EDITORIAL
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9 mar. 2014 20:15H
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El Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid (Icomem) está inmerso en una profunda crisis institucional que, además de desacreditar a sus actuales representantes, está socavando el prestigio de la corporación, la más importante del país, junto a la de Barcelona. Urge por tanto acabar con esta situación de desgobierno que, en última instancia, afecta a los médicos madrileños, pero también al resto de colegios y, por extensión, a la propia Organización Médica Colegial (OMC), que no ha tenido más remedio que tomar cartas en tan complicado y desagradable asunto.

A simple vista, lo que está ocurriendo en el Icomem -que básicamente se reduce a un problema de compatibilidad entre miembros de una junta directiva que en un tiempo quizá estuvo unida (para conformarse como candidatura), pero que nunca pareció actuar como equipo- es un puro despropósito que atenta contra el más elemental sentido común. Una presidenta sobrevenida, Sonia López Arribas, sin cartel en la profesión y sin los apoyos suficientes como para vertebrar con garantías un proyecto de gobierno. Una junta directiva poco leal, más preocupada en desacreditar a la presidenta que en trabajar por los colegiados. Y unos compromisarios frustrados por no poder variar el curso de los acontecimientos. Nadie de la junta parece dispuesto a ceder de sus posicionamientos, que explicitan como provenientes de la ética, aunque parecen más originados en el interés personal. El Icomem, en suma, está preso de estas consideraciones, tan mundanas como escasamente corporativas.

Paralelamente, y como ha venido ocurriendo en anteriores legislaturas, la relación del Icomem con las empresas de servicios que trabajan (e influyen) alrededor sigue siendo tormentosa. El último episodio de esta relación controvertida lo ha originado AMA, con una sorprendente nota firmada por el mismísimo presidente Diego Murillo, jurando y perjurando que la mutua no tiene interés alguno en el Colegio madrileño y aludiendo a Uniteco de una manera extraña, lo que ha obligado a la correduría a intentar rebajar la tensión sin mucho éxito. No es recomendable que las entidades que trabajan dando servicios óptimos y muy necesarios para los médicos se enzarcen en pugnas de corte institucional que en nada les beneficia. Las empresas deben diseñar y ofertar buenos productos, ser fiables y eficientes y estar al servicio permanente de, en este caso, el médico. Lo demás, la política en minúsculas, debe quedarse en el Colegio y en sus, de momento, legítimos representantes.

Y en este lamentable panorama, la Organización Médica Colegial (OMC) también se ha visto obligada a jugar un papel desagradable, pero necesario. Los posicionamientos expuestos este fin de semana (recomendación de la Comisión Deontológica y declaración de la Asamblea General) parecen estar concebidos para presionar a la Junta Directiva del Icomem a que dimita en pleno. El camino parece el apropiado, pero el ritmo de las decisiones es exasperante, por su notoria lentitud. Pero la configuración de la OMC es la que es, y los colegios son soberanos sobre su destino, con lo que una organización nacional puede recomendar, presionar, pero nunca imponer. Esto lo saben los propios presidentes provinciales, que no quieren llevar hasta el final exigencias que, quién sabe, podrían terminar volviéndose en su contra, en sus propios colegios. Y esto lo sabe muy bien el presidente Rodríguez Sendín, que siempre ha mantenido una escrupulosa equidistancia con los colegios y que, incluso, ha llegado a justificar las polémicas en muchos de ellos como algo consustancial al médico. No debería ser así.

Sea como sea, la convocatoria de elecciones es la salida más honrosa que le queda a la actual Junta Directiva, cuyos miembros deberían dedicarse a otros menesteres, y no el de la representación profesional de sus compañeros. Pero esta medida, si se produce, no servirá de nada si las candidaturas que se conforman y se movilizan no responden al único interés de los colegiados. La improvisación y la desnaturalización del cometido colegial terminan engendrando candidatos inopinados, sin respaldo ni prestigio profesional, que no representan en modo alguno la virtud y el mérito que tendría que tener toda la junta directiva, empezando por el presidente.

Los colegiados deben proponer y posibilitar la aparición de candidaturas sólidas, bien engranadas y cohesionadas, con médicos líderes que sean dignos representantes de sus compañeros. No es un imposible, el Icomem ha tenido en el pasado a profesionales que cumplían a grandes rasgos con este perfil. ¿Por qué no es posible repetirlo? Esta es la gran responsabilidad de la colegiación madrileña, si es que quiere mantener el prestigio y alcance de su Colegio que, lamentablemente, cada vez está más en entredicho.

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