar una selectividad con un corte alto, seis años de carrera dura, un examen-oposición, entre cuatro y cinco años de especialidad y… ¿al paro? Eso sólo es compresible por el amor que se tiene en esta profesión, y que los políticos impuros no entienden. ¿Dónde están los responsables? Quién sabe, porque la culpa siempre es del otro. Pese a ello, la medicina y en concreto la cardiología siguen con gran vitalidad su camino, sin envidia ni recelos de lo que pueda suceder a su alrededor. 


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