No es mi intención parecer alarmista pero quiero manifestarles la preocupación que a muchos nos produce la conjunción de los factores señalados en el encabezamiento de este artículo. Sobre todo porque esto acontece precisamente cuando más necesitamos una política sanitaria activa e innovadora y un Ministerio de Sanidad políticamente relevante y con visión transversal de los problemas, que asuma la necesidad, cada vez más perentoria, de diseñar un nuevo proyecto político para la sanidad española, sumida en un proceso de deterioro estratégico y de recursos que cada día que pasa tiene más riesgo de llegar a ser irreversible.

Tenemos que retrotraernos a los años 1986, de promulgación de la Ley General de Sanidad, y 2011, en  que se aprueba la Ley de Salud Pública (sin un desarrollo significativo hasta hoy), para encontrar iniciativas políticas de calado capaces de incidir de forma significativa sobre nuestro sistema sanitario. El resto de las actuaciones políticas del Ministerio de Sanidad siempre han tenido un carácter reactivo ante acontecimientos diversos, incluyendo la pandemia Covid-19.

Desde una perspectiva estrictamente política podemos afirmar que el Ministerio de Sanidad, tras el proceso de transferencias competenciales a las Comunidades Autónomas, no ha sabido encontrar su lugar y ha asistido de forma pasiva a la progresiva constatación de la irrelevancia de su papel en el contexto político gubernamental.

Los sucesivos máximos responsables ministeriales se han limitado esencialmente a desarrollar una estrategia política que podríamos calificar de defensiva, sin iniciativas estratégicas relevantes y cortoplacista.

Deterioro de las políticas del bienestar


Cuando a lo largo de tantos años se mantienen este tipo de actitudes ministeriales la consecuencia inevitable es el deterioro de las políticas de bienestar y calidad de vida de la ciudadanía y entre ellas las relativas a la atención sanitaria.

Desde los años 80 del siglo pasado hasta hoy se han producido cambios profundos en la esfera socioeconómica, en la científico-técnica y en las necesidades y expectativas de la población en relación al abordaje de los problemas sanitarios y de los sociales que prácticamente siempre los acompañan, y por ello no deja de ser llamativa y preocupante la parálisis de nuestro Ministerio de Sanidad. 

Ya han desaparecido prácticamente de la escena pública las tan repetidas afirmaciones de autobombo del tipo “tenemos uno de los mejores sistema sanitarios del mundo”, y en la actualidad están siendo sustuidas por un tímido reconocimiento de la situación crítica en que nos encontramos.


"El Ministerio de Sanidad ha perdido la relevancia política que debería tener y se extiende la percepción de que sus cargos de responsabilidad se adjudican como meros premios políticos de consolación"



La propia Comisión Europea ha llamado la atención a nuestro gobierno por la inacción observada ante el crecimiento de los problemas, concretamente los de recursos humanos y de financiación, sobre todo en el ámbito de la Atención Primaria y Comunitaria.

El Ministerio de Sanidad ha perdido la relevancia política que debería tener y se extiende la percepción de que, al menos en algunas ocasiones, sus cargos de responsabilidad se adjudican como meros premios políticos de consolación. Pensamos que en estas circunstancias está justificada la afirmación del título de este artículo: nuestro ministerio está realmente enfermo e inane y es incapaz de asumir los retos estratégicos derivados de la imperiosa necesidad de una nueva política sanitaria capaz de dar respuesta amplia y suficiente a la problemas actuales y futuros, que, como en la parábola bíblica, no dejan de crecer y multiplicarse y que van desde el ámbito de los recursos humanos a los del sistema MIR y los de la salud pública, por poner unos pocos ejemplos.

De lo apuntado se deduce la necesidad de introducir cambios profundos en la política sanitaria española. No basta con cambiar a los actuales responsables ministeriales, que también, por otros teóricamente más capaces. Es imprescindible que el actual gobierno, autodefinido reiteradamente por su presidente  como progresista, sitúe en un alto nivel de prioridad la generación de nuevas políticas transversales correctoras de las graves desigualdades sociales acentuadas por la pandemia y que, en este marco, dé el protagonismo que les corresponde a las del ámbito sanitario.