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El psicólogo Marino Pérez desvela para Redacción Médica las claves de su libro 'Nadie nace en un cuerpo equivocado'

"La Ley Trans constriñe el papel del sanitario a un único diagnóstico"
Marino Pérez, catedrático de Psicología Clínica en la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo.


5 jun. 2022 15:25H
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Afirma Marino Pérez que fue la “responsabilidad académica” lo que le empujó a escribir ‘Nadie nace en un cuerpo equivocado’ (Deusto), obra que suscribe junto a José Errasti y en la que aborda el fenómeno de la transexualidad desde su vertiente psicológica, jurídica y social. Un libro que, subraya el psicólogo asturiano, analiza “el éxito y las miserias” de este movimiento “sin ambages” y “desde una posición académica”.

La presentación del libro ha sido turbulenta, y de hecho sus autores se han visto obligados a cancelar más de un acto debido a las protestas de organizaciones y simpatizantes del movimiento ‘trans’. Aunque reconoce que sabían de antemano que iban a ser “contestados” e incluso “acusados de transfobia”, Perez recalca su gran acogida en las tiendas: “Lo que nos sorprendió fue el éxito que ha tenido, lo que pone de relieve que la gente estaba esperando algo así”, asevera.

Desde un prisma científico, ¿cómo se aborda al fenómeno de la transexualidad?

Lo que está a debate es el fenómeno de la disforia de género, una incongruencia de la identidad sentida hacia el propio cuerpo que puede afectar a niños y adolescentes. Personalmente diría que es un fenómeno social, porque no define una entidad química o una enfermedad sino un malestar hacia el cuerpo natal. Al modo en que se aborda a nivel médico se le llama ‘terapia afirmativa’, que, como su nombre indica, consiste en afirmar ese sentimiento que tiene el niño o la niña.

¿En qué consiste esta 'terapia afirmativa'?

Pondré el ejemplo de una chica con disforia de género, que es más frecuente. En primer lugar hay una transición social, que consiste en el cambio de nombre, cambios de ‘look’ y el abordaje con sus padres y sus amigos. Esta suele ser la antesala de una segunda fase, que sería el bloqueo del proceso de pubertad mediante medicación. El objetivo es interferir en el desarrollo normal neurobiológico y hormonal, algo que sucede habitualmente a los 11 años. Se supone que después hay un tiempo de espera para comprobar que realmente la niña mantiene ese sentir de disforia de género, pero casi en el 100 por cien de los casos se sigue adelante con una tercera fase que es la hormonación cruzada. Se suele iniciar a los 16 años, y consiste en aplicar testosterona o estrógenos, en función del caso. Finalmente se procedería a la intervención quirúrgica, lo que implica la mastectomía e intervenciones genitales.

A todas estas fases de transición se las llama ‘terapia afirmativa’. Y lo preocupante, hasta el punto de que un día puede convertirse en escándalo de la Medicina, es que esta terapia es obligatoria. Los propios clínicos no pueden más que afirmar el sentimiento de identidad incongruente con el cuerpo sin analizar el origen de esa disforia, que puede estar encubriendo otros problemas. Es un auto-diagnóstico que ata al clínico sin que se pueda hacer nada.

¿Cuál es, por tanto, el papel del profesional sanitario?

Esto viene definido por los protocolos que establece cada comunidad autónoma, aunque ciertamente son muy parecidos. Como decía, el papel del profesional de la salud queda reducido a la ‘terapia afirmativa’ y a lo que se conoce como acompañamiento, un apoyo a esos procesos de transición fármaco-quirúrgicos. No puede hacer lo que es habitual en el resto de casos, en los que se tiene que establecer un diagnóstico, valorar si son otros los problemas que pueden estar implicados. Es, digamos, un papel muy reducido que constriñe al psiquiatra, al psicólogo o al pediatra. Los profesionales de las unidades de identidad de género han comenzado a elevar sus protestas ante esta tendencia que excluye su valoración, y son temerosos de que la nueva Ley Trans se apruebe tal como está y excluya todavía más su labor.

El sanitario que lo rechace podría ser acusado de estar aplicando lo que se llama ‘terapia de conversión’, como se la conoce de forma peyorativa, porque implica ‘convertir’ a la chica hacia su avenencia con el cuerpo.

Como especialista en Psicología ¿qué consecuencias cree que puede tener para el paciente el hecho de someterse a este proceso?

Hay que tener en cuenta que este modelo que se ha establecido en el mundo occidental es todavía reciente. Pero en los últimos dos o tres años se ha detectado un aumento de personas arrepentidas o ‘destransicionistas’. Chicas o chicos que han pasado por ese proceso de transición fármaco-quirúrgica con demasiada premura y que ahora se encuentran con que no solo no se han resuelto los problemas que ya tenían, sino que han aparecido otros que además son irreversibles. Porque no hay vuelta atrás, una persona sana se convierte en poco tiempo en un paciente de por vida, pues necesitará ajustes hormonales y quirúrgicos continuamente.

Cuando no se aplicaba la terapia afirmativa, sobre el 2010, en aproximadamente ocho de cada diez niños o niñas que presentaban disforia de género esta remitía sola, porque aparecían otros factores relacionados con una homosexualidad no asumida o integrada, problemas psicológicos o psiquiátricos o bien trastornos del espectro autista enmascarados. Por eso, mi opinión es que el proceso de transición fármaco-quirúrgica debe ser el último recurso.

¿Cómo explica entonces que orgnanismos sanitarios y científicos de primer nivel se hayan posicionado a favor de esta práctica?

Es algo que también nos preguntamos nosotros. ¿Cómo es posible que asociaciones científicas y profesionales de Psicología, Psiquiatría o Pediatría hayan adoptado la terapia afirmativa, que es la negación de la práctica clínica estándar? ¿Y por qué revistas de máximo prestigio científico, como Nature o The England Journal of Medicine, hacen manifestaciones a favor de la terapia afirmativa sin más miramientos? Seguramente habría que considerar la influencia de grupos de presión vinculados al movimiento transgénero o al queer, que han logrado influir en instituciones científicas, escolares, profesionales y públicas. También en el lenguaje, porque para ser políticamente correctos, ya nos vemos obligados a decir que el sexo viene asignado.

Esa influencia hace que, a día de hoy, tanto profesionales como organismos teman ser acusados de transfobia si no se adhieren a esa ideología. Y por otro lado, quienes se adhieren a esa posición asumen que están apoyando una buena causa sin saber que la terapia afirmativa excluye a otro tipo de ayuda e incurre en efectos no saludables. Eso es temible.
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