La Revista

José Ramón Repullo hace un repaso por su extensa trayectoria profesional y 25 años en la Escuela Nacional de Sanidad

José Ramón Repullo, profesor de Planificación y Economía de la Salud de la Escuela Nacional de Sanidad.


17 jun. 2017 20:00H
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POR JOSÉ A. PUGLISI
Con una sonrisa tatuada en el rostro, José Ramón Repullo recuerda sus paso por algunas de las instituciones más emblemáticas de la sanidad española. A pesar de contar con un amplio currículum, el profesor de Planificación y Economía de la Salud de la Escuela Nacional de Sanidad recuerda cada etapa con precisión y, en la mayoría de los casos, de una forma gratificante. En sus respuestas se percibe una precisión similar a la que uno espera encontrar en las manos de un cirujano, pero dejando espacio para pequeñas dosis de humor, una faceta carismática que recuerda a su infancia casi desconocida: los nueve años que vivió en Venezuela.
 
Desde su despacho, en la Escuela Nacional de Sanidad, Repullo opera a corazón abierto la economía del sector, aprovechando la experiencia adquirida dentro de la dirección del Hospital de Móstoles, en el Insalud, en la subdirección del Servicio Sanitario de Madrid y el propio Ministerio de Sanidad. Una historia que, al poner punto final, le permitirá ser “un buen jubilado”, de esos que viven un ritmo de vida tranquilo que le permita volver a los lugares que más añora. ¿El primer destino?: Costa Rica.
 
¿Cuándo nace su pasión por la Medicina? 
 

José Ramón Repullo, durante una conferencia.

Mi padre fue médico. Trabajó muchos años en Medicina Interna en Venezuela y en España. Eso me influyó. También lo hizo que mi hermano mayor hiciera económicas, ya que me gusta casi todo, tengo una curiosidad insaciable. Sin embargo, al final escogí Medicina y me empezó a interesar sobre todo sus aspectos más amplios, así como las disciplinas relacionadas con la persona y la sociedad. Cuando empecé me di cuenta de que era lo mío.
 
¿Entonces es una vocación heredada?
 
No del todo. Estoy en el inicio de la saga y me da la impresión de que acabó. Ninguno de mis hijos ha escogido Ciencias de Salud, a pesar de que mi esposa es psicóloga y yo médico. Creo que una de las cosas que hacen, posiblemente de forma inteligente, los hijos es apreciar el coste efectividad de la profesión de los padres. De ahí que uno sea arquitecto y el otro documentalista.
 
Vivió hasta los nueve años en Venezuela, ¿qué recuerdos le quedan de su infancia en el Caribe?
 
Fue una infancia, posiblemente, muy parecida a un entorno norteamericano. Había un gran número de supermercados y hamburgueserías. Cuando venía a España me topaba con un entorno muy subdesarrollado en aquella época. Recuerdo que, cuando le pedía a mi abuela una hamburguesa, ella me respondía con un “te doy un filete ruso”. Los que ya tienen una edad, comprenderán la diferencia entre ambos. Entonces crecí en una Venezuela con una economía recalentada por el petróleo, pero no tan fuerte en el ámbito cultural, educativo y profesional, frente a una España muy pobre pero con unas bases y un ‘know how’ que, posteriormente, han marcado la diferencia.
 
¿Cómo fue su primer contacto con la facultad de Medicina?
 
La universidad era un desastre. Sin paliativos. Había una masificación brutal, con un abandono de políticas gubernamentales y de recursos. Estábamos en la Transición y había un enorme interés en la política por todos los agentes sociales, lo que llevó a que el mundo profesional sanitario estuvieran al borde de transformaciones importantes. Por lo tanto, hice Medicina, pero luego, en la especialización, tuve que repensar un poco qué había estudiado y cómo aprovechar esos retos de modernización y nueva generación de conocimientos que estaba en el ambiente.
 

Durante una de sus vacaciones.

Al acabar la carrera, en la Universidad Complutense de Madrid, me interesé por la Psiquiatría. De hecho, empecé a estudiar dentro de la Escuela de Psiquiatría del Hospital Clínico de San Carlos. Ahora bien, tengo que confesar que, aunque me gustaba mucho la psiquiatría, no tanto la rutina de la atención al enfermo psiquiátrico que hice durante esa época en ese lugar.
 
¿Qué camino toma al descartar la psiquiatría?
 
La vida va tomando decisiones por uno. Y nosotros nos dejamos, salvo en personas muy vocacionales o con un elevado grado de libertad. En mi caso, no sé bien cómo acabé haciendo las oposiciones de Inspector Médico de Seguridad Social. Pensé que sería algo provisional para poder tener una estabilidad que me permitiera luego hacer otras cosas, pero, como ocurre a los que tenemos una vocación distraída, acabó gustándome y empecé a trabajar en la Seguridad Social, como Inspector Médico.
 
¿Y cómo llega hasta la dirección del Hospital de Móstoles?
 
Por otra extraña casualidad. Era un hospital que quería abrir la Seguridad Social, por lo que estaban buscando a alguien suficientemente inconsciente y atrevido como para ir a abrir en condiciones muy poco propicias, desde el punto de vista estructural. Eso me divirtió muchísimo. Estuve trabajando en el hospital en todo el proceso de apertura y, a partir de ahí, empieza una nueva dinámica.
 
¿Cuál?
 
Estábamos en plena transición, año 83, y aquella época se caracterizaba en el mundo de la sanidad pública española por una estructura de gobierno basada en gente muy mayor. Queda feo llamarle gerontocracia, pero no es despectivo. Era gente que había montado el Instituto Nacional de Previsión, luego Insalud y que, en ese momento, se jubilaban a una velocidad enorme, por lo que los más jóvenes tuvimos que reemplazarles en condiciones, yo diría, excesivamente rápidas, donde quizás tienes menos conocimiento que entusiasmo. Por esto, de pronto, me veo pronto llevando toda la sanidad de Madrid como subdirector de Servicio Sanitario de Madrid. Fue una experiencia muy bonita, prácticamente en año y medio allí trabajamos una barbaridad.
 
…¿y al terminar?
 

Junto a su hermano durante la infancia.

Me abducen para compañero del director general del Insalud, durante un proceso de planificación y de cambios importantes en la red  de ambulatorios, en la humanización de la asistencia, la planificación de hospitales y Atención Primaria. Fue otra época muy bonita que termina llevándome hasta el Ministerio de Sanidad, como jefe de servicio de Acreditación de Hospitales y de Calidad Asistencial. Años después, casi por lógica, llego a la Consejería de Sanidad de Madrid, donde comenzamos a trabajar en la transferencia de  la Seguridad Social de los Centros de Servicios a la Comunidad de Madrid. No fue hasta el 1991 cuando me doy cuenta de que la transferencia no está en la agenda política sino solamente se habla de ella. Por eso, me pongo a estudiar en el Health Planning and Financing de Reino Unido, hasta que, un año después, me incorporo a la Escuela Nacional de Sanidad.
 
¿Su vocación por la cara económica de la Medicina estuvo presente durante todo este proceso?
 
Es curioso. En el mundo de la bata se entiende mal la palabra economía. Economía viene del fondo de opciones. Si tú tienes 3.000 euros, debes decidir qué hacer con ellos, si te los gastas o si lo ahorras. El dinero es un vehículo de intercambio o de ponderación de decisiones, pero esto no tenía sentido en el ‘paraíso terrenal’ donde realmente todo estaba a tu alcance de manera totalmente ilimitada, como ocurría en la sanidad.  
 
¿Ha cambiado esa percepción en el mundo de las batas blancas?
 
La actividad profesional es compleja, interdependiente, acoplada y multiprofesional. Por eso, para que las cosas funcionen bien hace falta mucha organización. La gente cree que es un proceso de administración empírica, casual, trivial, pero en realidad hay mucha organización y es un componente al que hemos dedicado todo este tiempo. Sin olvidar otras áreas que hemos ido descubriendo desde la Escuela Nacional de Sanidad, como evitar el enorme malentendido en la aplicación de las Ciencias de la Organización y la Gestión a la Sanidad, donde se importaban conceptos y prácticas del mundo de la empresa.
 
¿Están las nuevas generaciones preparadas para asumir el relevo en Sanidad, así como lo hicieron ustedes durante la Transición?
 
Es un gran misterio. Cuando nos tocó a nosotros teníamos menos idea y más capacidad de transformación y, ahora, creo que tenemos mucho conocimiento, pero no he visto una época más inútil y más incapaz de materializar procesos. Sin embargo, no solo tiene que ver con el mundo del conocimiento, ya que un momento de transición política, social y económica permite hacer cosas que en otros momentos se te cierran, por lo que es fundamental contar con la voluntad política.
 
En sociedades democráticas bien organizadas es fácil establecer minorías de bloqueo. Las sociedades se vuelven brutalmente conservadoras porque es muy sencillo, como si fuesen la pastilla de freno de un coche que, apenas con un pequeño trocito de plástico, puede parar en seco una enorme mole de metal. Es muy fácil crear ahora las minorías de bloqueo.
 
¿Y cuál es el ‘freno’ de la gran rueda de la sanidad?
 
Todos ponen su pequeña parte de plástico. Después de una época de austeridad donde se han hecho recortes negando que se hicieran y donde existió muy poco músculo técnico en las medidas de desinversión o de priorización, ha generado una evaporación del capital de confianza. ¿Cómo se resuelve ese tema?, pues la verdad es que yo diría que esa es la asignatura principal que tenemos ahora que resolver.
 
¿La solución puede estar en los profesionales que se forman dentro de las facultades de Medicina?
 
Sí, desde el punto de vista molecular. Es un tema muy bonito en el que hemos trabajado junto a la Organización Médica Colegial (OMC) para tratar de identificar cómo será el médico del futuro. Uno de los principales problemas que vemos es la ‘industrialización’ de la formación, donde primero se escoge a las notas de corte más altas y luego se les va preparando para un examen de respuesta múltiple, siendo muy difícil conceptualizar la Medicina así.
 
Al contrario, la Medicina es poco determinística. A mis alumnos siempre les explico que la práctica clínica es como surfear: necesitas una buena tabla, como es la Medicina basada en la evidencia o los conocimientos, pero también necesitas de olas; es decir, el basarse en la experiencia y juicio personal, ya que no existe un algoritmo o trayectoria única, sino que tienes que estar rectificando, acercándote y alejándote continuamente.
 
Usted fue expresidente de Sespas. ¿Desde las sociedades científicas también se puede promover el cambio?
 
Aunque no lo sepamos, uno de los elementos que cohesionan el Sistema Nacional de Salud español son las sociedades científicas, así como también los colegios y otros grupos de presión. La Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria es una de ellas, aunque es un poco original, porque está compuesta por 13 sociedades científicas a su vez un poco ‘raritas’, ya que abordan aspectos como Economía de la Salud, Epidemiología, Salud Ambiental, Enfermería Comunitaria, entre otras. Es decir, aquellas que tienen un componente muy vocacional.
 
En corto
¿Su libro favorito?
 
‘La Fundación’ de Isaac Asimov
 
¿La película?
 
‘Casablanca’
 
¿Canción?
 
Soy muy melómano, pero diría ‘Let it be’
 
¿Una ciudad donde vivir?
 
A mí me gusta Madrid. Aunque también me desespera
 
¿Y para viajar? 
 
Costa Rica
 
¿Un objeto imprescindible?
 
El móvil o el ordenador
 
¿Un personaje importante de su vida?
 
Llevo con mi esposa desde los 17 años, tiene que ser ella
 
¿Un personaje histórico?
 
León Trotsky. Su historia es una tragicomedia, con pinceladas épicas y dramáticas que resume muy bien el siglo XX
 
¿Un lema vital?
 
¡Paso palabra!
 
 Un equipo de fútbol
 
 El Atlético de Madrid
 
 ¿Qué le hace feliz?
 
Hay dos tipos de felicidad, una más intelectual y otra que es más vital. Disfruto de ambas de ellas
¿Cuál considera que fue su legado dentro de Sespas?
 
La sociedad ha evolucionado muy bien. Estuve cuatro años empujando por lograr un replanteamiento del funcionamiento interno y promoviendo la renovación constante a través de un sistema que ya tienen un importante número de sociedades científicas, que es el de tener un presidente saliente, uno en ejercicio y otro entrante. Esto facilita que exista una continuidad y que no se personalice.
 
El problema está en la miseria con la que se trata a las sociedades, una situación dura en un sector donde la industria tecnológica y farmacéutica tiene muchísimo dinero para hacer publicidad. Esto ha generado que muchas sociedades están muy condicionadas por procesos de subvención. Nosotros, quizá porque no nos quisieron subvencionar, nos hemos mantenido normalmente autónomos y con unas opiniones firmes aunque existan muchos intereses por interferir en ellas.
 
¿Le toco defender la autonomía de Sespas ante intereses externos?
 
Sí. Digamos que la epidermis de las autoridades sanitarias es muy fina. De hecho, tengo en mi currículum oculto el haber sido damnificado por una ministra del PSOE y por otra del PP. Sin embargo, son dos historias que aún no estoy dispuesto a contar, ya que son aspectos que vas acumulando a lo largo de los años y que no sabes bien si son heridas o medallas. Aunque, al final, considero que serán medallas, porque siempre mantuve una opinión con criterio técnico y razonable, pero que han molestado por sacar al político de su zona de confort. Con esto no quiero decir que los políticos sean malas personas, solo que en términos de política general, la sanidad siempre ha sido la gran olvidada de la democracia española. Somos, como lo llaman los ingleses, el penúltimo ministerio a cubrir.
 
¿Considera que la práctica del penúltimo ministerio en cubrir se ha repetido con el nombramiento de Dolors Montserrat?
 
En el sector ha habido preocupación, pero mi opinión sobre el tema no es importante. El sector está esperando a ver los resultados, ya que ha ocurrido que han llegado ministros con muy buenas credenciales que actuaron muy mal y otros que, sin tener experiencia, lograron el apoyo de sus compañeros en el Paseo del Prado. De ahí que sea fundamental el contar con aspectos intangibles en el currículum, como es el liderazgo y la capacidad de generar cosas.
 
¿Qué medidas tomaría usted si le nombran mañana ministro de Sanidad?
 
Curiosamente, es un juego mental que a veces hacemos con mi compañero de trabajo, José Manuel Freire. El año pasado, por ejemplo, presentamos un informe que resumía las 20 medidas de radicalismo selectivo. Es decir, en vez de tantas palabras buscar qué cosas molestan y hay que cambiar, aunque sean difíciles de hacer. Una de ellas, por ejemplo, es el tema de la temporalidad. Resolver estos tipos de problemas no radica en la ideología, sino, como dicen los ingleses, la ‘inspiration’ y ‘perspiration’. La primera, la inspiración es tener la idea, mientras que la segunda es mover el esqueleto para lograrlo. El problema es que, en España, esa segunda parte va un poco flojita.
 
¿Cuál es el hito más importante que ha alcanzado durante estos 25 años en la Escuela Nacional de la Escuela Nacional de Sanidad?
 
Destacaría un hito personal. Durante estos años me he construido, ya que no hay nada que forme mejor que formar a otros. Hay que ser creativo para estar en un lugar con muy pocos profesores y poder resolver todas las dudas de los estudiantes que, además, son de un nivel ‘senior’. En este sentido, se trata de una docencia enormemente exigente y, a la vez, muy gratificante. Sin embargo, no puedo dejar pasar otros aspectos como el cambio de formato presencial al de distancia, a través de la alianza con la UNED o el pasar de una mentalidad industrial en la gestión sanitaria a otra de organización profesional, una labor en la que he trabajado por casi 20 años con Luis Ángel Otero.
 
Entonces se entiende que tiene un buen recuerdo de este último cuarto de siglo
 
Ha sido una experiencia muy divertida. Cuando miro hacia atrás, ahora que hemos visto a las 15 promociones que llevamos, me siento feliz. Sin embargo, admito que casi estoy siempre mirando por el retrovisor porque me alegra más que el futuro, tan condicionado por la falta de apoyo. No es que haya un elemento distintivo o peor para nuestra casa que cumplirá 100 años de historia en el año 2027,  sino que el conjunto de instituciones del conocimiento de la Administración General del Estado están igual.

¿En qué aprovecha el poco tiempo libre que le deja el sector sanitario?
 
No sé qué opinará mi mujer, pero posiblemente soy un poco aburrido. Mis pasatiempos suelen estar ligados con este ámbito. Usualmente me llevo algo de trabajo a casa que sea más divertido que rutinario. Aunque también disfruto mucho del cine, al que voy ya muy poco. Ahora, con las malditas cadenas de pago, me he enganchado a la serie de Nickelodeon sobre un hospital y, siendo mi hijo un poco ‘friki’ de la ciencia ficción, he terminado viendo la ‘Guerra de las galaxias’ o ‘Juego de Tronos’. También me gusta mucho cocinar, me relaja.
 
¿Cuál es su especialidad como chef?
 
La lasaña, siempre me la piden…
 
¿A qué personas del sector sanitario les prepararía este plato?
 
En el sector sanitario tengo excelentes amigos. Entre ellos están José Manuel Freire, con quien mantengo una relación muy fuerte y cotidiana; Luis Ángel Otero, con quien he compartido mucho en la Escuela; así como otros de toda la vida: Andreu Segura, José Oñorbe, Juan Alfonso Jiménez, y Ángel Fernández. También invitaría a mucha gente joven, porque son los que te ayudan a mantener la mente despierta.
 
¿Cómo se imagina su vida fuera de la Escuela?
 
Seré un buen jubilado. Tengo muchos intereses que me divierten. Por ejemplo, me gustaría retomar la música. Durante una época hice solfeo y algo de piano. Sin embargo, no quiero ser un jubilado cargado de tareas, sino dejarme fluir, eso que ahora llaman ir ‘slow’. Tengo ganas de que el tiempo fluya de otra manera, así como viajar y tener la oportunidad de volver a visitar algunos lugares importantes para mí.
 
¿Cuáles viajes están de primeros en su lista de deseos?
 
Me gusta mucho Costa Rica y Machu Picchu podría estar en segundo lugar. Me gustaría volver, fue algo espectacular. Bueno, el mundo está lleno de lugares, así como también lo está España.
 
¿Y visitar la Venezuela de su infancia?
 
¡Ay! A ver si son capaces de abrir un espacio de tolerancia, de libertad y de seguridad, este es el tema. Me duele mucho la situación de mi país, sé que no tengo ya muchos lazos con ella pero, en fin, esto de que cesen a  una ministra de Sanidad porque dicen que hay mortalidad infantil es un escándalo. En fin, es una cosa que se ha ido de las manos, pero claro que quiero volver. La Tata que me cuidó aún está allí y me encantaría volver a verla.
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