Addah Monoceros es Médico Interna Residente de Familia y resistente
Confesiones de una médica especialista y resistente
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4 jul. 2018 18:00H
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Hace un par de meses, mientras me hallaba en consulta con mi tutor escribiendo la historia de un paciente, presioné accidentalmente la tecla de “Agresión”. Se trataba de una combinación de botones en el teclado diseñada para alertar a los otros trabajadores del centro de que un profesional sanitario estaba siendo agredido por un paciente. Como mi tutor jamás se había visto en la necesidad de apretar dicha tecla, la cosa se disparó rápidamente. En cuestión de minutos se asomaron, en este orden, dos médicos, tres estudiantes, una enfermera, los de seguridad y — y esto fue incluso gracioso — un grupo de ginecólogas de la primera planta con quienes no teníamos ningún tipo de relación. Todos con el semblante desencajado, todos preguntando si estábamos bien. Sólo faltaba la música de Benny Hill. Y que los bomberos se hubieran asomado por la ventana. Aquello habría sido la guinda.


"No cuesta nada decir "buenos días". Pero siempre teniendo claro que nada justifica el maltrato psicológico".


Esta situación, que a priori parece divertida (de hecho, nos seguimos riendo al recordarlo), dio que pensar. Me hizo reflexionar sobre por qué es necesaria esa tecla de "Agresión". Sobre cómo ha ido degenerando la relación médico-paciente. Sobre cómo hemos pasado de ser prácticamente dioses a vivir con miedo continuo a que nos insulten o incluso peguen.

No hablo por mí. Quiero pensar que he sido afortunada. Claro está que me he topado con pacientes exigentes, pacientes que se han marchado de la consulta dando un portazo y sin despedirse porque no les pauté antibiótico para su cuadro gripal, pacientes visiblemente enfadados porque me había tenido que ausentar temporalmente para ir a la cafetería a cenar o al baño durante una guardia ("mírala, y ahora se larga"). Pero, por suerte, en mi caso han sido minoría y prácticamente todos son correctos, educados y amables.

Sin embargo, soy perfectamente consciente de que esto no es así en todos los casos. Y con ello no pido que se nos trate como a deidades, porque no sería verdad. Los profesionales sanitarios somos humanos como todo el mundo, falibles, con virtudes, defectos y con una vida a nuestras espaldas. Pero es importante señalar que trabajamos incansablemente, que siempre buscamos lo mejor para el paciente y que se pueden pedir y preguntar las cosas desde el respeto y, sobre todo, la confianza.

He escuchado a gente muy cercana a mí cebarse con comentarios despectivos tales como "mi médica de cabecera no acertaba ni una y se pasaba la vida pidiéndome pruebas y al final me tuve que cambiar de médico y acertó con mi diagnóstico". Dichos comentarios me hacen querer responder: "Tal vez tu sintomatología era tan inespecífica que tu médica de cabecera precisó pedirte todas esas pruebas, gracias a las cuales el siguiente médico pudo enfocar mejor lo que tenías". No obstante, no se trata de rebatir argumentos así, sino de razonar. El motivo que nos ha llevado a los sanitarios a dedicarnos a lo que nos dedicamos es el bienestar ajeno. Sabíamos a lo que nos exponíamos cuando nos matriculamos en estas carreras. Hemos estudiado mucho, y seguimos haciéndolo. No queremos fastidiar si no os pautamos antibiótico para un virus, ¡es que los antibióticos no curan cuadros virales! No somos vagos por irnos a cenar en una guardia, ¡es que necesitamos comer para funcionar como personas! Y, desde luego, no nos pagan para recibir insultos e incluso golpes. Aunque la espera en Urgencias sea de horas. Aunque estés en desacuerdo con tu doctor. No cuesta nada dialogar y exponer tus dudas. No cuesta nada decir "buenos días" o "muchas gracias". Pero siempre teniendo claro que nada justifica el maltrato psicológico o físico.


Los hay que lo entienden. Basándome en mi experiencia, éstos componen el grueso de las personas a las que he tratado. Pacientes humildes, pacientes que confían en ti, pacientes que, entrando en el box de Urgencias tras un rato largo esperando, no te dan tiempo ni a emitir una disculpa, pues son ellos quienes se lanzan con un: "tranquila, sé que estáis trabajando mucho y que no habéis parado de atender pacientes". Pacientes que confiesan tus semores, algunos incluso con timidez, hasta el punto de que tienes que ser tú quien les recuerde que estás ahí para solucionar toda duda que se les presente con respecto a su estado de salud. Pacientes que nos recuerdan día a día por qué escogimos esta profesón.

Y sé que los pacientes que se enfurecen, los pacientes que alzan la voz en la sala de espera expresando su descontento ("asco de médicos, me tienen aquí tres horas y aún no me han atendido"...), los pacientes que te miran de arriba a abajo con incredulidad cuando les das su diagnóstico y lo rebaten con un "pues no sé tú, pero yo en Internet he leído otras cosas distintas a las que me cuentas", los pacientes que se marchan de la consulta dando ese portazo que nos duele más a nosotros que a ellos… sé que todos esos pacientes, esa diminuta porción de la sociedad, son conscientes de que tienen nuestra ayuda siempre. Que estaremos ahí para apoyarlos y curarlos, continuamente. Que nuestra vocación no entiende de agresiones, por mucho que en las consultas tengamos una tecla diseñada para notificarlas. Y que lo único que deseamos es vuestra colaboración para que, en un futuro maravilloso, nuestros hijos desconozcan la función de dicha tecla. Yo confío en que lo haréis posible. Ahora sólo queda que seáis vosotros quienes conféis en nuestra labor.  

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