La formación 'empática' para médicos, sin grandes resultados.
Los programas de formación en habilidades no técnicas en unidades de cuidados intensivos (
UCI) pueden mejorar significativamente el desempeño de los profesionales sanitarios en aspectos como el trabajo en equipo, la comunicación o el liderazgo. Sin embargo, su impacto en indicadores clínicos como la
mortalidad o la estancia hospitalaria sigue siendo escaso o nulo. Así lo revela una revisión sistemática publicada este mes en la revista
BMC Medical Education, que analiza los efectos de este tipo de formación a través del modelo de evaluación de
Kirkpatrick, dividido en cuatro niveles:
reacción,
aprendizaje,
comportamiento y
resultados organizacionales.
El informe incluye
14 estudios internacionales, en su mayoría con diseños antes-después, y abarca datos de más de
2.000 profesionales y más de
15.000 pacientes. La principal estrategia didáctica fue la
simulación clínica, combinada en ocasiones con clases, talleres o módulos en línea. Los resultados muestran una percepción general positiva por parte de los profesionales hacia estas formaciones, así como mejoras observables en sus conductas en el entorno laboral. No obstante, la evidencia sobre la adquisición real de conocimientos y los beneficios clínicos derivados
sigue siendo limitada.
Los autores del estudio concluyen que la implementación de estos programas “puede ser un componente válido dentro de un currículo formativo integral en las UCI”, pero advierten de la necesidad de realizar ensayos controlados de mayor calidad para establecer relaciones causales firmes entre la formación y los resultados en salud.
Avances claros en liderazgo y comunicación interpersonal
El análisis revela que la mayoría de los estudios evaluados observaron mejoras en habilidades clave como la conciencia situacional, el liderazgo y la comunicación. Diez estudios evaluaron cambios en el trabajo en equipo, con resultados positivos tanto en
autoevaluaciones como en
observaciones externas. La comunicación también mejoró en varios trabajos, aunque la magnitud de ese avance varió y la certeza de la evidencia fue calificada como baja en muchos casos.
En cuanto al
liderazgo, los efectos positivos fueron más modestos y dependieron en buena medida del
método de evaluación empleado. En algunos casos, las autoevaluaciones mostraron mejoras no significativas, mientras que las observaciones externas detectaron incrementos más claros en el desempeño. El estudio subraya además que las habilidades no técnicas están especialmente indicadas para
contextos de alta presión como las UCI, donde la coordinación entre profesionales de distintos perfiles es fundamental.
Los investigadores también apuntan que la conciencia del entorno, la capacidad para interpretar correctamente el entorno clínico y anticiparse a eventos futuros, es una competencia crítica en cuidados intensivos, donde los profesionales deben manejar volúmenes elevados de información procedente de múltiples fuentes. Las fallas en esta habilidad pueden traducirse en errores clínicos de
alto riesgo.
Efectos limitados sobre indicadores clínicos
Pese a los beneficios observados en el
plano conductual, la revisión concluye que no existen pruebas sólidas de que estas formaciones mejoren de forma significativa los resultados clínicos de los pacientes. En concreto, no se registraron diferencias sustanciales en la
estancia hospitalaria ni en la tasa de mortalidad general tras las intervenciones. Solo algunos indicadores de proceso, como el tiempo de respuesta en reanimaciones cardiopulmonares o la tasa de complicaciones ajustadas, mostraron mejoras puntuales en algunos estudios.
Tampoco se encontraron evidencias concluyentes sobre su impacto en la seguridad del paciente o la
satisfacción laboral del personal, aunque sí se detectaron tendencias positivas en varios casos. Los autores alertan, sin embargo, de que la mayoría de los estudios presentan
limitaciones metodológicas importantes, como el uso de herramientas de evaluación subjetivas o la falta de seguimiento prolongado tras la intervención.
La mayoría de los programas formativos analizados fueron de corta duración, generalmente menos de un día, y no incorporaban sesiones de refuerzo. Según el estudio, esta característica podría explicar por qué los efectos sobre el aprendizaje y la práctica clínica tienden a diluirse con el tiempo. Los autores recomiendan avanzar hacia
modelos de formación continuada que combinen la simulación con otras estrategias pedagógicas para lograr resultados más duraderos.
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