Los países hispanohablantes imitan la estrategia española en este campo



3 abr. 2013 18:33H
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Javier Barbado. Madrid
Redacción Médica ha conversado con el especialista más reconocido en España en materia de seguridad del paciente, un área de la calidad asistencial en la que la comunidad internacional hace especial hincapié desde finales de los 90, a raíz de una mayor sensibilidad social y política respecto a este aspecto de la atención sanitaria en Estados Unidos. En España, en 2005 se llevó a cabo un diagnóstico de la situación en el Sistema Nacional de Salud que se reflejó en el Informe Eneas, dirigido por el entrevistado. Hasta la fecha, tan solo la Comunidad Valenciana hace un ejercicio similar cada año con la publicación del Informe Epidea, y otras, como Cataluña, han implantado un programa específico en sus hospitales. No en vano, se sabe que los eventos adversos generan, solo en esta autonomía, más de 350 millones de euros al año a las arcas públicas. De ahí la oportunidad de invertir en medidas que los eviten.

Jesús María Aranaz, jefe de Calidad Asistencial del San Juan de Alicante.

 

¿Por qué existe tanto empeño en mejorar la seguridad del paciente hospitalario?

Al final de los setenta, en Estados Unidos se había instalado lo que podemos denominar “la década de la mala praxis”, que no fue sino una crisis de confianza entre los pacientes y los profesionales, lo que hizo que las demandas a las organizaciones fueran ingentes por desacuerdos con el criterio clínico, todo lo cual hizo perder legitimidad al sistema de asistencia sanitaria.

En ese contexto, la Administración estadounidense encarga a un profesor de Harvard un estudio sobre esta materia, y, a partir de esta investigación, el Instituto de Medicina realiza el conocido informe “Errar es Humano”. Pero el origen del problema fue, al fin y al cabo, esa crisis de legitimidad y de confianza.

¿Qué novedades en este asunto ha explicado en la jornada organizada por Áliad y Aegris?

Hay cinco razones, en mi opinión, que explican por qué debemos seguir trabajando en seguridad del paciente. La primera se deriva de la respuesta anterior, ya que alude a motivos éticos: la beneficiencia, la no maleficiencia, la justicia y la autonomía del paciente deben preservarse lo que en realidad obedece a los más elementales principios hipocráticos.

En segundo lugar, debemos tener en cuenta que, en EEUU, la cuestión antes mencionada llegó incluso al Senado, donde se discute y organiza una Comisión específica para hacerse eco del informe “Errar es Humano”. En este sentido y en segundo lugar, existen razones sociales para abordar la seguridad del paciente.

En tercer lugar, hay razones emocionales, y puedo citar aquí todos los problemas derivados del famoso caso de una niña que ingresó en el Johns Hopkins, en cuidados intensivos, debido a unas quemaduras y acaba falleciendo por deshidratación y mal uso de narcóticos. Su madre activó una fundación que, en la actualidad, trabaja con ese hospital codo con codo precisamente para mejorar la seguridad del paciente. Así que es un caso muy emotivo y paradigmático, ya que resulta emocionante escuchar, en una convención de médicos, lo que siente una madre cuando muere su hija en estas circunstancias y es capaz de retomar fuerza para prevenir que suceda en adelante.

¿Y las otras dos razones?

En tercer lugar, razones económicas. Ya en 2005, el estudio Eneas hablaba de un millón de estancias evitables. En el caso de Cataluña, a precio actual por estancia hospitalaria, hablamos de una franja entre 354 y 404 millones de euros al año. Hay que tener en cuenta que un evento adverso supone prórrogas [en la estancia hospitalaria] debido a intervenciones asociadas que se requieren.

La evidencia científica ha puesto de manifiesto que hay medidas de eficacia probada como, por ejemplo, el check-list, que reduce la infección del lugar quirúrgico pero también la mortalidad, o el programa Bacteriemia Cero, que ha reducido hasta el 43 por ciento [la infección bacteriana en sangre] en España y el Neumonía Cero (más reciente pero con visos de resultar igual de eficaz).

Al igual que estas medidas, hay otras muchas por aplicar aún. Por lo tanto, tenemos un problema que preocupa a la sociedad científica y que afecta a muchos pacientes pero que admite medidas específicas para su resolución que son, además, costo-efectivas en su aplicación. Así que hay razones suficientes para, precisamente, avanzar en seguridad del paciente.

Para este avance, usted ha sugerido, a su vez, cinco propuestas…

Sí. Son propuestas que suponen un “enfoque envolvente” del problema que contemple la prevención primaria, esto es, promover una cultura en seguridad del enfermo; secundaria, o sea, detectar los problemas antes incluso de que afecten al paciente, y terciaria: evitar el impacto de los eventos adversos abordándolos lo antes posible. E incluso podríamos hablar de prevención cuaternaria, que sería seleccionar aquellas acciones que aportan valor al paciente y desechar las que no lo hacen. Esto es lo que llamo una estrategia envolvente.

De este modo, la primera de las sugerencias consiste en identificar prácticas seguras, es decir, revisar qué se hace en otros lugares y comprobar lo que funciona y lo que no. Así, por ejemplo, una de las medidas que más vidas han salvado es la correcta higiene de manos, pero hay otras muchas, entre las que citaré la mejora de las relaciones entre la Atención Primaria y Especializada para facilitar el buen tránsito de la atención y la disminución de los problemas derivados de los cuidados (como la disminución de las resistencias a los antimicrobianos).

En la Comunidad Valenciana, donde usted trabaja, ¿hay programas específicos en este campo?

Sí. Aquí se lleva a cabo el programa Epidea, que consiste en un diagnóstico anual de la situación. ¿Por qué hay que conocer la realidad? Porque es cambiante y porque, además, tenemos capacidad para conocerla y actuar para mejorarla.

Como tercer grupo de medidas, proponemos impulsar el cambio de una cultura reactiva a otra proactiva, esto es, configurar organizaciones que cumplan cinco principios para mejorar la seguridad del paciente, es decir, que lideren este campo “desde arriba” y en todas sus vertientes; que promueven el efectivo funcionamiento de sus equipos de trabajo; que son capaces de anticiparse a lo inesperado; que fomenten un ambiente favorecedor del aprendizaje, o, lo que es lo mismo, no tener miedo para hablar de los errores, y, por último, que tengan en cuenta, de acuerdo con esto último, que las personas somos falibles.

Y me quedan dos razones por enumera. La cuarta, la promoción de alianzas con los pacientes: el enfermo ha de ser un miembro más del equipo asistencial, ya que de ello depende que nos transmita bien la información para que podamos comprenderla. Según pone de manifiesto un reciente informe de la Unión Europea, la no adherencia al tratamiento tiene un coste equivalente a 125 millones de euros. Con la que está cayendo, fíjese si no es importante. Así que coordinarse con el paciente para que tome la dosis prescrita de la medicación, y cuando debe tomarla, resulta esencial.

Y la quinta y última razón, el compromiso de la organización para con los profesionales, que son “la segunda víctima” de los eventos adversos ya que sufren no solo por lo que respecta a su falta de autoestima profesional, sino incluso porque, según se ha puesto de manifiesto en estudios consecutivos, padecen problemas de salud. A los profesionales se nos ha preparado para proporcionar salud al enfermo y, si en lugar de eso, por lo que sea, el resultado no es el esperado, nos encontramos muy mal. 

¿Podemos concluir que es rentable invertir en seguridad del paciente?

Invertir en seguridad del paciente equivale a ahorrar. La Universidad de Michigan ha puesto en marcha recientemente un programa de divulgación médica del error [en el hospital adscrito]. Pues bien: antes de iniciar el proyecto, la organización tenía tres millones de costes por litigios y, después, bajaron a un millón de dólares.

Usted y su equipo colaboraron en el Proyecto Confianza de Áliad, que cristalizó en el primer estudio de efectos adversos en el sector sanitario privado. ¿Existen diferencias significativas con relación a la asistencia pública?

Sí las hay. Los datos de cada estudio obedecen a las realidades del contexto en el que se llevan a cabo. Si analizamos los eventos adversos en un grupo de centros privados, y, como fue el caso, en un conjunto de centros pequeños dedicados a la cirugía no excesivamente compleja, es esperable que la proporción sea algo más baja que la detectada en grandes complejos médico-quirúrgicos de ámbito general con pacientes de múltiple naturaleza. Por lo tanto, la diferencia de contextos hace imposible la comparación. Pero no se trata tanto de comparar como de poder disponer, en cada uno de los contextos, de un diagnóstico de situación que identifique las estrategias idóneas para aplicar.

¿Cómo se encuentra España en seguridad del paciente en el contexto internacional?

Pues mire: le puede decir sin temor alguno a la confusión que nuestro país, en este campo, desempeña un papel destacado. España ha sido en este campo un modelo para muchas de las estrategias y programas desarrollados, sobre todo, en el ámbito hispano-hablante. De acuerdo con las consideraciones que ha llevado a cabo, de manera tradicional, la Organización Mundial de la Salud (OMS), el abordaje de la seguridad del paciente en España ha sido siempre muy destacado y ese papel relevante se ha mantenido en los últimos años. Respecto al futuro, se me escapa si, en esta área como en otras, es necesario llevar a cabo algún tipo de inversión. Yo solo puedo contestar con relación al aspecto técnico de este asunto.

¿Es complicado llevar a cabo esa inversión?

En España tenemos diecisiete servicios regionales y es muy complicado halla un denominador común si se tiene en cuenta que las competencias de gestión están transferidas. En el campo de la seguridad del paciente, desde que se empezó a trabajar de manera conjunta en 2003, ha habido una total coincidencia de criterios, intereses y miras entre las diferentes comunidades autónomas. Y a nadie se le escapa que hay gobiernos autonómicos de distinto signo político; por  lo tanto, es algo muy llamativo.

Nuestra aspiración, en todo caso, debe ser más a controlar los eventos adversos que a reducir su número, ya que, cada vez  más, aumenta el riesgo de que tengan lugar [debido, por un lado,  a que el paciente es cada vez más longevo, y, por otro, a que los procedimientos clínicos son cada vez más atrevidos].

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