El aumento de la población de más de 80 años hace repensar la forma de atenderles

Los pacientes centenarios redefinen el concepto de envejecimiento


11 oct. 2018 18:30H
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En las últimas dos décadas, el número de personas mayores de 75 años ingresadas en el hospital se ha duplicado. En 2010 superaron el millón, según el portal estadístico del Ministerio de Sanidad, y en 2015 eran ya 1,124 millones de personas, mientras que el tramo entre 65 y 75 se acercó a las 600.000, es decir, algo más de la mitad.

Se trata del grupo de edad que ha aumentado de una forma más significativa, gracias al aumento de la esperanza de vida en nuestro país en las últimas décadas. Y dentro de este tramo, la población de más de 90 años ha experimentado un incremento sustancial. En 1997 no alcanzaban los 40.000. Diez años después se doblaba esa cifra y, en 2015 (último año con datos publicados) ya superaban los 150.000 ingresos.

“Aproximadamente, un 20-25 por ciento de los ingresados en los Servicios de Medicina Interna anda por los 90 años o más”, comenta Jorge Francisco Gómez Cerezo, jefe del Servicio de Medicina Interna en el Hospital Infanta Sofía. “Un internista no se va a sorprender de ver a un paciente de más de 90 años, es su día a día”.


Jorge Francisco Gómez Cerezo: "Los 60-70 años no son, por lo general, frágiles"


Es más, “ya no es tan inusual ver a personas centenarias. No es que no hubiera antes, sino que era muy poco frecuente que ingresaran y se les diera el alta. Ahora, vienen con 101 o 102 años, se les trata y regresan a su domicilio o residencia”, comenta, cuando “hace 25 años era absolutamente inusual”.


¿Cuándo comienza la vejez?


Ante esta situación, surge una pregunta: ¿tiene sentido seguir marcando el comienzo de la vejez a los 65 años? Para Gómez Cerezo, no: “Los 65 años son un residuo antiguo: hace 20 años estaba puesto ese límite a efectos científicos y estudios de investigación”, a pesar de que son una minoría en los ensayos clínicos.

“Eso se ha seguido manteniendo en el tiempo, de tal forma que el término ‘anciano’ se sigue usando en mayores de 65 años en multitud de estudios clínicos, y no se corresponde con la realidad”. Gómez Cerezo señala que, en la actualidad, “se acepta que la frontera [de la vejez] está entre los 75 y 80 años”.

Los especialistas consultados por Redacción Médica se inclinan por que la vejez sea un concepto dinámico más que una edad establecida. Y su estado de salud está determinado por unas características concretas: pluripatología y fragilidad.

En el primer caso, el jefe de Interna del Infanta Sofía indica que, “por definición, aquellos que ingresan en Medicina Interna suelen tener más de una patología”. Insuficiencia cardiaca, diabetes, osteoporosis… no le son ajenas. En el segundo caso, apunta a que “los 60-70 años no son, en general, frágiles. Entrarían dentro del concepto de persona joven, es excepcional que presenten características de incapacidad funcional a esta edad”.


'Tercera edad', concepto a desterrar


En el mismo sentido incide Rosa López Mongil, vicepresidenta de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG). “Una persona llega ahora a los 65 años en unas condiciones muy buenas de salud”. De hecho, llama a desechar el concepto de ‘tercera edad’, es “obsoleto y no se debería utilizar en los medios de comunicación”. Además, “tiene un matiz peyorativo”.

Para definir la vejez, López Mongil entiende primordial la “funcionalidad: que la persona se mantenga lo más sana posible y que se valga para la vida diaria; que no tenga fragilidad ni dependencia”. Por eso, “los geriatras decimos que el proceso debería ser dinámico”, y es que “la fragilidad es un concepto reversible con intervención médica y funcional”.


"Los cuidados inmediatos durante el ingreso son perfectos, son los pacientes habituales del hospital", sostiene Gómez Cerezo


Por eso, a la hora de tomar una decisión diagnóstica, la geriatra indica que “nunca debería recurrirse a la edad porque el concepto es inadecuado y se establece una discriminación”.

El problema de la fragilidad


Ignacio Vallejo, coordinador del Grupo de Pluripatología de la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI) se explica en el mismo sentido: “La fragilidad es una condición frecuente en ancianos. Algunos estudios sitúan su prevalencia en entre un 30 a un 40 por ciento de la población general, pero no hay un consenso cerrado sobre su definición”.

Vallejo considera que el término tercera edad “es más antropológico que sanitario” y advierte que, pese al aumento de la esperanza de vida, “en ocasiones, esa ganancia en años no es paralela a la calidad de vida”.

“Muchos de nuestros mayores sufren problemas derivados de sus enfermedades crónicas. Una mayor dependencia por discapacidad […], por no hablar de otros problemas de índole social como la soledad, la depresión, la discriminación o los prejuicios”. “Como profesionales sanitarios, debemos contribuir –junto con otros no sanitarios– a facilitar un envejecimiento saludable”.


Atención sanitaria y sociosanitaria


Los especialistas consultados por este medio señala que la atención al paciente mayor es buena, pero matizan: sólo si nos referimos a los cuidados inmediatos. Pero “lo que la población demanda es permanecer en su domicilio”, señala Vallejo.

Por eso entiende que hay que “facilitar estrategias de atención de acuerdo a sus necesidades en uno y otro nivel asistencial” e “integrar lo social con lo sanitario”, incorporando a otros profesionales.

La misma opinión muestra Gómez Cerezo: “Los cuidados inmediatos durante el ingreso son perfectos, los hospitales están preparados porque son sus pacientes habituales”. Sin embargo, su atención requiere “un cuidado que no es hospitalario y no lo tenían previamente al ingreso”. “Tiene un componente multidisciplinar y con algunas facetas de apoyo social”.

López Mongil introduce además el concepto de prevención: ejercicio físico, mantener peso adecuado, etc.  “Son medidas sencillas pero si no está un profesional de la salud se desatienden”.

Traspasar la barrera del hospital y de la Primaria, superar la diferencia entre lo sanitario y lo social, es la demanda de los profesionales que se dedican a la atención y al cuidado de estas personas. No tanto, sin embargo, a la población envejecida como al propio envejecimiento en sí.
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