1 feb. 2016 8:23H
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José A. Puglisi
Los futuros médicos entran al aula. Al frente, una de las eminencias de la Medicina actual está a punto de comenzar su clase magistral. Todos sacan los cuadernos, desenvainan los bolígrafos y ponen a grabar sus móviles. No quieren perderse ninguna información que les permita aprobar la asignatura y convertirse en los próximos profesionales del Sistema Nacional de Salud (SNS). Tras dos horas sin pausas, y ansiosos por saciar las dudas acumuladas a lo largo de la clase, los alumnos observan con preocupación cómo el docente recoge sus cosas al mismo tiempo que encarga un trabajo y sale por la puerta dejando entre los pupitres una sensación de incertidumbre y desconcierto. Ante una situación de este tipo surge una pregunta: ¿Qué cualidades debe tener el perfecto profesor de Medicina?

La imagen del profesor más o menos brillante pero desinteresado por las próximas generaciones está desapareciendo lentamente en las facultades de Medicina de España. Aunque aún existe la posibilidad de encontrarles, las instituciones y los estudiantes están presionando para que los conocimientos sean propiciados por unos educadores más activos que pongan al alumno en el centro del conocimiento y prueben su capacidad para resolver problemas de las formas más modernas y efectivas. Sin embargo, no es una tarea sencilla de cumplir, ya que requiere la capacidad de satisfacer muchas necesidades.

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