28 sept. 2015 9:40H
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Cristina Alcalá/ Jesús Vicioso Hoyo. Madrid
Rafael no puede ponerse ni un traje de chaqueta. Heriberto ha tenido que dejar su trabajo de informático. Antonio convivió desde pequeño con frases como “pobrecito” o “qué pena, con lo guapo que es”. Bajo estos tres nombres se esconden tres historias reales, tres personas que no lo tienen nada fácil ni siquiera para hacer las tareas más habituales del día a día. Todo por culpa de la talidomida.

Vestir, desplazarse o comer son un suplicio para los cientos de afectados a los que este medicamento de la fábrica alemana cuyo nombre les quema en la boca, Grünenthal, les ha convertido en víctimas. Esta semana han recibido un mazazo judicial prácticamente definitivo que les ha truncado aún más su ya de por sí complicada jornada, porque les ha arrebatado las esperanzas de que se hiciese lo que reclaman desde que nacieron: justicia.

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