14 nov. 2015 18:46H
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Carlos Cristóbal.
El prestigio de la industria alemana no pasa por su mejor momento por culpa del lamparón con el que lo ha manchado el grupo automovilístico Volkswagen, que se ha visto obligado a reconocer públicamente que muchos de sus motores que pasaban por ecológicos (y por los que recibían incentivos económicos) eran realmente un fraude, y en la compañía lo sabían. Pero si esto ya es un problema considerable para la impronta germana en el mundo, hay sectores de este mismo país que parece que se están contagiando del oscurantismo y los malos hábitos empresariales, como es el caso de la industria farmacéutica.

Dos gigantes como Bayer y Grünenthal van más allá incluso, porque no quieren ni reconocer su parte de culpa en la deficiencia del servicio que han prestado a sus clientes, y están colaborando en agrandar las dudas en torno al 'made in Germany'. El problema que tienen es que el consumidor, en su caso el paciente, ya no es el de hace décadas. Ahora se informa, comparte opiniones en redes sociales, y no aguanta el abuso de poder. Por eso, ambos laboratorios están siendo testigos de cómo sus respectivas marcas, al igual que le ha sucedido a Volkswagen, están perdiendo valor por falta de honestidad y transparencia.

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