Ambos problemas se dan en el TDAH y sirven como marcadores pronósticos

Las dificultades de aprendizaje evolucionan mejor que las de conducta
La psiquiatra del Hospital Niño Jesús de Madrid Petra Sánchez Mascaraque.


20 dic. 2016 11:10H
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POR @JAVIERBARBADO
Las dificultades de aprendizaje se corrigen mejor, a la larga, que los problemas de conducta y, en el caso del trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) aventuran, por lo tanto, mejor pronóstico.

Tras ese mensaje fruto de experiencia clínica, la psiquiatra del Hospital Niño Jesús de Madrid Petra Sánchez Mascaraque ha descrito, durante un foro organizado en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid, una serie de casos recogidos de su consulta que ilustran cómo debuta el TDAH y advierten de la importancia del diagnóstico e intervención precoces para obtener una remisión a veces completa de esta disfunción cerebral.

Uno de los ejemplos dados a conocer por la médica se refiere a un niño de tres años cuyos padres lo llevan al médico por sus continuas rabietas, su comportamiento desobediente e incluso su “severa inquietud psicomotriz” (es decir, un problema de conducta más que de aprendizaje antes de analizarlo con detalle).

Según la psiquiatra, lo llamativo de este caso no es tanto el perfil del niño –típico de la conducta atribuible al TDAH– sino la prontitud con que el paciente reúne las características definitorias del trastorno conforme a los criterios diagnósticos recogidos en el manual de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA, por sus siglas en inglés), el DSM-V.

“Los cumple casi todos con solo tres años” –recalca para poner sobre aviso de que, en estos pacientes tan incipientes, el tratamiento farmacológico también está indicado pero en dosis menores, ya que la terapia conductual adquiere especial relevancia por su potencial para corregir el problema a una edad tan temprana.

Sánchez Mascaraque también ha puesto de manifiesto el papel “imprescindible” de los padres, máxime en un niño de tres años, cuya visión del pequeño debe recogerse y analizarse porque, a veces, entran en juego conductas derivadas de un aprendizaje inadecuado, es decir, la educación posee una gran capacidad condicionante del comportamiento del menor que en modo alguno debe subestimarse.

Según ha explicado, la madre transmitía a este niño, en concreto, una imagen negativa de sí mismo al reprocharle su manera de ser, proferirle gritos y amenazas de castigos físicos en caso de no hacer lo que se le decía, algo que, para empeorar las cosas, después no cumplía, de modo que el menor recibía el mensaje subliminal de que con su rabieta conseguía sus objetivos.

Conducta e integración social como dianas terapéuticas

“Aquí la diana terapéutica es la conducta y la socialización; el tratamiento farmacológico es menos eficaz en muchas ocasiones, ya que la corteza cerebral no ha madurado lo suficiente, pero sí que se utiliza”, ha recalcado.

Debe actuarse con ayuda de entrevistas conjuntas con los padres para inculcar criterios educativos. “La madre tenía gran dificultad para reconocer que no lo estaba haciendo bien; se le aconsejó suprimir castigos físicos, pasar más tiempo de ocio con el niño, y, en fin, se trabajó con ella  para desmontar su visión negativa del niño”.

“Asimismo, se derivó el caso a servicios sociales y se prescribió metilfenidato a dosis bajas”, ha aclarado.

“Lo relevante aquí –ha incidido– reside en que este niño, con solo tres años, ya tiene muchos de los factores de mal pronóstico, lo que lleva a recordar que las intervenciones precoces en Psiquiatría infantil son las más eficaces, ya que previenen una mala evolución, y el pediatra es clave para su detección además de la intervención de los padres”. 
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