16 nov. 2015 14:20H
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Ismael Sánchez. Córdoba
Para transformar un hospital -y, por extensión, el sistema sanitario- no se necesita una legión de consultores que tracen la teoría ni un acuerdo político que la traslade a la práctica. Bastaría con un hacker. Palabra de Miguel Ángel Máñez. Como con su aspecto, las apariencias engañan. No propone a un pirata informático que destruya el hospital sino más bien a un profesional apasionado del cambio (como por ejemplo Nacho Hernández Medrano), que sepa utilizar la información para obtener conocimiento.

La figura del hacker centró la presentación de Máñez.

Igual que Máñez no parece un directivo de la salud, la palabra hacker no alude sólo a ilegalidades, sino que incluso se hace acompañar de un término a primera vista incompatible: ética. La idea es del filósofo finlandés PekkaHimanen, convencido de que el hacker es en realidad un apasionado de su trabajo, que prefiere compartir sus avances y descubrimientos  y apostar por un progreso global, al alcance de todos, en contraposición al libreto protestante basado en el trabajo, el dinero y el secuestro del conocimiento.

En el ámbito sanitario, un hacker podría servir para detener este bucle pernicioso que consiste en hablar permanentemente de la reforma para nunca acometerla. Máñez lo explica mejor recurriendo a Eric S. Raymond y su frase "ningún problema debería resolverse dos veces", que es lo que precisamente pasa en nuestros hospitales. “Porque nos gusta empezar desde cero, porque no aceptamos trabajar sobre las propuestas de otros, porque lo que buscamos en última instancia es ponernos una medalla y no que el proceso de cambio llegue a buen fin. Por eso los grandes retos del Sistema Nacional de Salud siguen ahí, sobre la mesa”.

Una vez definida la conclusión, Máñez presentó al medio para intentar llegar a ella: Hernández Medrano, un neurólogo investigador criado en Silicon Valley, capaz de dejar con la boca abierta durante casi media hora a los gerentes más importantes del país. Sólo con una ligera aproximación a lo que el big data va a suponer (también y sí o sí) para la sanidad: un cambio real que no está tan lejos como parece.

Su punto de partida es indiscutible: nuestra mente ya no es capaz de gestionar toda la información circulante, ni siquiera la que nos interesa, por devoción u obligación. Y aquí aparecen las nuevas tecnologías: ordenadores, algoritmos, internet, big data. Con esta inestimable ayuda, el hombre sí será capaz de lograr lo impensable: obtener amor eterno gracias al logro de la pareja perfecta (en China e India ya se hace), dejar inservible nuestro currículum vitae, encontrar rentabilidad en la investigación de enfermedades raras, secuenciar masivamente el genoma de todos…

La inteligencia artificial sabe pensar muy bien, y cada vez lo hará mejor, porque dispondrá de más y más datos. Ya está comprobado que mejora el diagnóstico de enfermedades. Es decir, un algoritmo tendrá un mayor rendimiento que el mejor equipo de médicos. Y este es un hecho que puede ser controvertido para muchos en el hospital, menos para el gerente. Porque disponer de una atención sanitaria eficaz en la palma de la mano será una tentación imposible de evitar para el que dirija el centro sanitario.

Y así llegará la tan temida disrupción, que nos dejará a todos con dos palmos de narices, ineptos ante el auge de las máquinas e incapaces de poner en valor lo que nos salvó hasta ahora: la emoción. Medrano no comete la osadía de llegar tan lejos porque sabe circunscribir su mensaje en la sanidad. Y así prefiere asentar en el entendimiento de los directivos, algo aturdidos ya a esas alturas, de que el cambio ya no va a ser una cuestión de voluntad sino más bien de inevitabilidad. Y que, también en el hospital, todo empezará con un hacker brillante y esforzado que trasladará su conocimiento imbatible a toda la organización. Para entonces, discutir sobre lo que ahora nos sigue preocupando, cómo introducir cambios en los hospitales, se convertirá en pura anécdota. 
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