Oiga doctor, devuélvame mi depresión. ¿No ve que los amigos se apartan de mí? Dicen que no se puede consentir esa sonrisa idiota.

 

Esto cantaba Sabina allá por los 80, cuando con la pujanza económica se dio pie a la ensoñación de la salud perfecta y al ideal del estado de ánimo siempre positivo, de la ausencia de dolor y de toda forma de sufrimiento.

 

Hoy observamos consecuencias de ello: el duelo se acorta, la tristeza se sofoca con un aluvión de estímulos como si fuera un conato de incendio y la melancolía solo se admite en la letra de una canción. O se construyen escenarios virtuales para tratar con quien se enfrenta a una situación difícil y se recurre a una dialéctica de la que el doliente a duras penas puede zafarse, como la terminología bélica para quienes luchan contra el cáncer o el discurso de la abnegación sin desmayo para los cuidadores de quienes padecen enfermedades degenerativas.

 

Cada sentimiento negativo, cada frustración y cada amargura encuentran un equivalente patológico para el que siempre hay tratamiento. El psiquiatra Allen Frances, coautor y director de las cuatro primeras ediciones del “Manual Diagnóstico y Estadístico”, que define y describe las diferentes patologías mentales, entonó un público mea culpa por dejarse convencer para ampliar de forma médicamente injustificada el catálogo de dolencias. En su libro “¿Somos todos enfermos mentales?”, reclama más terapia y menos fármacos para afrontar situaciones vitales que forman parte del normal devenir de la existencia de todo hijo de vecino, por muy paralizantes que resulten.

 

¿Pueden las nuevas tecnologías, desde su aparente frialdad, aportar algo en este campo? Uno no puede bajarse una actualización del estado de ánimo ni hacerse un formateo completo pero, como en todos los órdenes de la vida, sí pueden aportar, desde el sentido común y sin pretender que sean la panacea. De entrada ofrecen una vía de contacto con personas en situación similar a la del doliente.

 

Buen ejemplo de ello son los grupos de Facebook, comunidades dentro de la red social que se rigen por sus propias normas de urbanidad: hay que solicitar el ingreso al administrador, éste puede determinar que sólo se publiquen contenidos validados por él y los miembros más díscolos pueden ser expulsados, entre otras cosas.

 

Dirigidos a pacientes hay ejemplos significativos como Somos enfermos de fibromialgia, que reúne a más de 10.000 miembros, Pacientes con artritis reumatoide (10.200), Diabéticos soluciones prácticas (7.786),  Hepatitis C España (1.000), Enfermos de sarcoidosis (455), etc.

 

De igual forma hay casos paradigmáticos de enfermos que, perdón por el tópico, han hecho de la necesidad virtud y se han valido de los medios sociales para ganar visibilidad. Es el caso de Paco Sanz, que sufre un raro tipo de cáncer genético para cuyo tratamiento recauda fondos a través de las redes sociales, o el del archiconocido Médula para Mateo, o la muy activa en redes sociales Nuria #Lupus.

 

También entre los cuidadores hay ejemplos relevantes de un uso eficaz y productivo de las nuevas tecnologías. Pablo A. Barredo empezó con un blog pero pronto se pasó a Facebook, donde ya roza los 300.000 seguidores. Tras el fallecimiento de su madre, enferma de Alzhéimer, siguió adelante con su proyecto online trasladando su experiencia como cuidador a la red social, donde ejerce como formador y asesor de cuidadores.

 

Yendo al caso particular de las enfermedades psiquiátricas el abanico de posibilidades crece aún más. Particularmente significativo es el uso que hace de los nuevos medios la estadounidense National Alliance on Mental Illness. Dos de sus campañas en vigor son claros ejemplos de ello: con I Will Listen capta voluntarios en Twitter y Facebook para escuchar a quienes precisan apoyo, y en You are not alone ofrece a los pacientes un espacio donde contar su historia y leer los testimonios de otros en similares circunstancias. En España destaca la iniciativa de la Consejería de Salud de Andalucía llamada 1 de cada 4, que brinda recursos a enfermos, familiares y sanitarios para acabar con la estigmatización de la enfermedad mental.

 

Los ejemplos son incontables y también los formatos en que se desarrollan. En lo que sí coinciden es en la oferta de un espacio libre y abierto al desahogo, sin miedo a la censura de la felicidad obligatoria porque la audiencia está en parecidas circunstancias. Una suerte de ‘consolatio’, esa pieza de oratoria griega con la que se expresaba la cercanía a los familiares del fallecido, pero en versión 2.0. Es decir, con una mayor exposición pública y con la posibilidad de interactuación con cualquiera que pertenezca a ese entorno virtual. Y sobre todo, sin pastillas. 


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