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16 mar. 2014 17:22H
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El sector Salud es estratégico y se debe proteger y estimular, ya que el papel del mismo en un país desarrollado es enorme y su importancia irá en aumento debido al envejecimiento poblacional y la revolución en las tecnologías sanitarias que van a suponer las terapias génicas y la medicina y la prevención personalizada. Sin embargo, el sector se percibe, desde la cortedad de miras, solo como una fuente de gasto, ya que la mayoría se sufraga con las arcas públicas, actualmente exhaustas.

Las distintas comunidades autonómas han tomado medidas del control de costes a veces muy diferentes entre sí, pero que en su conjunto han disminuido el gasto sanitario público global en España en 2013 hasta alcanzar niveles cercanos a los del año 2007. Es decir, gastamos ahora lo mismo que al inicio de la crisis económica, desde un máximo de gasto que se dio en 2010 ya que no hubo una reacción al principio de la crisis para contener el gasto. 

Teniendo en cuenta que la asistencia sanitaria en general tiende a encarecerse por el envejecimiento y el aumento de la cronicidad, mantener el gasto ahora como hace seis años ha supuesto un ingente esfuerzo y es muy difícil perpetuar bajadas del mismo sin merma de la calidad, ya que se ha llegado a niveles de eficiencia altos, aunque con mucha variabilidad interregional e intercentros.

La gestión que se impondrá para mantener la sostenibilidad, que ya se ha alcanzado a nivel global, es la gestión clínica. Cuando el Foro de la Profesión Médica alcanzó el pacto con el Ministerio de Sanidad algunos criticaron, desde diversos sectores, a sus artífices, entre ellos a Juan José Rodriguez Sendín, presidente de la OMC, que tuvo que soportar críticas de personas afines a través de ácidos artículos en sus blogs, y a Francisco Miralles, secretario general de la CESM, que tuvo la oposición de algunos líderes regionales del sindicato. Seguro que el resto de miembros del Foro también tuvieron sus presiones. Yo en cambio entendí que lideraron un proceso excepcional (nunca había cristalizado un acuerdo así de los profesionales con el Ministerio de Sanidad), que tuvieron altura de miras, habilidad y sentido de Estado y además alcanzaron un buen acuerdo de bases.

En ese acuerdo, el hecho fundamental es que la gestión clínica se erige como estándar de la futura gobernanza del Sistema Nacional de Salud. El Foro ya ha planteado su modelo, que habrá que discutir, pero las premisas son claras: hay que dar autonomía de gestión a los profesionales y también responsabilidad gestora, por supuesto.

En organizaciones de conocimiento tan complejas como las sanitarias a su personal no se le puede gestionar como los capataces gestionaban antaño al personal de las fábricas. La motivación en nuestras organizaciones es fundamental. El profesional vive y siente el centro sanitario y su servicio como algo muy suyo y que le afecta mucho, ya que es su ecosistema. Los gestores pasamos y ellos permanecen: es justo y motivador que ellos tengan capacidad de organizarse y gestionarse, mientras los resultados en coste y calidad sean adecuados y controlados. Por supuesto, con la información y seguimiento suficiente para evitar abusos de poder o desviaciones importantes de los objetivos asistenciales y de los presupuestos. Las tecnologías de información actuales lo permiten.

Como propone el Foro, tampoco es necesario el cambio de régimen jurídico del personal, aunque sí sería conveniente que el régimen estatutario se reformara para que no primara el blindaje del puesto de trabajo sobre el bien común (y sé que a muchos les molestará lo que digo, desde un punto de vista ideológico o corporativista, pero ahora es rigurosamente así).

Aunque no es condición necesaria, sí sería un paso final muy positivo tras pasos previos donde se haya pilotado y demostrado la capacidad de gestión, el poder dotar de personalidad jurídica propia a las áreas de gestión clínica o a los centros de atención primaria que se acojan a ello libremente, pues abre unas posibilidades de gestión inmensas. Por ejemplo, en materia de selección de personal, compras, financiación, mecenazgo, gestión de la docencia e investigación o reparto de incentivos. Aspectos todos ellos que redundarán en una mucha mayor capacidad y libertad del área de gestión clínica para desarrollarse, financiarse y cumplir sus objetivos.

En definitiva, el futuro de la gestión sanitaria dibuja un mapa emocionante en el que los clínicos y los gestores deberemos ir de la mano, no enfrentados como antaño, sino con objetivos e intereses alineados. Se necesitará confianza mutua, lo que quizá requiera un tiempo y diferentes perfiles tanto de clínicos como gestores. Unos gestores profesionales generosos para delegar el poder y que ejerzan verdadero liderazgo, es decir, capacidad de estimular, guiar y apoyar. El presidente de Sedisa, Joaquín Estévez, ilustraba esto muy bien en una entrevista con Revista Médica, donde explicaba por qué no se puede gestionar la sanidad como Mouriño. Por otro lado, necesitaremos unos clínicos mucho más interesados y concienciados con la gestión y el buen uso de los recursos públicos, que además tengan el concepto de atención poblacional (no sólo individual), equitativo y adecuado.

Juntos sin recelos y con la misma misión de atención excelente y sostenible a la población, la sanidad llegará lejos, se impondrá como un sector de creación de valor y no sólo de gasto y podría incluso salir de la lucha demagógica política, si por fin el consenso es suficiente y los gestores se convierten en profesionales que pilotan, estimulan y ordenan sin interferencias políticas y los clínicos alcanzan la mayoría de edad gestora y se independizan. Es una estrategia en la que todos ganamos, incluida la sociedad, que puede verse frenada por el miedo a perder el control y el poder por parte de la Administración y el miedo a perder la comodidad y la seguridad por la parte de los clínicos. Ojalá el miedo y la resistencia al cambio no gane de nuevo la partida.

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