4 abr. 2016 9:46H
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Carlos Corominas / Imagen: Joana Huertas. Madrid
Hay un lugar en el mundo cuyo nombre se confunde con una metáfora del infierno. Es la Hamada, una zona del desierto del Sáhara que en el imaginario árabe se compara con el averno. Sus temperaturas extremas y la calidad de su tierra impiden cultivar alimentos y hacen que la vida sea prácticamente una cuestión de tozudez.


Allí donde apenas lagartos y escorpiones son autóctonos y las cabras rumian restos de mantas viejas, sobreviven desterrados 200.000 saharauis desde hace 40 años, cuando Marruecos los expulsó de su territorio, en su mayoría la costa del Sáhara Occidental, y Argelia los aceptó en este rincón del mundo que nadie quiere cercano a la ciudad de Tinduf.

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