El SAS se sobrepone al apagón.
El
apagón eléctrico que este lunes dejó sin luz a miles de hogares y edificios públicos en España también tuvo un impacto directo en la sanidad andaluza. Centros de salud y hospitales del
Servicio Andaluz de Salud (SAS) quedaron paralizados en cuestión de minutos, sin acceso a historiales, agendas, ni a herramientas básicas como los ascensores o los sistemas de receta electrónica.
"Estuve apuntándolo todo a mano"
Felipe Rodríguez, médico en el centro de salud San Pablo de Sevilla, explica a
Redacción Médica cómo
vivió una jornada marcada por la improvisación.
“Desde las 12:30 hasta las 14:00 estuve apuntándolo todo a mano. No podíamos usar el ordenador para nada”, relata. En un primer momento, pensaban que se trataba de un fallo local, pero pronto comenzaron a recibir llamadas que reflejaban el alcance real de la avería: “Que si era todo Sevilla, que si España entera, que si también Portugal…”.
La confusión fue generalizada.
“A todos los que venían, les decíamos: ‘Vente mañana’. Pensábamos que se arreglaría rápido”, comenta. Pero la jornada solo fue a peor: las
visitas domiciliarias programadas quedaron en el aire, ya que los datos de pacientes y direcciones se consultan a través del sistema DIRAYA.
“Una compañera se quedó sin poder hacerlas porque no le dio tiempo a sacar las direcciones antes del fallo”, explica.
Más tarde, Rodríguez pudo confirmar que su compañera tampoco logró contactar con el paciente previsto: “Me la he cruzado esta mañana y me ha dicho que llamó por la tarde, cuando tuvo línea, pero
no logró comunicarse con el paciente”.
"Íbamos gritando a las casas a ver si nos abrían"
La falta de comunicación y de información generó desconcierto, tanto entre el personal como entre los pacientes. Rodríguez recuerda que, al llegar a un domicilio, se encontró a una mujer mayor y a su hija “convencidas de que había empezado una guerra”. Sin internet, sin porteros automáticos y con los móviles sin cobertura durante varias horas,
los profesionales se veían obligados a gritar desde la calle para que les abrieran la puerta: “Íbamos gritando a las casas a ver si nos abrían”.
Por si fuera poco, las instrucciones institucionales fueron mínimas.
“Los jefes estaban también desbordados, decían simplemente que esperáramos a que todo volviera”, relata. Al día siguiente, los problemas continuaban: “Hoy he llegado y me han mandado al mostrador a buscar las citas en papel, porque
seguimos sin acceso a las historias clínicas ni a la agenda”.
Pacientes atrapados y plantas abiertas de urgencia
La situación tampoco fue mejor en los hospitales. Una enfermera del
Hospital Militar de Sevilla ha compartido con este medio cómo vivió la emergencia desde dentro.
“En las habitaciones no había luz, solo funcionaban algunos enchufes especiales en el control para bombas y equipos críticos”, detalla. De hecho, se pidió al personal que mantuvieran apagadas las luces innecesarias para conservar los recursos de los generadores.
Una de las escenas más tensas se produjo cuando
un paciente quedó atrapado entre la quinta y la sexta planta en un ascensor inutilizado. “Estuvo más de una hora allí dentro. Menos mal que no tenía nada urgente”, recuerda la profesional. Los traslados internos se paralizaron inicialmente, aunque se reanudaron a medida que las urgencias del
Virgen del Rocío comenzaban a colapsar. “
Tuvimos que abrir la cuarta planta del Militar porque ya no había más sitio”, asegura. Incluso los fallecimientos se vieron condicionados por el fallo eléctrico
. “Se murió un paciente y se tuvo que quedar en planta esperando a que funcionaran los ascensores”, relata.
Recetas imposibles y dependencia total del sistema electrónico
Pese a las dificultades,
la enfermera destaca la actitud colaboradora de muchos pacientes: “Tres se iban a ir de alta, pero no pudieron porque no tenían luz en casa, eran mayores y dijeron: ‘Oye, que no nos importa quedarnos’. Como tampoco funcionaban los ordenadores, no se podían hacer los informes de alta”. Solo una paciente decidió irse por su cuenta.
En
Atención Primaria, la caída de la receta electrónica obligó a volver al papel. “A los pacientes que venían en persona les hacíamos las recetas a mano, pero a los que llamaban por teléfono no les podíamos enviar nada”, lamenta Rodríguez.
La situación se volvía especialmente crítica con pacientes mayores polimedicados: “Si te viene uno que toma ocho pastillas y no recuerda exactamente cuáles son, no puedes recetarle nada”.
La jornada acabó incluso con problemas de seguridad en los propios centros. Sin electricidad, las puertas automáticas no funcionaban. “El centro estuvo con los profesionales dentro por si volvía la luz, pero sin servicio y sin saber siquiera si iban a poder cerrar”, relata el médico. Finalmente, la electricidad regresó justo a tiempo para cerrar el edificio.
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