La Revista

El presidente de los hematólogos españoles sitúa el deseo de ayudar por encima de la vocación para ser un buen médico

José María Moraleda, presidente de la SEHH, durante la entrevista


3 abr. 2016 20:00H
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POR SERGIO LÓPEZ

A punto de dejar el testigo al frente de la Sociedad Española de Hematología y Hemoterapia (SEHH), José María Moraleda es incapaz de repasar su biografía sin recordar a todos aquellos que considera sus mentores. Ese nivel de modestia es una característica que a veces no aparece unida a trayectorias académicas y profesionales tan sobresalientes como la de este médico nacido en el corazón de La Mancha, criado profesionalmente entre Salamanca y Seattle y afincado en Murcia. De vocación algo tardía, seguidor del Atlético de Madrid y aficionado al flamenco, Moraleda combina su labor en la presidencia de la sociedad científica con la de dirigir la Unidad de Hematología y el banco de células madre del Hospital Virgen de la Arrixaca.

¿Cuándo decidió ser médico? ¿Tenía vocación desde niño?

Estuve en contacto con la Medicina desde niño, porque mi padre fue médico de familia en Herencia, un pueblo de La Mancha. Era uno de esos que iba de un lado a otro en moto, que igual atendía un parto que a un labrador que se había cortado con una máquina. Él era cirujano, pero dejó la especialidad por amor. Se fue a La Mancha porque había conocido a mi madre.

Para mí, la  Medicina no fue una decisión temprana. Veía el tipo de vida que llevaba mi padre: mañana, tarde y noche, sin descanso alguno, y me llamaban la atención otras cosas. Estaba decidido a hacer Matemáticas.

¿Qué pasó entonces?

Vino al instituto un médico, poco antes de empezar la universidad. Nos habló de la Medicina, y a mí se me despertó la pasión que mi padre ya me había impregnado en casa.

¿Tuvo que ver esa pasión en la obtención del ‘cum laude’ como doctor de Medicina y Cirugía y el sobresaliente en el grado?

Éramos una familia de nueve hermanos, y mi padre tenía los recursos justitos: podía pagar los estudios de los dos mayores, y yo era el tercero. Así que dependía de las becas para seguir estudiando. Lo hice todo con becas: el colegio, el instituto y la universidad. Desde el principio me acostumbré a clavar codos y ayudar a la familia.

¿Por qué Hematología?

Pues, de nuevo, hay una persona concreta para explicarlo. Creo que en los hitos de nuestra vida siempre hay alguien detrás. En este caso es Antonio López Borrasca. Don Antonio, como le llamábamos siempre, hizo posible en España que se conciba la Hematología como la conocemos ahora: un maridaje perfecto de clínica y laboratorio. Sus clases eran apasionantes.

Un día me lo encontré en el hospital donde hacía prácticas. Me llevó a su despacho y me dijo: “Usted tiene que hacer Hematología”. Cuando eres estudiante de sexto de Medicina, que un profesor te diga eso te convence. Nos fuimos de Pamplona a Salamanca un grupo de mozalbetes -Vicente Vicente, Ignacio Alberca… y los más jovencitos, que éramos Jesús San Miguel y yo- a hacer la especialidad y a montar el servicio de Hematología que había soñado Don Antonio. 

Además de la figura de López Borrasca, en su currículum destaca el haber investigado con un premio Nobel como Edward Donnall Thomas. ¿Cómo fue la experiencia?

Fue durante mi segunda estancia en el extranjero, en Seattle, que recuerdo como una experiencia  maravillosa. Fui a aprender a hacer investigación sobre técnicas novedosas de trasplante de médula ósea. A Thomas le gustaba lo que estaba haciendo, me invitó a su casa y comenzó una amistad que para mí es importantísima. Conocer a fondo a un premio Nobel es un privilegio y, en su caso, supuso una lección de vida tanto en lo laboral como en lo humano para mí.

¿Qué lección aprendió de él?

La humildad. Me impresionaba sentirme escuchado por todo un premio Nobel. Thomas consideraba a cada ser humano como un equivalente.

¿Qué requisitos debe tener un buen médico?

Creo que la vocación es importante, pero lo es más aún desear ayudar a los demás. Hay que tener ganas de querer curar y de escuchar. Creo que es intrínseco para esta profesión ser buena persona. Al hematólogo, además, le tiene que gustar el laboratorio. El punto que nos distingue de otras especialidades es que tenemos la semilla de la investigación en nuestra sangre.

Moraleda (a la derecha) junto a su padre y su hijo, también médicos.

Le voy a pedir que me diga cuáles son para usted la cara y la cruz de la Hematología: su parte más apasionante y la más desagradable.

Es una pregunta difícil, porque a mí me parece todo muy bonito y desagradable pocas cosas. Quizás, lo más gratificante es que me dediquen una sonrisa con un poco de esperanza en estas enfermedades tan difíciles. Lo más difícil y delicado es saber transmitir con la suficiente delicadeza, dulzura y amabilidad las malas noticias.

Hay muchas esperanzas puestas en las células madre. ¿Cree que la investigación estará a la altura de esas expectativas?

Sobre eso, soy un creyente. Las células son un vehículo de curación importante, un tratamiento en sí mismas. Soy tan taxativo en esta idea porque los hematólogos llevamos curando con células cientos de años con la transfusión de hematíes, por ejemplo. El tratamiento de médula ósea no deja de ser con células, y estamos llegando al punto de curar con ellas enfermedades no hematológicas.

Hematología es una de las cuatro opciones que baraja el número 1 del MIR, Carlos Bravo. ¿Qué le diría para terminar de convencerle de apostar por esta especialidad?

Si no es suficiente con lo que he dicho, mal vamos (ríe). Creo que es murciano, así que le diría que se acerque a su tierra. En el Virgen de la Arrixaca estaríamos encantados de tenerlo con nosotros. Eso sí, si cumple con estas premisas: que se quiera dedicar en cuerpo y alma a sus pacientes, que tenga inquietud investigadora y que le pique la curiosidad de la docencia. Si quiere ser un médico científico, esta es la especialidad.

Este año culmina su periodo como presidente de la SEHH. ¿Cuáles son los éxitos que considera ha alcanzado frente a la sociedad?

Hemos querido dar el mensaje de que incluso en los momentos más complicados de la economía de un país se puede apostar por la investigación. Gastamos casi el 90 por ciento del patrimonio de la SEHH en becas de investigación. Hemos pasado de tener tres becas de 15.000 euros a siete de 35.000. Es una forma de dar señales a los jóvenes que no encuentran sitio donde desarrollarse.

Fue uno de los fundadores del precedente de la SEHH, la Sociedad Castellanoleonesa de Hematología. ¿Qué recuerdos guarda de aquella época?

Guardo recuerdos muy positivos y alegres porque, para empezar, tenía muchos años menos. Fue el principio de un gran proyecto. Sobre todo aprendimos una cosa que no habíamos hecho demasiado: trabajar en equipo. En España no se nos enseña. Somos 46 millones de genios que trabajan individualmente.

Con más de una decena de premios por su investigación, ¿cuál recuerda con especial cariño?

Para mí, el premio son mis pacientes. Pero si tuviera que mencionar un galardón diría que el primero de todos. Me hizo mucha ilusión cuando presenté un trabajo de mi tesis doctoral y fue reconocido con un premio. Las tesis doctorales son muy duras. Son momentos en los que aún tienes muchas dudas sobre si vales o no, y experimentas cierta zozobra. En aquel momento, a mí me costó. Era un trabajo de ciencia básica, sobre una proteína concreta, la fibronectina, y ese premio me hizo ilusión porque me ayudó a continuar.

Hay dos ideas que sobresalen en todas sus respuestas: la pasión por la ciencia y por ayudar a los demás. ¿Qué opina de aquellos que rechazan la ayuda de la ciencia? Los ‘antivacunas’, las personas que rechazan las transfusiones de sangre o la Medicina convencional…

Los respeto. No lo comparto porque creo que se hacen daño a sí mismos, pero la responsabilidad individual es la responsabilidad individual. Eso sí, siempre que no sea inducido. Si estamos hablando de personas dependientes o menores que no reciben ayuda por decisión de sus familiares, estamos hablando de otra cosa. Aun así, hay muchas derivadas en esta pregunta, porque hay medicinas que no son convencionales, pero sí son curativas. La medicina tradicional china ha demostrado ser curativa. Y, sin ir más lejos, nuestra farmacopea durante muchos siglos ha dependido de la botánica.
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