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Máximo García Padrós, cirujano jefe de la plaza, lleva medio siglo custodiando la salud de los toreros

El 'ángel de la guarda' de Las Ventas viste bata y usa bisturí
Máximo García Padrós, cirujano jefe de la Plaza de Toros de Las Ventas (Madrid).


21 may. 2016 20:00H
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POR @CRISTINAALCALAL
Decimocuarto día de la Feria de San Isidro. A escasos minutos de las siete de la tarde, casi 24.000 espectadores se acomodan en los tendidos de la madrileña plaza de toros de Las Ventas. Lleno total. Arriba, en los palcos, el murmullo de unos y otros se entremezcla con los compases de ‘El gato montés’ que toca la orquesta, uno de los pasodobles más conocidos para amenizar este tipo de fiestas. Abajo, en el patio de cuadrillas, el silencio reina y los tres protagonistas de la tarde se concentran: el sevillano Daniel Luque, el valenciano Román y su padrino en esta corrida, su paisano Enrique Ponce.

Bajo un sol de justicia, el coso enmudece al escuchar el toque de clarines y timbales. Es la señal que da permiso al diestro para hacer el paseíllo hasta el centro del albero junto a sus tres banderilleros e iniciar la corrida. Frente a ellos, los astados de la ganadería Puerto de San Lorenzo aguardan en los toriles a que el presidente de la plaza saque su pañuelo blanco y dé comienzo a la faena.

Máximo García Padrós.

Solo hay un hombre en Las Ventas que, a pesar de no perderse ninguna de las 31 corridas de la temporada, no las ve desde las gradas, sino a través de la televisión que tiene en su pequeño despacho al lado de la Enfermería, justo debajo del tendido 4. Un espacio decorado con decenas de placas conmemorativas y donde un imponente retrato de varios profesionales dentro de un quirófano reina la pared principal. Una dependencia en la que, con tan solo cruzar sus puertas, se acallan los ‘oles’ propios del espectáculo y reina el silencio. El silencio, ese elemento imprescindible que necesita Máximo García Padrós para visionar las corridas y, más importante aún, analizar las cogidas que sufran los toreros, si las hay. El cirujano jefe de la plaza de toros más importante de España abre sus puertas a LA REVISTA de Redacción Médica para contar de primera mano cómo es su día a día en el número 237 de la calle Alcalá.

El cirujano de la Enfermería de Las Ventas fue, es y será Máximo

“Empecé a venir a Las Ventas cuando solo tenía dos años. Desde muy pequeño tenía claro que quería hacer Medicina y especializarme en este mundo y, antes de terminar la carrera, ya venía a la plaza a hacer fotos de las heridas de los toreros”, narra García Padrós. Una vocación que le vino de familia: su padre, el también cirujano Máximo García de la Torre, le dio la ‘alternativa’ en esta Enfermería en 1966, y él espera ‘cortarse la coleta’ por su hijo Máximo, que sigue sus pasos desde hace más de 15 años.

Pero, ¿qué diferencia la labor asistencial que se ejerce en una plaza de toros a la que se hace en un hospital ordinario? “En todo -explica el sanitario- ya que es de los pocos espacios donde el médico puede atender las heridas del paciente escasos minutos después de producirse, algo que es clave en la recuperación”, dice.

La cirugía que se realiza en Las Ventas (como en cualquier otro ruedo) es de urgencias y se caracteriza por la rapidez en la asistencia, la escasez de sangre que hay en muchos casos y las complicaciones médicas que puede acarrear operar en un lugar que no es el propio hospital. Pero no solo eso. El personal sanitario que aquí trabaja debe de conocer a la perfección el desmontaje de un traje de luces (la indumentaria del torero) para quitárselo inmediatamente después de que éste cruce las puertas de la Enfermería.

El triángulo de Scarpa

Las heridas que los expertos tratan también son diferentes. La mayoría de ellas se producen en el triángulo de Scarpa (o triángulo torero) que va desde las rodillas al ombligo y que son provocadas por el movimiento natural de la cabeza del toro, precisa García Padrós. Las lesiones cervicales también son muy comunes y muy graves entre los matadores, que sufren efectos adversos cuando el toro les voltea.

Entrada a la sala de Enfermería.

Todos estos elementos hacen que el diestro no sea un paciente más, sino que esté hecho de “una pasta diferente”, como reconoce con admiración este cirujano, que solo tiene una queja: “lo poco que siguen los consejos médicos los toreros”. Y pone como ejemplo el reciente caso de Luis David Adame. El mexicano fue atendido por García Padrós hace unos días de una grave cornada que no le impedirá volver a saltar a los ruedos la próxima semana, aun sin estar del todo recuperado.

De espeluznantes cogidas tiene García Padrós el historial lleno, tal y como relata a LA REVISTA de Redacción Médica. En el medio siglo que lleva ejerciendo en esta plaza, este médico ha asistido a envites tan sonoros como el de Julio Aparicio en 2010. El primer toro de la ganadería de Juan Pedro Domecq corneó al diestro en la cara, metiéndole el pitón por encima de la nuez, atravesándole la boca y fracturándole el maxilar superior. O la que asistió casi 30 años antes, en el verano de 1983 al torero Curro Vázquez, quien tras los primeros muletazos, se encontró al animal de frente y recibió una embestida que le produjo dos trayectorias, de 15 y 20 centímetros respectivamente, destrozándole los músculos abductores y arrancándole el paquete vásculo-nervioso. Ambos toreros entraron por los pasillos interiores de Las Ventas con el pronóstico ‘muy grave’ sellado en su parte médico.

“Cuando ocurren este tipo de situaciones, hay que tener la cabeza tranquila y atender al herido con la mayor rapidez posible una vez salga del coso”. A pesar de que el equipo médico tiene un callejón especial para contemplar la corrida, ninguno ve el espectáculo desde la barrera, sino que se ayuda de las nuevas tecnologías para analizar mejor la magnitud del percance (cómo ha sido la trayectoria o las lesiones tras la caída). Con la televisión, y desde la Enfermería, estos profesionales visualizan la cogida desde varias cámaras, con repeticiones, escenas superlentas…

Asimismo, los avances médicos también se han adentrado en estas puertas, permitiendo que la asistencia sea más eficaz y segura, y la probabilidad de éxito, más alta. “Antes el instrumental se esterilizaba hirviéndolo durante 20 minutos y el acero salía ardiendo. Ahora disponemos de un aparato que lo hace en la mitad de tiempo y sin complicaciones”, relata. “La anestesia también ha evolucionado muy rápidamente: hace años usábamos cloroformo –que afectaba también a los sanitarios- y ahora se hace a través de una sedación”.

El ‘salvador’ de toreros

‘Ángel de la guarda’ o ‘salvador’ de toreros son solo algunos de los apelativos que ha tenido que escuchar este sanitario desde que empezó a trabajar por primera vez en Las Ventas en 1966–primero como médico adjunto y luego como cirujano jefe-. Sin embargo, la ‘gesta sanitaria’ de este profesional se produce también gracias al equipo en el que se respalda, compuesto por otros dos cirujanos, un traumatólogo, una médico de Atención Primaria, otra de Medicina del Deporte, dos enfermeros y dos ayudantes de quirófano.

García Padrós, en la barrera de Las Ventas, durante un momento de la entrevista.

En casi sus 100 años de vida (la plaza fue inaugurada en 1929), por Las Ventas han pasado cuatro cirujanos jefe: Jacinto Segovia, Luis Jiménez Guinea, su padre y ahora él. En todo este tiempo, los profesionales sanitarios han atendido a más de 12.000 personas, de las cuales, 3.500 eran toreros (900 han precisado anestesia por una cornada).

Sin embargo, aunque son casos más excepcionales, no hay que olvidar que la muerte es un elemento muy presente en una actividad de alto riesgo como esta. En este casi siglo de vida, Las Ventas ha visto morir a dos de sus maestros: el diestro Pascual Márquez, en 1941, y el banderillero Manuel Leyton ‘El Coli’, en 1964.

Y en el caso concreto de García Padrós, hasta ‘resucitar’ a un torero, aunque por pocos días, como recuerda ante este medio. Fue en el verano del 88, cuando el banderillero Antonio González Gordón ‘El Campeño’ entró con parada cardiaca tras una hemorragia masiva. El astado le rompió el cuello, la carótida, las yugulares y llegó a la base del cerebro en una embestida que sobrecogió a la plaza. “Entró prácticamente muerto a la Enfermería. El equipo sanitario lo salvó, pero falleció siete días después”.

Son poco menos de las diez de la noche, y mientras el sol se apaga a este lado de Madrid, un Enrique Ponce, vestido de grana y oro, corta una de las orejas del astado de la ganadería salmantina. Varios metros detrás, y a través de una pequeña pantalla, un equipo médico respira tranquilo al pensar que la faena no les ha hecho una ‘faena’  y que, un día más, saldrán por la puerta grande… la de la Enfermería.
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