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19 sept. 2018 10:15H
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Que la sanidad en Madrid no es una prioridad, es incontestable. Que la sanidad en Madrid no pinta nada, es una realidad. ¿Cómo se puede decir esto cuando la sanidad representa el 45 por ciento del gasto de la Comunidad? Sencillo, a los hechos me remito. Esta frase de Claude Bernard refleja bien lo que quiero expresar: “cuando descubrimos un hecho que contradice la teoría, debemos aceptar el hecho y abandonar la teoría”.

La Comunidad de Madrid, como cualquier otra, destina a la sanidad aproximadamente el 45 por ciento de su presupuesto. Es el capítulo de gasto más elevado, el que más recursos requiere y el que debería ser, si cabe, el que mayor profesionalización exige. Cuando se habla de sanidad se habla de miles de profesionales, de miles de millones de presupuesto, de infraestructuras millonarias, tecnología avanzada, una oferta limitada ante una demanda infinita, un servicio básico al que tarde o temprano todos debemos acudir. ¡Qué mejor que tener una gestión profesional! O, al menos, tener al frente a los dirigentes más comprometidos y entregados a su defensa.

Sanidad siempre es objeto de deseo para los políticos. Ya hemos escrito muchas veces sobre la utilización electoral de la sanidad. Construyo unos hospitales por aquí, pongo unos centros de salud por allá, y con ello me gano el voto de muchos ciudadanos. El ejemplo de lo acontecido en Madrid es paradigmático.

Cuando las cosas no van bien y los escándalos de corrupción acechan, cuando se producen verdaderos saqueos de bienes públicos, cuando la justicia pone a cada uno en su sitio, cuando se desmorona el apoyo de los ciudadanos y ven peligrar su mayoría, rápidamente se pone en marcha la maquinaria y sacan toda su artillería pesada. Que si la Ley de Profesionalización, que si la inversión millonaria en Hospitales, que si la consolidación de plazas de profesionales… Una vez más repiten la jugada y esperan el mismo resultado.

Pero, ¿cuál es la realidad? En este caso los hechos contradicen la teoría. La llamada Ley de profesionalización, que el exconsejero Sánchez Martos llamó “modelo Madrid”, se anunció, se inició su tramitación, se puso como ejemplo, y ya estamos en el momento de la verdad y aún no tenemos noticias de ella. ¿Dónde está? ¿En qué situación se encuentra? ¿Quién la abandera? Espero y deseo equivocarme, pero creo que a estas alturas de legislatura, con unas elecciones a la vista, con prioridades como la elaboración de los presupuestos electoralistas, todo esto pasa a un segundo plano.

Cuando una Consejería como la de Sanidad, insisto, la más dotada presupuestariamente, se deja en manos de un consejero que se deja organizar y dirigir por otra Consejería (a nadie se le escapa que la de Hacienda), que pone en sus más altos cargos del segundo escalón a responsables sin fuerza, sin carisma, sin empuje, solo para sujetar el puesto mientras se pueda, lo que se demuestra es el poco interés que para un Gobierno representa la sanidad.

Necesitamos una Consejería fuerte, liderada por quién asume su importancia, que sea capaz de dotarse de profesionales para su gestión, con independencia del color de su carnet político, de su ideología o de sus amistades. Importan sus profesionales, importan las necesidades de los ciudadanos, importan las listas de espera, importa la gestión eficiente de sus recursos, importa priorizar inversiones y dotar de un presupuesto ajustado a las necesidades. ¿Hasta cuando se autoengañarán en el presupuesto? ¿Cuándo tendremos unos gestores profesionales cuyo nombramiento no dependa de ideología, carnet, amistad...? ¿Cuándo esto dejará de ser un sueño para convertirse en realidad?

Estamos a punto de lanzar de forma clara la precampaña electoral (bueno, lo cierto es que ya llevamos meses en precampaña). Con ello se acrecentarán las promesas, las grandes ideas, “el cambio”, siempre el cambio, esto nunca falta. Seguro que nos prometen inversión, profesionalización, mejoras laborales, más y mejor empleo, oposiciones, las 35 horas, un nuevo “déjà vu”, un nuevo cierre del círculo para volver a empezar. Volveremos a repetir la historia, así otros cuatro años.