En un trabajo de mediación es clave aportar valor a los dos extremos de la cadena: ventas y difusión a quien ofrece su material y garantía de calidad y fácil acceso a quien compra. Pero, ¿qué ocurre cuando el creador puede exponer su producto con idénticas posibilidades de éxito? ¿Y cuando el receptor puede conocer por sí mismo cuanto el mercado le ofrece? Pues fácil: el intermediario sobra (y lo sabe).

Lo hemos vivido en la prensa, la música, la literatura, y fuera de lo cultural también: el transporte, la energía, las inversiones, el turismo. ¿Qué ámbito cultural o industrial, qué sector, actividad u oficio se cree invulnerable al empuje de lo digital? Una interesante batalla al respecto se está librando en uno de los entornos que seguramente más a resguardo se podía sentir a priori dado su prestigio y altura intelectual: las publicaciones científicas.

Los interrogantes que plantean los promotores del mercado abierto son lógicos y contundentes: ¿qué sentido tiene que investigadores jóvenes, o no tan jóvenes pero habitualmente con pocos recursos, no tengan acceso a las últimas novedades en investigación, lo que redundaría en la calidad de su propio trabajo? ¿Cómo se conjuga el hecho de disponer de los mejores canales de comunicación de la historia con que el acceso a los trabajos más pujantes y capaces de impulsar otras investigaciones esté limitado por una práctica editorial que limita su difusión?

El asunto del libre acceso a estos materiales se ha concretado en dos vías complementarias: una legal, consistente en una red de publicaciones de nuevo cuño que se valen de las ventajas de lo digital para establecer un nuevo estándar; y otra como mínimo alegal: una red abierta de distribución de contenidos científicos, denominada Sci-Hub, que utiliza accesos legales a los sitios de pago para extraer los documentos y ponerlos a disposición de todo el público.

La primera opción engloba a las denominadas publicaciones open-access, en las que es el propio autor y no el lector el que sufraga la publicación, aunque el modelo también da lugar a grandes dudas y en ocasiones ha quedado abiertamente en evidencia. Pese a esto, hay títulos de referencia como Plos-One que, además de difundir los artículos, están creando factor de impacto propio de los artículos cada vez más aceptado. En definitiva, un Uber de la creación científica: de forma paralela al uso tradicional se crea una nueva vía de creación y distribución que descansa en los propios usuarios.

La segunda de las opciones mencionadas se mueve en el terreno de lo clandestino, pero su popularidad y enorme capacidad de propagación dan muestra de la falta de complejos de sus promotores. Sci-Hub ofrece 64,5 millones de documentos académicos y se estima que contiene más de dos tercios de la investigación contemporánea más importante del mundo. Un Spotify por su vocación de contenerlo todo, pero sin versión Premium porque todo es gratis. Desarrollado por una ingeniera de Kazajstán, afronta un carrusel de demandas en todo el mundo por parte de las editoriales académicas, algunas de las cuales ya las ha perdido. Como consecuencia, su acceso principal en la web se ha cortado, pero se han multiplicado los “espejos” de la página en otros dominios, sigue accesible en la llamada Internet oculta y cuenta con bots en Telegram. Esto ha permitido que sus usuarios descargaran más de 150 millones de documentos en 2017, según sus propios datos.

El debate en la comunidad científica está abierto, y en el mundo editorial también: 


A este respecto, un buen resumen de la cuestión lo ofrece este tuitero en un hilo que describe sin paños calientes cómo afronta el científico su proceso de documentación.

Por último, quizá sea oportuno recurrir a lo que piensan quienes más recorrido tienen en esto de la creación abierta. Uno de ellos es Hernán Casciari, escritor argentino, promotor y alma del proyecto Orsai, que integra una editorial, una revista literaria y un blog. Ahora vive en Argentina, pero pasó 15 años en España en los que lanzó este proyecto y se convirtió en adalid de la cultura libre. En una conocida charla Ted decía estar seguro de que "la industria de la cultura somos los lectores y los autores y nadie más. Y que la otra industria, la que le teme a los cambios, la que intenta hacernos creer que Internet es un lastre, se está muriendo y la vamos a ver morir".