Al fin llegó el momento de enfrentarse a las temidas guardias. Hasta ahora sólo había hecho un mero ensayo de las mismas, lo que en Madrid, y supongo que en el resto de España, vienen a llamarse guardias de mochila. Pasaba la tarde en el hospital aprendiendo de mis residentes mayores cómo gestionar la urgencia, y llegaban las diez de la noche y me marchaba para casa, agotada, pensando que pobres ellos de tener que quedarse toda la noche al frente de la batalla, como si aquel “juego” no fuese conmigo.

Y no fue conmigo hasta que llegó el día 15 de julio y me vi en el Hospital Clínico San Carlos, en mi jornada diaria y en el puesto en el que llevo rotando este mes y medio, pero había un cambio: a las tres de la tarde no me iba para casa sino que llegaba el momento de coger el temido busca y quedar sola ante el peligro. Me vinieron todo tipo de miedos e inseguridades sobre si sería capaz de salir adelante al menos sin dañar a nadie, viniéndome constantemente a la cabeza la imagen de mi profesor de ética de la Facultad repitiendo uno de los principios básicos de la Medicina: primum non nocere. Y decidí que era mejor no recrearme demasiado en mi miedo y acudir valientemente a recoger el busca.

El busca, por si no lo saben, es un teléfono móvil de uso exclusivamente interno del hospital (y de generación de teléfonos del  97, todo sea dicho) al que te llaman compañeros, enfermeras, auxiliares y todo el que sospeche que, en mi caso, hay patología ginecológica de por medio. Por tanto, el famoso busca se convierte en tu amigo más fiel durante las diecisiete horas de guardia, y a partir de las doce de la noche cada vez que suena se hace un poco más duro descolgar, requiriendo diez segundos de esfuerzo mental para encontrar las palabras adecuadas para gestionar la urgencia en cuestión.

Y van pasando las horas y el cansancio acude. Intentas vencerlo a base de café, de charlar con tu residente mayor… pero el sueño es poderoso, de manera que cuando al fin dejas tu trabajo listo y consigues subir al cuartito a descansar vuelve a sonar el citado aparato e interrumpe tu siesta y supongo que poco a poco te vas acostumbrando al juego. El cuartito, por cierto, es la habitación donde dormimos los residentes en camas estilo campamento de verano infantil: camitas bajas de madera, pared decorada con fotitos de antiguos y actuales compañeros, nevera y cajones para guardar (o más bien apilar) enseres personales. Y así sobrevivimos al ajetreo de las guardias. En buena compañía, eso si, porque nuestros residentes mayores nunca nos dejan de lado y, aunque a veces a nuestra costa, las risas están aseguradas.

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