Álvaro Guijarro Rubio, ingeniero técnico industrial, habla sobre los grandes retos a los que se enfrenta la profesión.
Un
ingeniero hospitalario se encarga de diseñar, mantener y optimizar la estructura del entorno sanitario en pro de la seguridad de los pacientes. En la actualidad, y en un contexto de continuo desarrollo, su trabajo se ha hecho cada vez más relevante. Sin embargo, se necesita aprobar cambios dentro del sistema.
Álvaro Guijarro Rubio, ingeniero técnico industrial del
Servicio de Infraestructuras de la Junta de Castilla y León, considera que la batalla por reivindicar la visibilidad del colectivo ya está “más que ganada”. No obstante, aún queda mucho por luchar en la cuestión competencial y retributiva.
“Cuando se adquirieron las competencias, empezamos a integrar los
servicios sanitarios en un modelo en el que predominaban los funcionarios. Entonces, en algunos organismos estamos mezclando tanto personal estatutario como funcionarios. Ahí es donde empieza a generarse una diferencia en cuanto a niveles y a cómo se retribuyen las competencias que se van a prestar”, explica en una entrevista a
Redacción Médica.
Así, como ejemplo del desfase existente en los niveles retributivos, el ingeniero señala que un
ingeniero técnico en un hospital, bajo régimen estatutario, se sitúa en el nivel 21, mientras que un técnico con conocimientos similares en servicios centrales puede alcanzar el nivel 23. La diferencia es aún más evidente en los puestos de mayor responsabilidad: un jefe de Servicio de Mantenimiento está clasificado en el nivel 26, cuando, según indica Guijarro, en otras administraciones, por competencias y carga de trabajo, esa misma categoría equivaldría al nivel 27 o incluso superior. “Se necesita una
revisión adecuada de sus competencias y funciones”, insiste.
El impacto de la tecnología en el SNS demanda cambios urgentes
Ante la creciente complejidad de los hospitales, el uso intensivo de
tecnología y las mayores exigencias normativas, los ingenieros técnicos hospitalarios se ven obligados a asumir responsabilidades directas sobre la seguridad de los pacientes en las instalaciones. “Nadie sabe la responsabilidad que tiene hasta que no ocurre un evento. Y cuando ocurre un evento y te encuentras en el juzgado, vas a saber qué estabas haciendo, qué estabas firmando”, advierte Guijarro. Por ello, insiste en la importancia de reconocer esas responsabilidades y retribuirlas. “A día de hoy, en términos salariales, esas responsabilidades no se están reconociendo adecuadamente”, remarca.
Y es, precisamente, en materia de reconocimiento donde los focos se colocan sobre el
Estatuto Marco, que está actualmente en negociaciones entre Sanidad y sindicatos. “Debería recoger estas atribuciones que se les dan y estas exigencias que tienen esos puestos, retribuyéndolas de una manera o de otra”, reflexiona el ingeniero. “No se trata tanto de si va a haber personas dispuestas a coger ese trabajo, sino de si este sistema se va a mantener así. La gente, en la medida en que adquiere conocimiento o percibe el riesgo que conlleva su trabajo, busca otra plaza o abandona estos puestos porque no quiere asumir esa responsabilidad”, agrega.
Por ello, y de cara a la complejidad de un futuro próximo, es importante trabajar para lograr una
retribución justa de los profesionales. Además, más allá del salario, desde el ámbito técnico se señala una carencia estructural en la
gestión del gasto público. En la administración se trabaja fundamentalmente con control presupuestario, tratando de que el gasto no supere lo asignado, pero se presta poca atención al análisis de costes reales. “Se trabaja poco con costes y se comparan escasamente los centros”, señala Guijarro.
Este enfoque limita la posibilidad de medir la eficiencia de los profesionales, especialmente en áreas como la
Ingeniería Hospitalaria. Evaluar los costes permitiría, por ejemplo, determinar si la labor de un ingeniero ha logrado reducir el consumo energético o mejorar el rendimiento de una instalación. “Si no puedo analizar cómo repercuten
esos costes en mi actividad, nunca sabré si mi ingeniero está haciendo bien su trabajo”. En consecuencia, reclama un giro cultural hacia una evaluación de costes, y no solo de gastos.
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