Para los que conocemos el sistema de salud y lo observamos desde la perspectiva de la mejora global del mismo, tanto en su accesibilidad, calidad, seguridad, equidad, como en su retorno en salud y calidad de vida de la inversión que, como ciudadanos y sociedad, hacemos en el mismo, resulta frustrante ver los mensajes y promesas electorales relacionados con el sector salud por su superficialidad y, en muchas ocasiones, por su demagogia.

La promesa electoral estrella suele ser la construcción de un nuevo hospital, (cuando no varios), sabiendo que la población conoce poco de hacía donde debería evolucionar el modelo de cuidados de salud, y que a la hora de dar, como dice el refrán, “burro grande, ande o no ande”. Se han construido nuevos hospitales sin base a una planificación de necesidad real, sino más por presión política y ciudadana. ¿Qué municipio no querría albergar un hospital?

Luego está la archiconocida y usada coletilla para quedar bien: “sanidad pública, universal y gratuita para todos”.  Es un mensaje que saben los sociólogos que diseñan las campañas que cala mucho: pública porque es “mía” y “la pago yo”; y si es posible con todo gratis. No pagar nada en sanidad, ni siquiera lo que pagarías en otras circunstancias como la comida diaria, está muy arraigado en la conciencia española y tocarlo es electoralmente suicida. También saben que respecto a la universalidad todos tienen claro que para los españoles sí, y siempre, y para el resto del universo, pues no hay tanta unanimidad, sobre todo, en tiempo de vacas flacas, que en tiempo de vacas gordas se invita a todo.

Ahora además para los que son defensores a ultranza de lo público, votantes de izquierdas, que sólo ven como única opción la gestión pública y cuanto más funcionarial y regulada mejor, y para los más liberales pero que recelan de la gestión privada de los servicios públicos, (visto el comportamiento taimado de antiguas empresas públicas privatizadas como Telefónica o Iberdrola), también se ha puesto de moda prometer gestión 100 por ciento pública, sin tener ni idea de las limitaciones y rigideces que supone dicho concepto.  Eso sí, a los trabajadores les da mucha seguridad y al usuario, seguridad de que lo van a tratar como a todos, por igual, (a veces como un número o una molestia), y que van a tener que soportar demoras, como pasa en todos los servicios de salud de gestión exclusivamente pública, pero no van a pagar nada y se consuelan con la esperanza de que si el gobierno gasta más en sanidad y contratan más médicos y enfermeras se podría acabará con la lista de espera, lo cual, por cierto, nunca se ha demostrado  empíricamente, sino al revés, en salud más oferta crea más demanda.

Indefectiblemente en las encuestas, cuando se pregunta a los ciudadanos que es lo mejor que puede hacer el gobierno o las comunidades autónomas para mejorar la sanidad, los encuestados dicen muy mayoritariamente: “contratar más médicos”, y algunos, solidariamente, añaden enfermeras. No está mal la medida para erradicar el indeseable paro en la profesión y desde el punto de vista Keynesiano; pero lo que no asegura es, ni disminución de las listas de espera, ni ganar más salud globalmente.

Yo si tuviera que redactar un programa electoral seguramente perdería las elecciones, pues le diría a la gente que intentaría cambiar su sanidad para que estén más atendidos en su casa y su medio, y tengan que ir menos al hospital, con una Atención Primaria más resolutiva y que sea realmente el  eje del sistema y del proceso asistencial y no el hospital; que trataría de facilitar el que pudieran mejorar la salud por ellos mismos con sus costumbres, actitudes y cuidados; que me centraría más en la parte social, la equidad y la exclusión que en las últimas tecnologías. 

Que fomentaría el que pudieran consultar los problemas de salud desde su casa usando las nuevas tecnologías sin necesidad de desplazarse, que procuraría el asesoramiento continuo en salud a los que lo deseen, que abriría más escuelas de pacientes y de salud, y que la nueva asignatura para cuidar la salud sería una de las más importantes en las escuelas, y que haría menos unidades ultraespecializadas. Que trataría que los profesionales de la salud se formasen con una visión más holística y completa y no segmentada por órganos y sistemas, y bajo el influjo de la fascinación tecnológica y el intervencionismo.

Que trataría de mejorar en atención a la cronicidad y a los cuidados sociosanitarios. Que fomentaría el talento en la investigación aplicada en los servicios de salud y en aquellos profesionales que aporten mejoras organizativas beneficiosas para el paciente, y lo haría horizontalmente para que tengan igual capacidad de cambiar la organización los jefes y mandos intermedios que los trabajadores de base si tienen mejores ideas. Que trataría de quitar el blindaje y el igualitarismo tipo “café para todos” del personal, para que no fuera a ultranza, independientemente de sus desempeño, dedicación y actitud hacia el paciente, según parámetros objetivos y consensuados con los propios profesionales sobre cuál debería ser el rendimiento óptimo y la actitud ética de la profesión.  

Que al financiarse con dinero público, que todos pagamos con nuestros impuestos, trataría que el beneficio en salud y calidad de vida por euro invertido fuera el máximo, sin despilfarrar en cosas que no sirven para nada, por lo que sería implacable en detectar y erradicar las prácticas no avaladas por la evidencia científica, aquellas que son carísimas y casi inasumibles por el sistema y no incrementan ni la salud ni la calidad de vida del paciente, y aquellas que además son inclementes e inseguras por producir iatrogenia.

Que establecería una sana competencia entre los centros públicos para que fueran mejor tratados en cuanto a incentivos e inversión aquellos que mejores resultados en salud consigan de manera más eficiente, fomentando además el trato humano y personalizado, e incentivando proyectos de lista de espera cero y de autogestión de los profesionales para conseguirlo, con incentivos dentro de límites éticos y aceptables socialmente para no resentir la equidad, para lo cual habría que entrar en ir homogeneizando la financiación capitativa ajustada por riesgos y los recursos en todo el Sistema Nacional de Salud (SNS), con movilidad profesional a aquellos lugares desfavorecidos desde el punto de vista de los recursos, y disminución de la hipertrofia elefantiásica de otros, bajo criterios medibles y públicos, poblacionales y de cartera de servicios.

Y después de todo eso diría que asumo que todo ello es tan difícil de conseguir que seguro no podré cumplirlo, pues hay intereses muy potentes para que nada cambie en la educación de los niños y no haya nuevas asignaturas raras, prácticas y útiles como la de salud, que nada cambie en la educación de los médicos y se sigan formado por órganos y sistemas para que luego lo que quieran es hiperespecializarse que es lo que da más prestigio, que nada cambien en la organización ya que así estamos seguros, cómodos y al final el “café para todos” nos tapa unos a otros y no nos exige demasiado.

En fin, un desastre de programa electoral… Menos mal que no he tenido que diseñar ninguno.

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