EDITORIAL
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18 sept. 2014 21:01H
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En las últimas horas se han producido dos importantes salidas en las direcciones de dos servicios autonómicos de salud de la trayectoria e importancia del Sergas, en Galicia, y de Osasunbidea, en Navarra. Al margen de las circunstancias concretas de cada caso, que a simple vista parecen diferir bastante entre sí, lo cierto es que las renuncias (o destituciones) de Nieves Domínguez y de Juan José Rubio vuelven a poner sobre la mesa la extrema dificultad que entraña dirigir organismos públicos de provisión de asistencia sanitaria pública, más aún en estos tiempos de estrecheces económicas y desaforado rigor financiero.

Desde que culminaron las transferencias, hace ya más de una década, ha sido posible ir calibrando las dificultades en la gestión de los nuevos servicios públicos de salud, por el indiscutible alcance social (y político) de su cometido, y las complicadas búsquedas de los consejeros del ramo para dar con el perfil idóneo que ocupe las direcciones gerencia. Porque es verdad que se precisa un profesional de la gestión convenientemente preparado y con suficiente experiencia, pero también con cierto barniz político para compartir las grandes líneas ideológicas de la Consejería. Pero sin que eso suponga contar con una autoridad en la materia que pueda llegar a hacer sombra al propio consejero…

No, no es fácil elegir a un gerente de servicio público de salud, igual que para un presidente autonómico no es sencillo dar con el consejero de Sanidad ideal. Ciertamente, la crisis ha terminado por convertir la gestión sanitaria en una actividad de aúpa, como muchos de los puestos de responsabilidad pública que, además, no cuentan con la conveniente retribución económica, incapaz de siquiera acercarse a las cifras que se manejan en la empresa privada. Así las cosas, la continuidad en los cargos es otra característica que sería ideal para los servicios de salud, pero que es cada vez más complicado encontrar.

No hay más que tirar de reciente hemeroteca para ver que el punto y final de Domínguez y Rubio no es anecdótico, sino que se aproxima peligrosamente a norma. Solo en este año, al que aún le faltan algunos meses, hemos vivido ya otros casos parecidos, con diferencias en el origen, pero iguales en el desenlace: cambio en la gerencia del servicio de salud. En Asturias, Tácito Suárez sustituyó a Celia Gómez al frente del Sespa; en la Comunidad de Madrid, la dimisión del consejero Fernández-Lasquetty produjo una renovación en la cúpula de la Consejería que también alcanzó al Sermas (Javier Maldonado por Patricia Flores); en Aragón, Ángel Sanz sustituyó a Mª Ángeles Alcutén  en cuanto la presidenta Rudi admitió un importante desvío en el cumplimiento del objetivo de déficit autonómico (muy probablemente debido al capítulo sanitario), y finalmente en Murcia, donde el cambio en la Presidencia autonómica se tradujo en nuevas consejerías, también la de Sanidad, y lógicamente, un nuevo gerente del Servicio Murciano (Manuel Ángel Moreno en vez de José Antonio Alarcón).

Muchos cambios en muy poco tiempo en el conjunto de un Sistema Nacional de Salud que debería estar más acostumbrado a la estabilidad gestora y, como dirían los grandes prohombres de Sedisa, a la profesionalización de los cargos, lo cual podría evitar sobre el papel esta peligrosa sucesión de cambios. O quizá no, porque si ya de por sí es complicado para los políticos darle una oportunidad a la profesionalidad, así a secas, en la dirección de centros sanitarios, más aún lo es en la de los organismos provisores, auténticas empresas, líderes en creación de empleo, riqueza y bienestar en casi todas sus comunidades que, lógicamente, parecen necesitar algo más que un aplicado gestor de perfil bajo que no sepa medir (ni lidiar con) el alcance del organismo que dirige.

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