EDITORIAL
Otros artículos de Editorial

21 ene. 2021 12:30H
SE LEE EN 3 minutos
La excepcionalidad que ha traído a nuestras vidas el Covid-19 ha hecho que muchas de las capacidades humanas sean llevadas a límites poco habituales, con la particularidad además de la globalización

Se ha 'democratizado' una patología muy contagiosa, que ha provocado consecuencias similares en todo el planeta (sufrimiento, dolor, duelo...), y ha sacado de cada uno reacciones muy personales puestas bajo la lupa de la colectividad.

Ahí han estado la solidaridad y el esfuerzo, rasgos que la sociedad en muchos casos ha descubierto en los profesionales de la salud, que lógicamente han sido elevados a héroes por cómo han tenido que enfrentarse a esta pandemia. 

Mucha de la acción de los profesionales de la salud ha tenido que ver también con la ética y la deontología, que mueven como en pocas profesiones un ejercicio tan complejo como el de médicos, enfermeras, farmacéuticos y demás actores del sector.

Y es ante la ética, y también la estética, frente al espejo que se ha tenido que mirar un profesional de la salud, en este caso reconvertido por la política en alto cargo de la administración. El ya exconsejero de Salud de Murcia, Manuel Villegas, dejaba su cargo con lágrimas en los ojos al ser invitado a ello por buena parte de la opinión pública tras conocerse que se había vacunado contra el Covid-19 contradiciendo las normas marcadas en el protocolo ministerial.

Las vacunas frente a este coronavirus se han convertido, por su escasez inicial, en un objeto de deseo que ha tenido que protocolizar su reparto para atender un orden de prioridad, en el que los profesionales sanitarios en primera línea lógicamente estaban llamados a ser los primeros por el bien de la propia sociedad.

Villegas, cardiólogo de formación y profesión durante muchos años, interpretó que de primera línea eran también los responsables del funcionamiento del sistema sanitario regional, e instó a ser inmunizado. Y al tiempo que se le inoculaba la profilaxis, él mismo abría el debate de la ética y la estética de su decisión.

Desde luego el protocolo y el propio ministerio en el que se intentó excusar más tarde le dieron la espalda frente a la opinión pública, y la política que le encumbró a máximo responsable sanitario regional, también. Del socio de su gobierno, Ciudadanos, llegó a salir el calificativo de "caradura", prólogo de que su presidente Fernando López Miras bajara el pulgar.

La dimisión de Villegas es sin duda un ejemplo de la sensibilidad que el Covid-19 ha despertado en cada rincón del planeta. En un país democrático, con una sociedad cada vez más madura en transparencia y rendición de cuentas como es la española, el celo vacunador del que era consejero murciano ha chirriado hasta forzar su adiós.

Se abre ahora el debate de si también han de abandonar sus responsabilidades todos los integrantes de la cúpula de la consejería, y los miembros de la estructura no asistencial del Sistema Murciano de Salud que también fueron protegidos con la primera dosis de la vacuna. Si el responsable de la orden fue Villegas, y su error asumido, queda en el aire la pregunta de si descapitalizar de conocimiento todo el departamento por este motivo, en un momento delicado precisamente por los efectos que provoca el coronavirus.