Si ya de por sí el ejercicio de la dirección de organizaciones sanitarias es una actividad especialmente compleja, hacerlo en un entorno como el actual resulta casi infausto, a tenor de las magnitudes de la actual crisis.

Y el problema vuelve a radicar en el mismo sitio de siempre: esa dirección no es profesional, sino amateur porque nuevamente los políticos han tomado el mando por la fuerza del poder relegando a los gestores cualificados (más adelante me referiré a los gestores clientelistas) a meras correas de transmisión de decisiones. De una vez por todas los responsables políticos han de aceptar  que las decisiones en política siempre serán políticas que, se pongan como se pongan, las decisiones políticas no son ni pueden ser científicas. Y no lo son a pesar que digan rodearse o se rodean de expertos.

A nadie se le oculta que el reto al que se enfrentan los responsables políticos con la pandemia es inusitado y de una complejidad extraordinaria. Cualquier calificativo se queda corto. No seré yo que he ocupado puestos de responsabilidad pública en la gestión quien niegue que la toma de decisiones en este ámbito no es nada fácil, porque en el ámbito de la política se deben tomar decisiones con un conocimiento incompleto, en entornos de incertidumbre.

El trasfondo de esta crisis, como estamos pudiendo comprobar, es que es prácticamente imposible gobernar una situación tan compleja con políticos recién llegados, inexpertos, que además han cambiado los equipos, políticos a los que claramente la situación les han desbordado (aunque me temo que es lo mínimo que les ha podido pasar). De hecho, a la hora de la verdad los gobiernos que mejor están capeando la crisis son los que ya tenían un cierto recorrido y mantenían unas estructuras directivas anteriores (no digo idóneas).

De momento la tan cacareada autoridad competente en el estado de alarma, la gestión de la Administración General del Estado y del gobierno, es la que ha dado mayores muestras de incompetencia. No es de recibo tomar la decisión de centralizar competencias y luego no saber qué hacer con ellas. Al final, por la vía de los hechos, lo que está ocurriendo es una descentralización de facto de la gestión dando la apariencia de tener centralizadas las decisiones.

Pero no todo queda en el ámbito político.


"Las consecuencias de la crisis y del esfuerzo realizado por el sistema sanitario en esta fase aguda van a ser aterradoras"


Esta crisis, distinta a todo lo que hemos vivido, también nos ha de hacer mirar hacia dentro en nuestras organizaciones. Dirigir el sector sanitario público en los próximos meses y años va a requerir un cúmulo de destrezas y habilidades sin parangón. Las consecuencias de la crisis y del esfuerzo realizado por el sistema sanitario en esta fase aguda van a ser aterradoras. Ahora más que nunca el sector sanitario público necesita directivos que demuestren, siguiendo a Minztberg, conocimientos, experiencia y arte (visión). En definitiva estos directivos sanitarios se van a ver en la encrucijada de afrontar decisiones críticas y dramáticas, en un escenario de contracción brutal del crecimiento y, por tanto, con menos recursos.

El problema es que no resulta fácil encontrar personas que dispongan de estas competencias profesionales. Menos aún en el ámbito público, en el que los directivos sanitarios se siguen eligiendo por criterios de confianza política o personal (uno de los nuestros) y no se seleccionan por sus competencias profesionales acreditadas. Resulta fundamental que en los mecanismos de selección de personas para dirigir las organizaciones sanitarias públicas se contemple que además de ser competentes en el ámbito de la función directiva no sean simples amateurs de la dirección pública que tiene sus especiales características y especificidades. Desgraciadamente no soy optimista en este punto y no hay más que ver el nulo desarrollo de la Ley más avanzada en este punto, aprobada en la Comunidad de Madrid la pasada legislatura con alto grado de consenso y por tanto con algunas limitaciones (como la de no contemplar la personalidad jurídica de los centros) pero que suponía un avance manifiesto. ¿Qué podemos esperar de quienes ni siquiera lo contemplan en su normativa?.

Por otra parte, a estas alturas debiera estar absolutamente desterrada la costumbre de ser designados directivos públicos quienes no acreditasen conocimientos digitales avanzados y comprensión del entorno y retos tecnológicos a los que se enfrentan las organizaciones sanitarias públicas y la propia administración.

Es una temeridad seguir dirigiendo organizaciones sanitarias públicas personas reclutadas por criterios exclusivos de clientelismo o de favor o proximidad política, sin acreditación previa de sus competencias profesionales directivas y sus habilidades personales, en procesos competitivos y de libre concurrencia.

Quienes asuman funciones directivas en el sector sanitario público de una vez por todas deberán estar sujetos a un marco contractual de gestión directiva (del tipo que sea) en el que se determinen objetivos y adquieran compromisos a desarrollar durante el período de su mandato que comprometa su continuidad en función de sus logros. Nos adentramos en una época en la que la integridad, la transparencia y la rendición de cuentas no sólo han de ser ineludibles sino ejemplarizantes en el comportamiento y actividad profesional de quienes trabajen en posiciones directivas. Y en su vida privada añadiría yo.

Además, y no menos importante, en los próximos meses los directivos sanitarios se van a ver obligados a progresar en una serie de competencias, aparte de las tradicionales, que resultarán críticas para el desarrollo de su función. Entre ellas destacaría algunas como:
  • Liderazgo a la altura de las situaciones que ha de afrontar
  • Visión estratégica
  • Consecución de resultados (más que nunca se van a necesitar resultados)
  • Implicación absoluta y vocación de servicio
  • La apuesta decidida por la gestión eficaz y eficiente
  • El impulso a la creatividad y el fomentar de la innovación
  • La capacidad de negociación en tiempos críticos
  • Empatía
  • Resiliencia
  • Solidaridad
  • Fomento de los valores propios de las organizaciones sanitarias

Pero sin olvidar nunca que lo más importante del curriculum de un directivo no es lo que ha hecho sino lo que va a hacer y que las experiencias pasadas sirven como referencia en algunas decisiones que se toman, pero el problema es en la situación actual que en muchas ni siquiera hay experiencia.

Hemos de tener muy presente que a la hora de afrontar el inevitable camino hacia la transformación de las organizaciones sanitarias y del propio sistema sanitario son los directivos quienes jugaran un papel clave.

Tengo ya los suficientes años para saber (y haber comprobado en mis responsabilidades directivas) que hay directivos excelentes, con talento y dedicación, pero otros muchos que no gestionan, tan solo administran y mantienen una visión cortoplacista. En efecto en la gestión sanitaria también está presente ese tipo de gestor cortoplacista para el que no hay media distancia, todo lo que no genera beneficio inmediato es perder el tiempo. Pero también he comprobado que estos son una minoría y que bajo ningún concepto podemos admitir una generalización descalificarte.

De nada valdrán medias tintas. Esta durísima crisis nos está recordando, no sin alto grado de frustración, algo que ya hace tiempo veníamos predicando (aunque al parecer en el desierto): la dirección y gestión sanitaria es mucho más importante de lo que algunos creen. Para encontrar una salida a la dramática situación que nos espera, es necesario otro modo de hacer las cosas, mucho más profesional, menos amateur. La gente lo va a volver a pasar muy mal. En estos momentos los profesionales y las organizaciones sanitarias constituyen un referente de nuestra sociedad que están obligados a seguir acreditando que están al servicio de los ciudadanos y , de ninguna manera podemos dejar que se desacrediten. Pero para ello la profesionalización del escalón directivo es una necesidad existencial.


Nota: Los comentarios que aquí se recogen no reflejan la opinión de SEDISA o cualquier otra organización en la que trabaje, haya trabajado o que haya representado.