A principios de los 80, Phillips y Sony apostaron por el CD, tecnología con la que la industria renunciaba a una de sus bazas más potentes: ofrecer un producto imposible de replicar. Redistribuir sin merma de calidad ya era posible para cualquier usuario porque la digitalización ponía a la copia bien hecha en condiciones de competir con el original.
 
Aquello no fue más que el primer paso de un cambio industrial y cultural que, con el desarrollo de Internet, ha tenido numerosas manifestaciones: 
  • editores que se han visto obligados a facilitar la versión electrónica de sus libros, aunque habían negado con rotundidad que a ellos fuera a afectarles la digitalización
  • corporaciones de TV que han aprendido a utilizar los canales electrónicos en su beneficio tras años demonizándolos por usar sus contenidos
  • discográficas que han tenido que aliarse con tecnológicas como Apple para sobrevivir a un mundo en el que los viejos esquemas de distribución se quedan pequeños
  • periódicos que han adaptado sus esquemas para competir en un entorno en el que ya no se guarda la exclusiva para la edición matinal
  • radios que han asumido que la fugacidad que definía el medio no tiene sentido en un escenario que permite la grabación y recuperación del material generado.
En definitiva, todo lo relacionado con la distribución de productos culturales y la difusión de contenidos informativos se ha dado la vuelta como un calcetín durante los últimos 20 años hasta el punto de transformar el sector y colocarle en un punto de incertidumbre constante respecto a cuáles de las soluciones que hoy conocemos permanecerán.
 
El último reducto “tocado” por esta varita de la digitalización que trastoca planes de negocio, esquemas de producción y distribución y hasta hábitos de consumo es otro poderoso actor mediático considerado invencible hasta ahora: el negocio de los derechos de TV.
 
El ejemplo más sonado lo vivimos recientemente, con ocasión del histórico combate de boxeo entre Mayweather y Pacquiao, un acontecimiento mundial con unas cifras desorbitantes: se retransmitió en 150 países y generó unos ingresos totales de más de 1.000 millones de dólares, de los que 300 se los repartieron ambos púgiles; las entradas para verlo en directo oscilaban entre 1.500 y 7.500 dólares, y los espectadores estadounidenses tuvieron que pagar 90 dólares para verlo en sus televisores (100 en HD), el precio más alto pedido nunca por un espectáculo deportivo.
 
Pero algo falló en las previsiones, un factor que los organizadores del evento no consideraron: el ‘livestreaming’ o transmisión en directo hecha por los propios usuarios con sus dispositivos móviles sin ánimo alguno de lucro, sino de compartir con sus allegados una experiencia única. El éxito de aplicaciones como Merkaat o Periscope, esta última auspiciada por Twitter, fue decisivo y las alarmas pronto saltaron en los despachos: ¿cómo controlar a una masa de gente que facilita una transmisión en directo, desde distintos puntos de vista, de un evento exclusivo?
 
Evitar que esto suceda puede resultar más o menos fácil técnicamente (inhibiendo frecuencias, impidiendo la conexión a la red para determinados usos desde esa ubicación, incluso amenazando a quien lo haga con querellas por difusión de imágenes con derechos) pero la cuestión es si se puede frenar este fenómeno o si, como ha ido ocurriendo en estos años con editores de libros, empresas periodísticas, corporaciones de TV y radio, etc., acabará imponiéndose otra forma de hacer las cosas.
 
Claro que todo esto se refiere a grandes acontecimientos que generan mucho dinero y movilizan masas, pero el fenómeno también tiene una lectura en letra pequeña, más cercana al común de los mortales: congresos inaccesibles, clases magistrales o conferencias donde expertos hablan a puerta cerrada y la única opción de saber algo es confiar en que algún tuitero quiera dedicar su tiempo a contarlo, reuniones políticas, ahora que estamos en plena vorágine negociadora entre partidos… ¿Cuál será la próxima barrera mediática aparentemente inexpugnable que veremos caer?
 
 * Este periódico acaba de estrenar su cuenta en Periscope: @redaccionmedica

  • TAGS